Blog dedicado a la crítica cinematográfica de películas de hoy y de siempre, de circuitos independientes o comerciales. También elaboramos críticas contrapuestas, homenajes y disecciones de obras emblemáticas del séptimo arte. Bienvenidos al planeta Cinetario.
A favor y en contra de ‘Réquiem por un sueño’, de Darren Aronofsky
A favor: la muerte de las ilusiones
La vida es como una montaña rusa, como esa que adorna una de las primeras secuencias de 'Réquiem por un sueño'. Algunas veces nos eleva hasta las más altas cotas y otras nos obliga a tocar fondo. Estas dos sensaciones, aunque opuestas, coinciden en lo extremo. Crear un retrato psicológico que evoque los intrincados matices del camino al tormentoso fondo de las obsesiones y la adicción, no parece una tarea fácil. Menos aun hacerlo con una película sobre drogadicción tras el éxito de 'Trainspotting' (Danny Boile, 1996).
En el año 2000 Darren Aronofsky nos dejó abrumados, y por qué no decirlo, en una especie de ‘shock’, con 'Réquiem por un sueño'. Pese a su corta carrera cinematográfica, este joven director estadounidense logró, de manera magistral, meternos en el asfixiante mundo de decadencia de cuatro personajes, que hundidos en la soledad y obsesionados con sus sueños, pierden el control de sí mismos. De un lado, plantea el descenso de Sara Goldfarb (Ellen Burstyn), madre de Harry (Jared Leto) cuya añoranza por la familia y la obsesión por participar en su programa de televisión favorito le llevan a perder la razón al hacerse adicta a las pastillas para adelgazar. De otro lado, están Harry, su novia Marion (Jennifer Connelly) y su mejor amigo Tyrone (Marlon Wayans), quienes en busca de sus sueños de riqueza y emprendimiento, terminan hundidos por la adicción a la heroína.
En 'Réquiem por un sueño', Aronofsky confirma (tras el reconocimiento de su primer largometraje, 'Pi') su capacidad para escarbar en la psique de los personajes. Pero sobre todo, para remover los sentidos del público. Esta oda a la muerte de los sueños puede gustar o no, pero nadie queda indiferente ante su propuesta. Ver la pupila del ojo dilatándose o a una inigualable Ellen Burstyn desencajada, haciendo chirriar los dientes y aterrorizada por el ataque de su nevera, son imágenes difíciles de olvidar.
Inspirado en la novela homónima de Hubert Selby Jr. (con quien trabajó el guión), en el mundo del rap (y sus videoclips) y acudiendo a recursos creativos propios del trabajo con bajo presupuesto, Aronofsky crea una propuesta sensorial que se desmarca de la narrativa tradicional. Crea una atmósfera aguda (con planos enfrentados e imágenes que impactan por su crudeza), cercana (con los excesos de los primeros planos) y repetitiva (como las adicciones), en la que el poco aire que puede respirar el público huele a angustia. Los veinte minutos finales de esta obra pueden llegar a hacer levantar de la butaca al más tranquilo de los espectadores.
Parece evidente que lo sustancial de la propuesta de Aronofsky, dentro de la cinematografía contemporánea, es lo rompedor de su estilo visual y su capacidad de revolver al público (lo volvió a hacer con 'Cisne Negro'). Pero además, hay que reconocer dos cosas: que una de las piezas claves de 'Réquiem por un sueño' es la fuerza de la banda sonora de Clint Mansell en especial el tema principal 'Lux Aeterna', de Kronos Quartet, que acompaña la catatonia de forma soberbia; y que la presencia de Ellen Burstyn y de Jennifer Connelly hace que este filme tenga mucha más fuerza (sin demeritar el trabajo de Leto y Wayans).
En 2015, 'Réquiem por un sueño' fue elegida la mejor película proyectada en los sesenta años de historia de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci), incluso por encima de 'El séptimo sello' (1960), de Ingmar Bergman. Genera vértigo comparar un filme de Aronofsky con uno de Bergman, pero lo cierto es que cada filme, a su manera y en su tiempo, ha provocado, ha inquietado y ha puesto un grano de arena importante dentro de la montaña rusa que es el mundo del cine de autor.
