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Investigadores de la Universidad de Alcalá buscan fórmulas para evitar las complicaciones cardiovasculares de los enfermos renales

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Uno de cada diez españoles sufre alguna dolencia vinculada a la enfermedad renal crónica. Las posibilidades aumentan con la edad. Todavía queda mucho por saber de esta patología, pero los datos indican también que entre un 40 y un 50% de los que se ven obligados a recibir diálisis fallecen por complicaciones de índole cardiovascular y no por otras causas asociadas directamente al mal funcionamiento del riñón. Y es que un paciente con problemas renales tiene 20 veces más posibilidades que la población general de sufrir una complicación cardiovascular.

En las últimas dos décadas la enfermedad renal crónica es la segunda, después del síndrome de inmunodeficiencia humana, en la que más han aumentado los fallecimientos. Y cada vez irá a peor porque también son más frecuentes enfermedades como la diabetes o la hipertensión, las dos principales causas (y consecuencias) de la enfermedad renal crónica.

Por esta razón, un grupo de investigadores de la Universidad de Alcalá (UAH) centra buena parte de su trabajo en buscar soluciones de cara a evitar las complicaciones cardiovasculares que sufren los pacientes con enfermedad renal crónica, sobre todo en sus etapas más avanzadas.

En la hoja de ruta científica se trata sobre todo de “prevenir”, explica la profesora Laura Calleros, pero también de saber más sobre las causas y sobre las razones de la evolución de una enfermedad que no impacta por igual en todos los pacientes. 

La investigación acaba de recibir uno de los premios anuales de la Fundación Renal Íñigo Álvarez de Toledo. Se otorgan a estudios de investigación dirigidos a solventar los problemas que tienen los pacientes con enfermedad renal crónica. “Fue una grata sorpresa. Sin perder de vista que es una investigación básica, es un reconocimiento importante. Ha sido un orgullo porque esta fundación es una de las que más trabajan para ayudar en la investigación de las enfermedades renales, además de su labor asistencial”, asegura Laura Calleros.

Ella forma parte del equipo investigador de diez personas que coordina, junto al catedrático y jefe del servicio de Nefrología del Hospital Universitario Príncipe de Asturias, Diego Rodríguez Puyol, dentro de un proyecto en el que se basa la tesis de la doctoranda Sofía Campillo.

“Normalmente asociamos la enfermedad renal a la diálisis o al trasplante. Es lo que se conoce como terapia renal sustitutiva. Los riñones han llegado casi a su deterioro completo, ya no funcionan y hay que hacer algo, pero en realidad hay todo un proceso previo”. De hecho, cuando el paciente llega a la consulta de Nefrología, el deterioro de estos órganos ya ha empezado mucho antes. “La enfermedad no da la cara hasta que se ha perdido un 60-70% del funcionamiento normal de los riñones”.

A eso se suma, añade la investigadora, que “el deterioro cardiovascular también comienza antes de que la persona sepa que tiene un problema de riñón. Hablamos de una enfermedad progresiva que suele diagnosticarse a mitad de camino”, apunta Laura Calleros. Ahora se trata de llegar antes. De prevenir e incluso de bloquear o al menos minimizar sus efectos.

Los problemas cardiovasculares y la enfermedad renal

El cuerpo humano produce abundantes desechos que hay que limpiar. Una tarea que, en buena medida, corresponde a los riñones. Pero hay que tener en cuenta que estos órganos manejan un alto volumen de líquidos permanentemente. “Podemos pensar en una especie de depuradora. Si los riñones no funcionan, habrá problemas”, explica la profesora de la universidad alcalaína.

A eso se une el control que estos órganos realizan sobre minerales tan habituales en nuestro organismo como el sodio, el potasio, el calcio o el magnesio. “Con un riñón que no esté en condiciones se producirá un desequilibrio hidro-salino, tanto del agua como de los minerales y eso termina afectado al sistema cardiovascular”.

De hecho, es habitual que pueda subir la presión arterial. Entonces el corazón deberá trabajar más de lo normal y se terminará produciendo una hipertrofia (agrandamiento) del ventrículo izquierdo y otros problemas que generan las toxinas no depuradas. “Incluso siguiendo un tratamiento de diálisis, los vasos sanguíneos pueden quedar dañados si se exponen de forma habitual a esas toxinas, porque son muy frágiles”. Y es que, “en el cuerpo humano todo está íntimamente relacionado”, recuerda la investigadora. Por eso, la enfermedad renal puede agravar también la arterioesclerosis.

Otro de los problemas asociados a esta patología es la calcificación vascular. “Parte de la cantidad de calcio que necesitamos la controlan los riñones. Debe haber equilibrio entre lo que ingerimos y lo que eliminamos. Si no lo hacemos, el calcio se deposita en los vasos sanguíneos”.

Dianas terapéuticas para prevenir o minimizar el daño

En la Universidad de Alcalá buscan dianas terapéuticas para prevenir estos problemas. “Hemos trabajado con células que forman parte de nuestros glóbulos blancos para ver cómo se ven afectadas por las toxinas que no terminan de eliminarse”.

Laura Calleros recuerda que estas células forman parte del sistema inmune. “Nos ayudan cuando tenemos una herida, pero si tienen que trabajar en exceso por el efecto de esas toxinas, nos hacen daño. Se pegan a los vasos sanguíneos y pasan a nuestros tejidos”, detalla.

El grupo de investigadores ha logrado demostrar que las toxinas acumuladas por el mal funcionamiento de los riñones inducen la activación de la proteína ILK. Las pruebas in vitro practicadas han permitido comprobar que esta proteína puede ser una potencial diana terapéutica para evitar (o limitar) que las células estimuladas por estas toxinas penetren en los vasos sanguíneos, los inflamen y dañen el endotelio, ese órgano fundamental para que nuestra sangre circule de forma correcta. “Es una pequeña llave para prevenir, bloquear… De ahí sale el conocimiento para los medicamentos”.

La investigación es todavía preliminar. Aunque se han realizado algunas pruebas en ratones, todavía queda lejos la fase de ensayo en los propios enfermos. “Queremos aprovechar la parte económica del premio para seguir investigando. ¿Tenemos una posible diana terapéutica? Sí. Pero hay que ir paso a paso”.

Otra solución pasa por buscar biomarcadores o moléculas que, de forma sencilla, permitan intervenir o diagnosticar de la forma menos invasiva posible y sin tener que recurrir a la biopsia renal. Forma parte también de su interés investigador.

Además, y de forma paralela el ‘Grupo de Investigación traslacional de las enfermedades crónicas asociadas al envejecimiento y la enfermedad renal’, está trabajando en la génesis de la enfermedad renal y en minimizar la pérdida de masa muscular, otro problema asociado a los pacientes renales.

 

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