“Los niños saharauis también son embajadores de su causa”

Una setentena de niños y niñas saharauis han llegado este martes a Cantabria procedentes de los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia) para pasar los próximos dos meses en nuestra comunidad autónoma gracias a la solidaridad de otras tantas familias de acogida, al programa de cooperación Vacaciones en Paz y al trabajo de las ongs Cantabria por el Sahara y Alouda.  

Pasadas las 13.30 horas, los jóvenes de entre 10 y 14 años se apeaban del autobús que los ha traído desde Asturias, a donde habían llegado en un vuelo chárter, y comenzaban a desfilar por la rampa que da acceso al Colegio Manuel Llano de Santander. Allí, en las escalinatas del pabellón, aguardan las familias con los nervios a flor de piel.  

La mayoría de los niños ya han estado en Cantabria y este día supone el reencuentro con sus familias de acogida tras casi un año sin verse, mientras que para una veintena de ellos es la primera vez que salen de los campamentos ubicados en el desierto del Sahara Occidental, el lugar donde vive el pueblo saharaui como consecuencia del abandono español a su antigua colonia y a la posterior ocupación marroquí. 

Sus caras muestran felicidad y pena a partes iguales; saben que aquí disfrutarán de cosas que en su tierra son inimaginables, como abrir un grifo y tener agua, pero su deseo es siempre permanecer en el Sahara, donde lo único que no les falta es cariño. Pero sobre todo, sus rostros muestran el cansancio después de un viaje de cerca de 20 horas. 

Llegan sin maletas; literalmente con lo puesto. Únicamente transportan a sus espaldas una mochila escolar que prácticamente está vacía. Si abrimos una de ellas, veremos que su único equipaje son unos obsequios (bisutería hecha a mano) para quienes les esperan con los brazos abiertos.

El acto de entrega es muy sencillo. El trayecto desde los campamentos hace mella y no hay actividades programadas. Apenas se hacen una fotografía grupal, y luego una individual para elaborar una ficha de identidad. Tras ello, se entrega a cada familia una carpeta con documentación, una guía de buena acogida y el informe de la seguridad social. En los próximos dos meses habrá tiempo para divertirse y también para reivindicar porque estos niños y niñas “son embajadores de su causa”. 

Así lo explica a este diario Gabriel Herrería, vicepresidente de Cantabria por el Sahara, quien apunta que en primer lugar el programa Vacaciones en Paz, puesto en marcha en los años 80, permite a los más pequeños “huir” de los 50 grados de temperatura que pueden alcanzarse en el desierto durante esta época; por otro lado -continúa-, son sometidos a revisiones y controles médicos a la vez que mejoran su dieta; y por otro, hacen una “labor social”, ya que durante su estancia en España -el programa se lleva a cabo en todo el territorio nacional-, además de actividades lúdicas, celebran actos públicos y con las instituciones para dar a conocer la causa saharaui y reclamar soluciones. 

Situación “nefasta”

Julio Quintana -también voluntario de esta asociación- cuenta que la situación en el Sahara es “nefasta”: “A la falta de ayuda internacional, de escasez de recursos y de medicinas, se suma que en los últimos años está habiendo lluvias torrenciales que dañan sus casas y víveres, con lo cual su situación se ha hecho todavía más precaria”. 

Es el tercer año que Julio participa en el programa, en todas las ediciones con el mismo chico, que el próximo año ya no podrá repetir aunque ya piensa en traerse a su hermana. Recuerda el primer día: “Fue muy duro. Estuvo llorando todo el rato hasta que cayó rendido y se durmió. Luego ya, cuando se despertó, fue mejor. Para ellos es un shock. Se van con gente que no conocen y las costumbres son muy diferentes. Les acojona un poco. También llegan muy cansados”, dice. 

A la hora de comunicarse el idioma no es un problema. Los saharuis estudian castellano como segunda lengua y aunque a algunos les cuesta hablar, la mayoría lo entienden bastante bien. No obstante, hay voluntarios nativos que si se necesita pueden hacer de traductores. 