En contra: desmadre lisérgico
Darren Aronofsky tiene algo de visionario. A veces. Cuenta con el talento suficiente como para construir una dimensión cinematográfica propia, con un estilo visual particular que derrocha audacia. Sin duda, es uno de los cineastas con mayor talento para romper la barrera del asombro y cautivar a unos espectadores que se mueren de curiosidad por ver qué pasa en cada una de las secuencias en las que cifra sus películas. Así ocurrió, por ejemplo, en su primer film, 'Pi', pero no tanto en su segundo largometraje, 'Réquiem por un sueño'. Esta cinta de culto florece en una narración desquiciada, barroca, de ritmo trepidante y repleta de hallazgos visuales que podrían haber resultado deslumbrantes si hubieran sabido dosificarse, si le hubieran dado algún respiro al espectador. En definitiva, si hubieran encontrado una manera menos artificiosa de ocultar el vacío argumental que clarea sobre el metraje.
Basada en la novela de Hubert Selby J.R., es una historia de cuatro perdedores que encuentran en las drogas una tierra prometida atragantada en pleno Brooklyn. Un pasaporte para alcanzar sus sueños que acaba degenerando en un lugar donde esconderse de las frustraciones y de la decepción que genera el culto al éxito. Los protagonistas son esclavos de un sueño enfermo que se presenta con todo tipo de pelaje: las ansias de dinero, de reconocimiento y de fama, la soledad, la desorientación vital, el aislamiento… Y los cuatro, sin embargo, tienen una coartada perfecta para vivir de los espejismos mientras aquellas ambiciones vitales se alejan, se olvidan por la necesidad imperiosa de abismarse en las drogas.
Así, la película transcurre en su atmósfera de pesadilla, pero sin demasiado que contar más allá del descenso a los infiernos. El espectador viaja de una escena subjetiva a otra a bordo de la estética del videoclip, abrumado ante tanta experiencia alucinógena y ante la invasión de un estilo visual demasiado consciente de su deseo de trascender. Como si cada secuencia se construyera para subir al Olimpo de las películas de culto del momento.
Y sobre ella, además, pende una sospecha molesta: su fuerza trágica le debe mucho, demasiado, a la banda sonora de Clint Mansell, a su música bella y agonizante. La angustia de los protagonistas se retuerce en el sonido insistente, seco, apasionado de unos violines que se expresan en 'Lux Aeterna', el tema protagonizado por el cuarteto de cuerda Kronos de San Francisco. Una vibrante pieza musical que ha sido utilizada en algún que otro tráiler e incluso ha formado parte del repertorio de otros filmes.
Más allá de su latido musical, 'Réquiem por un sueño' se convierte en una larga agonía, donde la decadencia de los personajes se embarca en un tedioso, pero trepidante viaje. La taquicardia llega al límite en las demenciales escenas finales, donde la película pierde el norte completamente, encharcada en su grandilocuencia y en un metraje excesivo. Así las cosas, algunos espectadores no podemos evitar tener la sensación de que pudo haber sido una gran película. Todo un logro revolucionario, si su cineasta (quizás) no se hubiera sentido presionado por las ansias desmedidas de ser creativo y visualmente rompedor para los gustos del momento.
A favor: la muerte de las ilusiones
La vida es como una montaña rusa, como esa que adorna una de las primeras secuencias de 'Réquiem por un sueño'. Algunas veces nos eleva hasta las más altas cotas y otras nos obliga a tocar fondo. Estas dos sensaciones, aunque opuestas, coinciden en lo extremo. Crear un retrato psicológico que evoque los intrincados matices del camino al tormentoso fondo de las obsesiones y la adicción, no parece una tarea fácil. Menos aun hacerlo con una película sobre drogadicción tras el éxito de 'Trainspotting' (Danny Boile, 1996).