Jean Michel Jarre demostró el sábado ante el Monasterio de Santo Toribio de Liébana saber cuál es el secreto para alcanzar la eterna juventud: vivir con absoluta pasión lo que uno hace. A sus 69 años y tras más de 80 millones de discos vendidos, el compositor e intérpetre francés (Lyon, 1948) pareció sobre el escenario un niño con juguetes nuevos.
Durante las dos horas que duró el concierto inaugural del Año Jubilar Lebaniego, Jarre dejó patente que la música es su vida y, como si de un artesano se tratase, mimó hasta el último acorde de cada una de las más de veinte piezas que interpretó. Procesó hacia sus composiciones un fervor religioso, seguro que contagiado por el Beato de Liébana y por Toribio de Astorga, quien, según la historia del catolicismo, habría traído desde Tierra Santa hasta esta comarca cántabra el Lignum Cruzis -el trozo de la cruz de Cristo más grande que aun perdura- para salvaguardarlo de la invasión musulmana.
No sabemos si el padre de la música electrónica habrá “conectado Liébana con el mundo” -razón por la que el Gobierno de Cantabria ha pagado su caché-, pero desde luego que sí entusiasmó a las 6.000 personas que pudieron disfrutar del evento en directo. Un dato: más de dos horas antes de que se pusiera al frente del teclado y de la mesa de mezclas, la pista ya estaba prácticamente llena. El acontecimiento no fue el acabose, pero desde luego que no defraudó.
Aunque mantiene intacta la esencia de Oxygéne, el disco publicado en 1976 que lo catapultó al éxito mundial, la música de Jarre ha evolucionado con el tiempo. Sin embargo, no es un artista que cause furor entre las generaciones más jóvenes. De hecho, la mayoría ni siquiera sabe que buena parte de los temas que les hacen vibrar en las discotecas tienen su origen en el álbum que el músico francés creó en la cocina de su casa hace cuatro décadas experimentando con una grabadora de ocho pistas. Su música no está pensada para desgastar al público a base de botes, sino más bien para tranportarlo con misticismo hacia donde uno quiera dejar volar su imaginación. Así, entre el público predominaban quienes ya han soplado más de cuarenta velas.
Tampoco ha mutado el estilo del espectáculo de luces que siempre lo acompaña y que no deja de sorprender y de deleitar a partes iguales. Las pocas referencias artísticas durante la velada a Cantabria fueron, precisamente, la proyección de una sucesión de imágenes del Beato de Liébana y de ilustraciones de su obra más famosa -'Comentario al Apocalipsis', escrita en el siglo VIII-, con las que arrancó y concluyó una función en la que también se coló Snowden. El productor francés ha buscado la colaboración del activista norteamericano en uno de los tracks de su último trabajo Electrónica: The heart of noise.
El momento más especial de la noche, y probablemente también más representativo de lo que es Jarre, llegó cuando emergieron del suelo del escenario ocho halos de luz que el músico comenzó a tocar como si fueran cuerdas de una especie de 'arpa-láser'. Antes ya había interpretado una canción con un ipad y mostrado en primer plano la complejidad de la mesa de mezclas a través de una minicámara colocada en sus inseparables gafas de sol. Lo que ya no luce es la melena de los '80, que ha cedido ante un pelo canoso perfectamente despeinado. Ni aun así, Jean Michel está cerca de representar la edad que atesora.
Jarre se marchó ovacionado por el público de uno lugares santos que hay en el mundo para el cristianismo, un privilegio que el Monasterio de Santo Toribio de Liébana comparte con Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela y Caravaca de la Cruz. Veremos si la peregrinación del artista internacional redime a la Consejería de Turismo de los 'pecados' cometidos con la gestión del Año Jubilar.