“Sin duda, la exhumación en Manzanares, ha sido de las más complicadas que ha hecho la Asociación. Así coinciden las personas más veteranas”, explica Serxio Castro, director de la exhumación que se llevó a cabo durante cinco semanas en el mes de mayo. La asociación sigue trabajando con los resultados de las labores en las que participaron no sólo personas voluntarias, sino también muchos de los familiares de las personas enterradas en las fosas comunes. “Al final son los familiares los que asumen parte del trabajo, que están ahí dedicando su tiempo haciendo lo que no hace el Estado español. Son los propios familiares los que al final resuelven lo que debería hacer el Estado”, recalca.
¿Por qué fue tan difícil? “Normalmente sabes como actuar, como ocurrió con el cementerio de Guadalajara, porque lo que suele alargar los trabajos es que haya más o menos cuerpos. Pero en Manzanares íbamos a una zona que parecía que no iba a tener nada alrededor, pero nos encontramos con fosas hechas en piedra caliza, lo que dificultó nuestras intenciones de querer respetar la fosa”, señala Castro.
Al final, fue necesario romper la piedra alrededor de la fosa, a lo que se suma también que había un nivel de “removido” importante. “Esto quiere decir que muchos cuerpos habían sido tocados en alguna ocasión, por alguna otra exhumación, y no sabemos con seguridad por qué. Sabemos que fue un cuerpo exhumado en esa fosa y hubo que cavar hasta dos metros para que apareciesen los primeros cuerpos de los individuos que ya habían sido removidos”, relata. A partir de ahí se ha registrado todo lo encontrado de manera arqueológica y con la ayuda del antropólogo para poder realizar la individualización de las personas enterradas. “Pero claro, el trabajo siempre se ha complicado”, señala.
Los cuerpos de las fosas no habían sido todos removidos, señala Castro, como ocurre en la fosa número cuatro. “Eran menos los cuerpos, y aparecían más separados, por lo que era más fácil trabajar con ellos. Pero aún así, a una altura de 2,7 metros de profundidad se produjo un desplome, suponemos que por estar más cerca de las capas más húmedas y por eso se vino abajo el terreno y la piedra. Por eso, tomamos la decisión de abrir las sepulturas entre las fosas 1 y 4 para poder trabajar más cómodos y más seguros”, explica.
Castro explica que el clima tan seco y fuerte también fue parte de la dificultad a la que se enfrentaron las personas que trabajaban en la exhumación. “Hubo gran participación de los voluntarios, aunque quienes no son parte del equipo oficial sólo ayudan a mover tierra, porque no tienen la formación previa que hace falta. Fue una gran ayuda, sobre todo para poder mover los cubos de tierra y las carretillas. Eso sí, no bajó nadie que no fuera del equipo, porque es necesario tener muchos años de experiencia para controlar bien lo que se hace una vez has bajado”, señala.
Sin embargo, las dificultades no pusieron en duda en ningún momento los objetivos de la Asociación. “Cuando nosotros asumimos el empezar un proyecto, lo hacemos con todas sus consecuencias. Porque el fin último es encontrar los cuerpos y que aparezcan más familias para que puedan reclamarlos. Lo teníamos claro, a pesar de las dificultades, no nos íbamos a ir, nunca hemos cancelado exhumaciones. Sabemos cómo se trabaja y no nos íbamos a ir antes de devolver los cuerpos a las familias”. Para realizar estas labores, son voluntarios como Juan Carlos, un minero prejubilado, la clave del trabajo de la asociación.
A principios de junio, la Asociación dio por finalizada la exhumación, en la que se recuperaron 34 cuerpos de personas asesinadas durante la dictadura franquista tras la Guerra Civil. En total, fueron 17 días de trabajo ininterrumpido, en los que se encontraron diversos objetos que serán estudiados, restaurados y entregados a las familias en caso de que se produzcan las identificaciones. Entre los objetos había una medalla de una virgen, unas gafas y además se han recogido numerosos casquillos de bala.