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De vuelta a la carnicería, tras un breve pero purificador permiso carcelario; otra vez a sentirse acosado por un carcelero psicopático en una sucia celda. ¿Exagero? Posiblemente, soy proclive a la hipérbole, pero es que precisamente ese es el tema del Planazo de hoy, obras concebidas o desarrolladas en prisión.
Vamos con nuestra recomendación literaria carcelaria. Ustedes estarán de acuerdo en que cuando uno está en la cárcel lo que le sobra es tiempo, así que haces pesas o escribes. Algunas de las obras cumbre de la historia de la literatura fueron escritas fueron escritas en un celda, desde Los Viajes de Marco Polo a Santa María de las Flores de Jean Genet, pasando por De Profundis de Oscar Wilde o El Quijote. Hoy nos detenemos en En el Vientre de la Bestia, de Jack Abbott, publicado en 1981y publicado en España un año más tarde por Martínez Roca. La historia de este libro es curiosa; cuando Norman Mailer (el enfant terrible de las letras yankees) estaba escribiendo la Canción del Verdugo recibió una carta de un reo de una cárcel de Utah, el cual le espetaba que nunca iba a poder escribir sobre la vida en prisión de manera creíble porque nunca había estado dentro; de manera que se ofreció desinteresadamente a explicarle los entresijos del asunto. A Mailer le fascinó tanto el estilo escribiendo de Abbott como lo que le contaba; la rutina en prisión, la filosofía de vida, los trapicheos con drogas, o las negociaciones para obtener sexo. Desde luego, leyendo a Abbott uno se sorprende de que no tuviese ningún tipo de educación salvo la que se había procurado él mismo mediante las lecturas en prisión; su prosa es sorprendentemente lúcida y poderosa, y sus reflexiones son atinadísimas. Abbott escribió más de mil cartas a Mailer, que posteriormente movió hilos para que fuesen publicadas e inició una campaña para lograr su liberación, cosa que consiguió en 1981. Pero, ¡ay!, a las pocas semanas de lograr la libertad, el bueno de Jack Abbott acuchilló a un camarero en el pecho, y de vuelta a la trena, donde se suicidó en el 2002. Y es que la vida real y los libros a veces no son lo mismo. Aún así lectura recomendabilísima.
¿Quieres saber cómo cometer un asesinato? Así se hace: los dos están solos en su celda. Conseguiste un cuchillo (con doble filo) y lo tienes apretado contra una de tus piernas, para que él no lo vea. El enemigo está sonriendo y charlando sobre algo. Piensa que eres tonto y se confía. Entonces ves el blanco: un punto alrededor del tercer botón de su camisa. Mientras hablas y sonríes con tranquilidad, mueves tu pie izquierdo hasta cruzarlo detrás de su cuerpo. Una luz lo apunta, al tiempo que mueves tu hombro derecho hacia adelante y el mundo se da la vuelta. Acabas de hundirle el cuchillo en el medio del pecho. Jack Abbott. En el Vientre de la Bestia.
Proseguimos con el Planazo fílmico penitenciario. De todos es sabido que existe un género de películas carcelarias, y aquí, como casi siempre, hay unas pocas flores en un auténtico lodazal. Dentro de las buenas, dudaba entre dos; una era El Expreso de Medianoche, de Alan Parker, pero la sola idea de hablar de esta película tan decididamente malrollera, me ponía los pelos de punta. Así que elegí una que da un poco menos de mal rollo; El Hombre de Alcatraz (Bird Man Of Alcatraz), dirigida por John Frankenheimer en 1962 y protagonizada por Burt Lancaster (que con el tiempo creo que se ha convertido en uno de mis actores favoritos). La historia es sorprendente; Robert Stroud es un tipo que va pasando de prisión en prisión (por unos cuantos asesinatos, vaya, no os penséis que es un angelito) hasta que acaba condenado a la horca en la prisión de Alcatraz. Allí su vida da un giro cuando encuentra un gorrión herido en el patio y lo empieza a cuidar; progresivamente se va interesando por el tema cuidando a más pájaros y acaba convirtiéndose en un ornitólogo de fama mundial. Los simbolismos son clarísimos, el pájaro representando la libertad y el hombre encerrado en una prisión, pero hay mucho más; la lucha por la dignidad de un tipo que se resiste a acatar las normas de la cárcel, y el orgullo y la voluntad por no enloquecer y lograr un propósito. Además todo encaja fílmicamente; la dirección de Frankenheimer (que tiene mucha morralla filmada, pero algunas obras maestras) y la fotografía en un blanco y negro empastado, con esa factura tan televisiva de los filmes sesenteros. Un planazo patibulario emocionante.
Para cerrar propongo un Planazo musiquero en la trena; y aquí voy a tirar de tópico porque escuchar esto es necesario para cualquier buen ciudadano. Incluido Rodrigo Rato. Grabar dentro de la cárcel no es sencillo, si ya es complicado encontrar un buen bajista en la vida real, imagínate en el talego. Pero a veces la magia viene de fuera. En 1968 (vaya añito disquero, eh) Johnny Cash llevaba unos años de capa caída, mucho barbitúrico y pocos éxitos en las listas. Un par de años antes había actuado en la penitenciaría de Folsom, en California, y de ahí sacó la idea de grabar un directo en dicha prisión. Se lo comunicó a su management y discográfica (CBS) que no lo veían muy claro, pero Johnny Cash hacía lo que le salía de sus huevos toreros, y el concierto salió adelante. La banda que lo acompañaba era la crema, los Tennessee Three, su mujer June Carter y a la guitarra ni más ni menos que Carl Perkins, el del Cadillac. La comunión entre banda y público (formada por reclusos y funcionarios) fue total, y el resultado es un disco en directo cuasi perfecto, con un repertorio que tira para atrás, un Cash sobrenatural y momentos de gallina de piel, como la interpretación del clasicote Folsom Prison Blues que podéis disfrutar pinchando abajo.
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