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Una “guerra” del siglo pasado

Carlos Martín. Investigador social

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Día a día se viralizan vídeos, noticias e imágenes que ilustran la trágica problemática que están viviendo los ciudadanos estadounidenses con la crisis de los opioides. Si todavía no le han llegado, solo tiene que introducir en su buscador la palabra fentanilo para que pueda conocer de una manera rápida y sencilla lo grave de la situación.

Hace ya varios años que EE. UU. intenta -infructuosamente- luchar contra una de las mayores crisis sociales de este siglo. Pero las muertes registradas por sobredosis en 2021, que superaron las 106.000 según el Instituto Nacional sobre Abuso de Drogas (NIDA por sus siglas en inglés), solo son la punta del iceberg. De esta cifra, alrededor de 80.000 se asocian directamente a “opioides sintéticos que no sean metadona (principalmente fentanilo)”.  Y para que usted le pueda dar un sentido temporal, en el año 1999 el número de muertes registradas por sobredosis rondaban las 20.000 personas. En 2015, esta cifra aumentó hasta las 50.000 y actualmente vemos cómo en 2021 la cifra se ha duplicado.

Para darle aún más perspectiva, si este problema tuviera cifras similares en España, estaríamos hablando de más 10.000 personas fallecidas por sobredosis en 2021. Con esta nueva perspectiva, ¿cómo cree que la sociedad española recibiría estas cifras? El número total de fallecimientos por suicidio no llega ni a la mitad de muertes en esta comparación hipotética, y aún así es considerado uno de los grandes riesgos para la salud en nuestro país.

Llegados a este punto, es fácil pensar que lo que debemos hacer es acabar de todas las maneras posibles con la producción y distribución del fentanilo. Y, para ser más precisos, y no volver a tropezar con la misma piedra, con los opiáceos. Sin embargo, Estados Unidos lleva decenios siguiendo esta estrategia y parece no obtener resultados.

Sigamos añadiendo perspectivas, en este caso atendiendo a las funciones que cumplen los opiáceos y sus derivados en nuestro día a día. Imagínese que sufre una caída en bicicleta y se rompe la cadera: es muy probable que para ayudarle a rebajar el dolor durante su estancia en el hospital le suministren alguna clase de opiáceo, como puede ser la morfina. Créame, no querría lesionarse o enfermar en aquellas partes del mundo donde tales fármacos no están disponibles en los botiquines médicos.

Entonces, si los opiáceos tienen un papel tan importante en la práctica médica, ¿cómo ha emergido este problema en EE. UU., y qué papel juega el fentanilo? Lo primero de todo es que problemas como el que le presento no tienen una sola causa; la complejidad del fenómeno se retroalimenta por varios motivos y solucionarlo requerirá también de una combinación de acciones. Y dichas acciones tendrán, sí o sí, que afectar al sistema estadounidense de salud, que durante años ha estado recetando opioides (como el OxyContin) generando una demanda por parte de pacientes que han acabado siendo adictos. Provocando la búsqueda en el mercado negro cuando el suministro de opiáceos no podía ser de manera legal.

En ese cambio de proveedor de médicos a “camellos” es donde entra en juego nuestro “amigo” el fentanilo. Esta sustancia, un opioide de creación sintética 50 veces más potente que la heroína y 100 veces más potente que la morfina, se descubrió en la década de los 60 y se utiliza para proporcionar cuidados paliativos a pacientes avanzados de cáncer o similares.

En esta breve presentación le he expuesto dos conceptos clave que juegan un papel importante en este fenómeno social: potencia y producción artificial. Lo poco que se necesita de dosis para que la sustancia sea activa (sus efectos aparezcan) y su producción más sencilla ha hecho que los proveedores del mercado negro “corten” el suministro de otros opiáceos menos potentes con esta sustancia, consiguiendo dar un producto igual de fuerte a un menor coste, lo que aumenta exponencialmente los beneficios de este proveedor farmacéutico alternativo. Para que se haga una idea de la potencia del fentanilo, el mero contacto con la piel puede llegar a causar la muerte.

