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Sobre este blog

Blog dedicado a la crítica cinematográfica de películas de hoy y de siempre, de circuitos independientes o comerciales. También elaboramos críticas contrapuestas, homenajes y disecciones de obras emblemáticas del séptimo arte. Bienvenidos al planeta Cinetario.

‘Después de la tormenta’, de Hirokazu Kore-eda: espejos y sueños

Cartel de 'Después de la tormenta'

Ingrid Guzmán

Kore-eda se ha convertido en uno de los realizadores de referencia del cine japonés contemporáneo. Su capacidad para retratar, con aguda delicadeza, las luces y sombras de las relaciones familiares le han abierto un espacio entre los favoritos de los festivales Cannes y San Sebastián, al punto de ser comparado con Yasujiro Ozu, maestro por antonomasia del cine nipón. Desde hace algunos años Kore-eda ha dedicado varias producciones a captar, con una narrativa muy similar (para algunos más de lo mismo), los entresijos de los vínculos paternofiliales. Basta echar un vistazo a 'Still walking' (2008); 'Kiseki' (2011), 'Like father, Like son' (2013) o 'Nuestra hermana pequeña' (2015). Aún así es de aplaudir su capacidad para encontrar la médula del conflicto en cada una y plasmar sin excesos los matices emocionales de cada drama.

En 'Después de la tormenta'Kore-eda mantiene su toque personal, entre el drama costumbrista y el realismo documental. De hecho da un paso más al volcar parte de su experiencia íntima tras la muerte de sus padres. Los cambios emocionales por los que pasa el protagonista, el intento por acercarse a la memoria de su padre para intentar comprenderle, su afición por la escritura, la mariposa azul en la que la madre ve a su difunto esposo y el barrio en el que vivió son puntos en común con la vida del director.

Ryota (Hiroshi Abe) no ha logrado ser lo que soñó. Arrastra la frustración y la nostalgia de verse incapaz de construir una vida que le llene. Su carrera de escritor se ha estancado y sólo la alimenta esa esperanza de recuperar el talento que lo llevó a ganar un premio literario por su primer libro. Sobrevive trabajando como detective privado y realizando pequeñas estafas que le dan el dinero justo para satisfacer su ludopatía. Mantiene una relación tensa con su ex esposa Kyoko, a la que no paga la pensión de su hijo y quien intenta reconstruir su vida junto a otro hombre. La relación con su madre es entrañable pero distante. Los únicos momentos de incómoda felicidad los tiene cuando, una vez al mes, ve a su hijo de 11 años.

La trama de la película se desarrolla al final del verano, una época de tormentas que servirá de escenario y excusa para encerrar a Ryota, Kyoko, su hijo Shingo y a la abuela bajo el mismo techo durante toda una noche. Lo ocurrido durante el tifón se presenta como un espejo claro y punzante. Ryota está desesperado, su situación económica y vital es patética, sigue los pasos de su arruinado padre, pero desea darle un cambio a su vida. En resumen, Ryota no deja de soñar.

Empatía emocional

La película dibuja con paciente detalle los contrastes de los personajes, al tiempo que permite acercarse a lo que se cuece en su entorno. La facilidad y sutileza con las que Kore-eda introduce al espectador en los rasgos psicológicos de los protagonistas hacen que desde el primer momento se genere cierta empatía emocional, creando apertura y desdibujando cualquier prejuicio. Esta cualidad es posible gracias al tándem de actores del que se rodea el director, que al igual que sus temas, son una poderosa marca de la casa.

En esta cinta Kore-eda recoge mejor que en cualquier otra una gama interesante de temas y profundas reflexiones. La complejidad de las separaciones, la relación con los hijos, los roles de hombres y mujeres, la soledad en la vejez, los patrones de conducta heredados, la pérdida de un ser querido, la lucha por la realización de los sueños y las resistencias propias y ajenas para alcanzarlos. La fórmula del director y guionista está comprobada: una narrativa pausada, intimista; un grupo de actores con el que se sienta cómodo; un guión sencillo, exento de clichés; algunas escenas en las que la comida o el helado sirvan para demostrar afecto y, por supuesto, pequeños toques de humor que hagan que la aparente frialdad de las relaciones humanas en la cultura japonesa pueda ser deliciosamente digerida por el público universal.

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