Decir el Palacio de La Magdalena es mentar uno de los principales valores turísticos de Cantabria, como casi todos los relacionados con el Santander borbónico, es decir UIMP y es decir esparcimiento público y playas. Hasta hace escasos años el pasado represivo de la península estaba oculto o solo era de conocimiento de testigos supervivientes y especialistas, pero apenas había publicaciones y mucho menos información institucional concerniente a unos de los episodios más negros de la historia reciente de la capital.
El universo concentracionario franquista tuvo en Cantabria y Santander unos años de vigencia, prácticamente hasta 1939, final de la guerra, pero por sus instalaciones pasaron miles de personas, que recibieron un trato degradante y vivieron en situación de miseria. Surgieron por la necesidad de concentrar a los miles de excombatientes y desafectos al régimen al paso de las tropas franquistas, configurando un puntal importante del instrumento represor y propagandístico, tanto en lo concerniente a la difusión de la labor reeducativa del régimen como el sostenimiento del terror entre la población.
Al igual que ocurría en otras decenas de campos de concentración diseminados por el territorio que se iba ocupando, los casos de Corbán y La Magdalena son los más documentados, pero no los únicos, dado que se utilizaron todas las grandes instalaciones disponibles, desde plazas de toros hasta lo que ahora es la Biblioteca Central de Cantabria.
En los archivos de la Delegación del Estado para Prensa y Propaganda y el Ministerio del Interior, tienen especial peso los documentos relativos a Corbán y La Magdalena. En el primero, se retrataron las labores de alfabetización y reeducación política y en el segundo hay además numerosas imágenes de la vida cotidiana, con un cariz propagandístico: visitas de familiares, baños de playa, clases de gimnasia, oficios religiosos, enfermería y preparación de rancho.
No hay registros de muerte y maltrato, que proliferaron dada la especial virulencia ideológica del conflicto y la proliferación de enfermedades, derivadas de las condiciones de hacinamiento, hambre, falta de higiene, así como de cuidados médicos.
En las imágenes que han pervivido, se muestra una realidad “enseñable”, ya que las fotografías fueron publicadas en su momento en la labor propagandística del nuevo régimen. Hay internos afeitándose y otros comiendo al aire libre con sus familias o recibiendo clases.
Algunas de las imágenes datan de 1938, un año después de la toma de Santander, y en ellas son apreciables la miseria de las vestimentas y de los barracones en donde se hacinaban, en las actuales caballerizas del Palacio. Recientemente, las Caballerizas han sido escenario de reconstrucción de estos episodios por colectivos como La Vorágine o Desmemoriados, que trabajan por la recuperación de la memoria histórica.
El campo de concentración de La Magdalena estuvo operativo desde 1937 a 1939, es decir, desde la toma de la capital por las tropas franquistas hasta el fin de la guerra. No fue un campo más. Aparte de su carácter permanente tuvo un carácter referencial, ya que fue uno de los primeros y sirvió de modelo a muchos otros.
Como en otros puntos del país, el aluvión de presos que produjo la represión franquista hizo que se echara mano de cualquier recinto de grandes dimensiones. El caso de La Magdalena también es prototípico. Con una capacidad para 600 presos, llegó a tener hasta 1.600 prisioneros al mismo tiempo, los cuales hacían trabajos forzados en la ciudad.
Santander vivió la represión por partida doble: hasta 1937, llevada a cabo por milicias e incontrolados; y a partir de 1937, más sistemática, amplia y prolongada, llevada a cabo por las autoridades franquistas, civiles y militares.
Fueron objetivo de la represión franquista excombatientes, sindicalistas, milicianos, obreros, miembros de las guerrillas, afiliados a partidos socialistas y comunistas y en general cualquier sospecho de haber simpatizado con la izquierda.