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El código de la naturaleza: la “etiqueta” en el campo

Afortunadamente, son cada vez más las personas que tienen la oportunidad de realizar lo que los naturalistas llamamos “salidas al campo”. Cualquier fin de semana de buen tiempo es fácil ver ciclistas, excursionistas, naturalistas y aficionados a la observación de aves, entre otras muchas personas, recorrer el campo disfrutando del aire libre, de la quietud y de la paz interior y exterior que sólo la naturaleza puede regalarnos.

Esto no siempre ha sido así. Hubo que esperar hasta finales del siglo XIX para que la Institución Libre de Enseñanza descubriera las bondades del contacto directo con la naturaleza como un pilar fundamental de la educación de niños y jóvenes. Si miramos hacia atrás 50 o 60 años, quienes salían al campo eran básicamente especialistas del mundo académico, y las primeras sociedades de excursionistas, herederas de movimientos filosóficos y hasta políticos. No eran demasiadas las personas “de a pie” que se animaban a descubrir ese otro universo paralelo que es la naturaleza.

En cualquier caso, hoy no es así. Pero cuando salimos al campo no debemos pensar que se puede experimentar una libertad radical que supuestamente estaría coartada en la ciudad. En el campo uno no puede hacer lo que le viene en gana. Hay que observar unas normas de comportamiento que no podemos dar por supuestas: al lado de excursionistas, deportistas y familias también salen al campo personas que desean matar animales, meter ruido y también siguen existiendo los tristemente célebres “domingueros”, famosos por dejar su basura en el campo.

Por lo tanto, creo útil recordar cuál es la “etiqueta” en el campo, las normas de comportamiento que ineludiblemente debemos observar en cualquier salida a la Naturaleza:

No ensuciar, contaminar ni poner en peligro el campo

No debemos dejar detrás de nosotros desperdicios ni en la tierra ni en el agua, y observar escrupulosamente la normativa local de protección contra incendios.

Cerrar las verjas

Dejar siempre cerradas las verjas o portillos de propiedades y granjas, pues si se escapa un animal, podría causar problemas amén de molestias para el propietario

Vigilar al perro

Cuando salgamos con nuestro perro, llevarlo sujeto y vigilado de tal forma que no asuste animales de granja. Es bueno conocer la normativa al respecto.

No dañar vallas, setos y tapias

Además de los daños inherentes a la rotura del límite de una propiedad privada, un muro de piedra puede ser, también, refugio para fauna como Insectos, Arácnidos, Reptiles y micromamíferos, amén de ser Patrimonio Cultural en muchas regiones.

No causar daño a animales ni plantas silvestres

Limitarnos a observar la fauna salvaje, sin intervenir de ningún modo en su vida, no causarles lesiones ni recolectar plantas. Todo está ahí por una razón. Conviene, además, conocer qué especies están protegidas en nuestro entorno.

Conducir con prudencia por las pistas

Tanto si vamos con bicicletas o vehículos motorizados en pistas comarcales o caminos vecinales, tener en cuenta la presencia de fauna silvestre o ganado doméstico. Fundamental poder controlar el vehículo en todo momento.

Informar a las autoridades si se observan irregularidades

Si observamos lazos, cepos, vallados que consideremos ilegales, sospechas de cebos envenenados o cadáveres de animales protegidos, debemos avisar a las Autoridades competentes.

Saludar a las personas

A diferencia de lo que sucede en nuestras deshumanizadas ciudades, en el campo es de buen tono saludar a las personas con quienes nos crucemos. También está bien visto cambiar algunas palabras, si procede, con ellos.

Respetar la vida rural

Agricultores y ganaderos realizan un trabajo fundamental: proporcionan los alimentos que vamos a comer. Por eso, merecen un respeto especial. Si nos los encontramos en el camino, no sólo es correcto saludarles. No pases de largo: si es posible, interésate por su actividad en una breve conversación.

En definitiva, todas estas sencillas normas pueden resumirse en una:

“No des motivo a nadie para que lamente tu visita”

Afortunadamente, son cada vez más las personas que tienen la oportunidad de realizar lo que los naturalistas llamamos “salidas al campo”. Cualquier fin de semana de buen tiempo es fácil ver ciclistas, excursionistas, naturalistas y aficionados a la observación de aves, entre otras muchas personas, recorrer el campo disfrutando del aire libre, de la quietud y de la paz interior y exterior que sólo la naturaleza puede regalarnos.

Esto no siempre ha sido así. Hubo que esperar hasta finales del siglo XIX para que la Institución Libre de Enseñanza descubriera las bondades del contacto directo con la naturaleza como un pilar fundamental de la educación de niños y jóvenes. Si miramos hacia atrás 50 o 60 años, quienes salían al campo eran básicamente especialistas del mundo académico, y las primeras sociedades de excursionistas, herederas de movimientos filosóficos y hasta políticos. No eran demasiadas las personas “de a pie” que se animaban a descubrir ese otro universo paralelo que es la naturaleza.