Es el caso de Sabah, una joven de 18 años que lleva los últimos tres en Cantabria. También llegó a través del programa Vacaciones de Paz pero su estancia se ha prologando porque tuvo que ser operara del oído, según ella misma nos cuenta en un perfecto castellano pese a que aun le cuesta “conjugar los verbos”.

Sabah explica que los chicos como ella, cuando llegan a España, tienen un sentimiento “raro”. Se sienten “ilusionados” porque les encanta “todo” de aquí -“se quedan impresionados con la vegetación, el mar y los ríos- pero también echan de menos a sus familias. Especialmente, ella que lleva muchos meses sin poder ver a sus padres aunque habla con ellos ”casi todos los días“ si la tecnología lo permite. Está pendiente de un ”lío de papeles“ para poder regresar al desierto sin que ello le impida posteriormente regresar a España. ”Estoy deseando que me lo arreglen“, afirma entusiasmada insistiendo en su deseo de volver al Sahara.

Relata que la vida allí es “dura”. “No tiene nada que ver con esto. No hay agua corriente y las condiciones de alimentación son difíciles; siempre comemos lo mismo, pasta y legumbres”. En apariencia, los niños y niñas gozan de buena salud; no está desnutridos, aunque su dieta es limitada, pero Maite, otra de las cooperantes, nos hace reflexionar: “¿Ves el de la camiseta naranja? Tiene 13 años. Su tamaño y su desarrollo no van acordes a su edad”.

“Donde hay poder...”

El exilio del pueblo saharaui al desierto argelino por la ocupación marroquí se prolonga ya durante 40 años. A pesar de que el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya hizo una declaración a favor del derecho de autodeterminación y de que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas solicitó la retirada de la invasión, Marruecos ha hecho caso omiso a las resoluciones sin que ello haya tenido consecuencia alguna.

En la actualidad unas 165.000 personas viven en el desierto, según los datos del Frente Polisario -el movimiento nacional de liberalización-. Sus habitantes están repartidos en cinco campamentos, cada uno de ellos con el nombre de una de las ciudades del Sahara.

En este sentido, para Cantabria por el Sáhara es fundamental tener presente la razón por la que Vacaciones en Paz sigue siendo un programa necesario: “Más de 40 años después del abandono de España y del inicio de la ocupación marroquí y 25 años después del alto el fuego en la guerra entre el Frente Polisario y Marruecos que contemplaba la celebración de un referéndum de autodeterminación, el pueblo saharaui continúa viendo violados sus Derechos Humanos en los territorios ocupados y padeciendo las duras condiciones del  exilio en la hamada argelina de Tinduf”.

“La presencia de estos niños y niñas en Cantabria no solo supone un respiro para su dura vida de refugiados, sino una denuncia palpable de la injustita cometida contra ellos y contra todo su pueblo”, remarcan las familias de acogida, que manifiestan su deseo de que los saharauis “no tengan que volver” porque ello significaría que son libres.

“Es difícil. La ONU... siempre donde hay poder...”, concluye Sabah cuando se le pregunta si ve una solución o si en los campamentos albergan al menos la esperanza.

El azar de Marta y Jose

En el año 2011, la “curiosidad” por conocer la causa saharaui de primera mano llevó a Marta a trabajar como cooperante en los campamentos de refugiados. Durante su estancia convivió con una familia que la acogió en su casa, pero ese vínculo no pudo manterse porque cuando regresó a Camargo la mala suerte hizo que el teléfono de contacto que le habían facilitado fuera erróneo.

Este año ella y su pareja, Jose, consiguieron organizarse en el trabajo para poder disponer de tiempo para acoger a un niño, como deseaban desde hace tiempo, y, por ello, acudieron a Laredo a una de las charlas que las asociaciones saharauis realizan periódicamente en distintos municipios de la comunidad para dar a conocer el programa Vacaciones en Paz y captar nuevas familias.

Cuando estaban ojeando el dossier en el que figuran los jóvenes que vendrán a Cantabria estos meses de verano, Marta reconoció a la hija de la familia donde estuvo alojada cinco años antes y comprobó en sus datos de referencia que un número de aquel telefóno estaba mal anotado. Esa “casualidad” ha permitido que se reencuentre con Wahba, cuenta visiblemente emocionada.