Pero centrarse sólo en la sustancia e intentar acabar con ella mediante la criminalización no parece que vaya a ser la solución. Entender el contexto es fundamental: la falta de recursos económicos, la carencia de sanidad universal gratuita y la falta de políticas de prevención y abuso, son sólo algunas variables que deben ser mencionadas. Por ejemplo, un reciente estudio asocia el aumento de la presión policial y las incautaciones con una mayor agrupación espaciotemporal de sobredosis mortales y no mortales (Ray, 2023). Esta investigación señala como al verse interrumpido el sistema de suministro en la calle, los adictos buscan las sustancias a través de otros proveedores de menos confianza, lo que deriva en un mayor desconocimiento de la pureza del producto para el comprador.

Si algo nos ha enseñado la experiencia, y sirva como ejemplo las consecuencias de la Ley Seca, es que la criminalización de las drogas, históricamente, ha utilizado métodos ineficientes para objetivos inalcanzables. Para que conozca hasta qué punto puede el paradigma de la prohibición ser absurdo, en 1999 la Comisión de Estupefacientes de la ONU incluía en la misma categoría sustancias tan dispares entre sí como el cannabis y el fentanilo.

Pero el prohibicionismo, aunque extendido, no es la única opción que tenemos para enfrentarnos a tan indeseables situaciones. La inversión en psicólogos, médicos, sociólogos y otros profesionales capacitados debería sustituir al gasto policial en esta “guerra”. Un ejemplo de que se pueden hacer las cosas diferentes es el caso de Portugal y su política de despenalización de 2001. Con ella consiguieron reducir el número de personas adictos a la heroína, con especial eficacia en los menores de edad.

Sea también consciente de que, llegados a este punto, no existe una solución rápida y mágica. Solo he expuesto los datos que he recabado, para que sea usted el que tome conciencia de ellos y entienda que no se puede resolver un problema del cual no se conozcan sus verdaderas raíces. Aunque cada vez menor, seguimos destinando gran cantidad de recursos en la incautación de drogas en el mercado negro, cuando lo que menos desean los traficantes de drogas es un cambio de políticas.

Para finalizar, y por si tras leer el artículo se encuentra con titulares tendenciosos sobre la “droga zombie” (fentanilo) en España, le recomiendo que no malgaste su tiempo. En primer lugar, porque tales definiciones no son serias desde el punto de vista farmacológico y, además, ponen el foco en la sustancia olvidando otros factores importantes como los comentados. Por otro lado, desde EnergyControl (ONG de referencia sobre consumo de fármacos en nuestro país) afirman que no existe evidencia de que se haya introducido la problemática en relación con el fentanilo en nuestro país y así lo demuestran varios datos recogidos anualmente: el número de consumidores, las sobredosis relacionadas y las incautaciones policiales.

Día a día se viralizan vídeos, noticias e imágenes que ilustran la trágica problemática que están viviendo los ciudadanos estadounidenses con la crisis de los opioides. Si todavía no le han llegado, solo tiene que introducir en su buscador la palabra fentanilo para que pueda conocer de una manera rápida y sencilla lo grave de la situación.

Hace ya varios años que EE. UU. intenta -infructuosamente- luchar contra una de las mayores crisis sociales de este siglo. Pero las muertes registradas por sobredosis en 2021, que superaron las 106.000 según el Instituto Nacional sobre Abuso de Drogas (NIDA por sus siglas en inglés), solo son la punta del iceberg. De esta cifra, alrededor de 80.000 se asocian directamente a “opioides sintéticos que no sean metadona (principalmente fentanilo)”.  Y para que usted le pueda dar un sentido temporal, en el año 1999 el número de muertes registradas por sobredosis rondaban las 20.000 personas. En 2015, esta cifra aumentó hasta las 50.000 y actualmente vemos cómo en 2021 la cifra se ha duplicado.