Blog dedicado a la crítica cinematográfica de películas de hoy y de siempre, de circuitos independientes o comerciales. También elaboramos críticas contrapuestas, homenajes y disecciones de obras emblemáticas del séptimo arte. Bienvenidos al planeta Cinetario.
‘Coco’, de Lee Unkrich y Adrián Molina: soñar en la Tierra de los Muertos
‘Coco’ es una de aquellas ancianas que parecen estar en alguna otra parte. Sentada en una silla de ruedas, con la cabeza derrotada, ajena a todo cuanto pasa a su alrededor. Ningún gesto, apenas algún movimiento, poca emoción se asoma por su rostro curtido salvo cuando un recuerdo remoto se le acerca y le da unos golpecitos en el alma. ‘Coco’ es también una criatura prodigiosamente retratada por la tecnología Pixar y es la bisabuela de Miguel (voz de Anthony González), el niño de 11 años protagonista de la última película de la factoría Disney.
Miguel es un crío astuto y lleno de vida que crece en una familia de zapateros, los Rivera. Son trabajadores, buena gente, pero también unos pobres diablos con algún que otro sentimiento mutilado. Miguel ama la música por encima de todas las cosas y adora a un grande de la canción de su país, el desaparecido Ernesto de la Cruz (voz de Benjamin Bratt). Sin embargo, la música está proscrita en la casa de los Rivera, la rehuyen como si fuera una maldición. El caso es que Miguel acaba adentrándose en la “Tierra de los Muertos” para perseguir su sueño y buscar respuestas sobre la triste historia que dejó marcada para siempre a su familia. Un calavera buscavidas, Héctor (en la voz de Gael García Bernal) le ayudará en su singular aventura.
El norteamericano Lee Unkrick, director de ‘Toy Story 3’, y el cineasta de origen mexicano Adrián Molina son los encargados de llevar a la gran pantalla este largometraje de animación. Un universo barroco de imágenes coloristas que parte del folclore mexicano y de su alegre culto a los muertos. Se nota que los realizadores abordan la película desde la fascinación que les produce la singular tradición (una muestra de respeto y reconocimiento hacia el país vecino que, desde luego, se hace más necesaria que nunca en plena era Trump). Pero ‘Coco’ no se queda en la anécdota política ni en las buenas intenciones. Tampoco es un simple juguete visual para entretener las fechas navideñas de los más pequeños. Eso sí, se trata de una historia conmovedora para todos los públicos.
La última tecnología de animación se convierte en un vehículo lleno de posibilidades para contar un cuento que, curiosamente, sabe encontrarle cierto sentido la existencia. Porque, entre sus múltiples lecturas, viene a decir que ‘somos’ gracias a los que nos aman, que nuestros muertos respiran por nuestros recuerdos y ya de paso, que el dolor es un chute brutal de vida, aunque pueda alimentar una crueldad insoportable. ¿Demasiado para un niño? Depende de la edad, pero no tanto. De ahí la inteligencia de ‘Coco’: es capaz de alcanzar a cualquiera porque se expresa con emociones cercanas, a través de la piel de un niño apasionado que tiene la manía de soñar.
Lápidas, alebrijes y desfiles
Y entre medias, en el ‘más allá’ que recorre el pobre Miguel junto al tarambana y sentimental Héctor, sucede un grandioso espectáculo visual. El espectador disfruta de la deslumbrante estampa de la Ciudad de los Muertos, una megalópolis con edificios amontonados en caóticos racimos (inevitable recordar el paisaje de lápidas del cementerio judío de Praga). O surca los cielos a bordo de alebrijes voladores (esos seres imaginarios llenos de color que parecen cruces de diferentes especies de animales). Con curiosidad turística tiene también la oportunidad de asistir a un entretenido desfile, versión cameo, de personajes cumbre de la cultura mexicana: desde Frida Kahlo a Jorge Negrete pasando por María Félix hasta aterrizar en el mismísimo Cantinflas, entre otros.
‘Coco’ es una auténtica fiesta: lo macabro da alegría de vivir, los personajes (a este y al otro lado del barrio) están llenos de matices, de contradicciones. De sarcasmos y ternuras, de rencores y de amores que nunca estuvieron más cerca los unos de los otros. Y como guinda, ofrece buena música. El espectador se pega el gustazo de escuchar canciones maravillosas. Como esa ‘Llorona’ con la que Mamá Imelda (la tatarabuela) intenta detener al pequeño Miguel. Una canción que se hizo esperar, demasiado, pero que acabó ‘confesándose’ por amor.