Blog dedicado a la crítica cinematográfica de películas de hoy y de siempre, de circuitos independientes o comerciales. También elaboramos críticas contrapuestas, homenajes y disecciones de obras emblemáticas del séptimo arte. Bienvenidos al planeta Cinetario.
‘Isla de perros’, de Wes Anderson: la incontenible ternura de lo raruno
El imaginario de Wes Anderson no tiene límites. Y si los tiene, todo parece indicar que es probable que nos los alcance en esta vida. En su particular visión del universo cinematográfico en stop-motion, algo se le removió en su inescrutable cerebro creador cuando ‘Fantástico Sr. Fox’ rescató la mejor esencia de la literatura infantil de Roald Dahl. Ese zorrito doblado por George Clooney encandiló a medio planeta, mientras el otro medio se quedó pensando en si realmente eso era un cuento para niños. Es decir, igual que con sus películas de no animación. Porque la capacidad de la cara pasmada (animal o humana) mirando al frente o de perfecto perfil y sus juegos de simetrías son los mismos.
¿Qué ha ocurrido con ‘Isla de perros’? Para empezar es una historia original de Anderson -que obtuvo el Premio al Mejor Director en el pasado Festival de Berlín- junto con Roman Coppola, Junichi Nomura y Jason Schwartzman. Un guion a cuatro bandas que viaja hasta Japón para contarnos una distopía delirante en Megasaki City, cuyo alcalde, procedente de una saga milenaria que odia a los perros, decide exiliar a todos estos animales a una isla que es un vertedero, bajo argumentos falsos y manipulación informativa de las masas. Allí, los perretes sobreviven como pueden: mal. Pero el destino de todos ellos cambiará con la llegada inesperada de un niño que quiere recuperar a su mascota.
La pasión perruna se desata entonces en cada escena de la película. Wes Anderson no solo retrata a diferentes variedades de canes con una maestría asombrosa sino que construye en esa isla un universo portentoso de paisajes infernales y desolados. Con la visión de la metrópoli siempre en el horizonte, ese pedazo de tierra alberga no solo millones de toneladas de basura, sino ciudades industriales abandonadas, reflejo de un pasado siniestro que los protagonistas convierten, no obstante, en una aventura llena de humor y triste sarcasmo.
Los “sellos de calidad” de Anderson
En paralelo, se sucede la vida sin perros en la ciudad. Allí hay una pequeña resistencia que todavía quiere que los canes regresen en base a la revolución científica. Hay en este bloque algunos sellos de calidad del cineasta que han sido interpretados por muchos críticos como altibajos en la narración, pero que no son más que estampas del universo japonés, de su cultura y de la estructuración de varios detalles. De hecho, la película necesita más de un visionado para captar los múltiples guiños a su gastronomía, su arte, sus haikus y su concepción de la vida y la muerte. Todo eso por si no han quedado ya claras las referencias con los fabulosos tambores que retumban en la banda sonora del genio Alexandre Desplat.
¿Es una película para niños? Es probable que no. También es probable que sí. Wes Anderson no es ‘mainstream’ ni para sus chistes. A veces incluso parece que lo intenta, pero no le sale. Algo que da absolutamente igual. Para eso ya tenemos otras grandes productoras como Pixar que nos rompen las barreras sentimentales por muchos apuntalamientos que pongamos.
Lo que le sale a este mago de la fricada es animalismo a más no poder reflejado en los ojos fijos y abrumados de sus perros; y también humanidad a raudales en su mensaje de amor universal. Raruno, pero universal. Pocos lo consiguen así. Y así nos gusta y enternece.
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