La Huerce, un pueblo solidario en el Alto Sorbe de Guadalajara
Entre frutales y un monte de roble, pino y estepa. En medio de una vegetación exuberante, en el corazón del Parque Natural de la Sierra Norte. Y al pie del pico Ocejón, uno de los techos de Castilla-La Mancha, circundado por el Mojón Cimero, la Peña Madurita, el Cerrejo Peña las Fuentes y el manantial de Los Estilejos. En este enclave aparece La Huerce, una de las poblaciones más genuinas y características de la Sierra de Guadalajara y, más concretamente, del Valle del Sorbe. Un rincón hermoso y sencillo que rezuma el poso de la Historia de una comarca plagada de costumbres ancestrales.
Precisamente, este es el hilo conductor de ‘La Huerce. Historia de un pueblo solidario’ (Intermedio Ediciones), un libro en el que el periodista y escritor Pedro Aguilar repasa el pretérito de esta población tomando como referencia el testimonio de decenas de huerzanos. El impulso de este libro se debe al Ayuntamiento de La Huerce, cuyo alcalde, Francisco Lorenzo (PSOE), asegura a eldiarioclm.es que “es un orgullo que nuestro pueblo pueda decir ya que todo el legado de nuestros padres, abuelos y bisabuelos está ya salvado para siempre gracias a esta obra”.
No es habitual que los ayuntamientos dediquen sus fondos a proyectos culturales de esta envergadura y tampoco es habitual que la presentación de un libro, en plena canícula, concentra a decenas de personas, tal como ocurrió el pasado 10 de agosto. Ese día, la plaza de La Huerce se llenó de vecinos y visitantes para saludar la publicación de un volumen cuyo objetivo principal era rescatar la memoria del pueblo, de sus gentes, sus costumbres y sus viejos oficios. Fue una jornada para el reencuentro entre generaciones y para la búsqueda del patrimonio inmaterial que representa escarbar en nuestras raíces.
“El libro surge de la iniciativa del Ayuntamiento de La Huerce para pedir la declaración de Fiesta de Interés Turístico Provincial de las danzas tradicionales que se conservan en este pueblo. El alcalde me pidió que prepara la documentación necesaria para este trámite y de ahí surgió la idea de ampliar el trabajo”, explica Pedro Aguilar.
La Huerce es un pueblo ubicado en el extremo noroeste de la provincia de Guadalajara. En invierno apenas quedan 15 habitantes, pero durante el verano la población se dispara. Pero si por algo sobresale este núcleo, y de ahí el título del libro de Aguilar, es por la solidaridad demostrada por sus habitantes a lo largo de un pasado tan complejo como discreto. La Huerce, a una hora más o menos de Guadalajara capital, no dispuso de carretera de acceso hasta comienzos de la década de los 90. El autor considera que “estar lejos de las comunicaciones hizo que el modo de vida de sus gentes hasta bien entrado el siglo XX fuera parecido al de la época medieval. Pero, aunque sea una carga para el desarrollo, esta ubicación geográfica tan singular también ha permitido preservar costumbres que conforman la idiosincrasia del pueblo”.
Lo que caracterizó siempre a los huerzanos fue la ayuda mutua que se prestaron en momentos de necesidad, “ya sea para colaborar en las tareas del campo o para hacerse una casa”, y el sentimiento de apego hacia su propio pueblo. Esto es lo que antaño permitió idear una estrategia a los vecinos para que el pueblo no quedase deshabitado. “Es fácil que cuando el pueblo se queda vacío una vez luego ya cueste mucho volver a llenarlo, de ahí la importancia de los turnos que establecieron los huerzanos para evitar que el pueblo se quedara sin nadie nunca. Esta solidaridad es lo que me cautivó de este pueblo porque en la sencillez está casi siempre la autenticidad”, destaca Aguilar.
Ganadería y carboneo
El libro se divide en tres bloques. El primero contiene un resumen de la historia de la localidad y de los acontecimientos más destacados de la comarca, además de un cuantioso ramillete de fotografías antiguas. En el segundo se detalla cómo era el día a día de los huerzanos hasta mediados del siglo XX, justo cuando se inicia el éxodo rural a las ciudades. Y, finalmente, la última parte aborda el resurgir del pueblo en los años 70, coincidiendo con la recuperación de las Danzas de San Sebastián, fiesta declarada de Interés Turístico Provincial.
Regado por el río Sorbe y caracterizado por las temperaturas frías y las nevadas de invierno, La Huerce es un pueblo cuya historia ha discurrido a la par que la del Señorío de Galve –primero en manos de los Orozco y después de los Estúñiga-, una cercana población que dispone de castillo y en la que siempre residieron los señores de esta zona. El primer conde de Galve fue nombrado por Felipe II en 1557. En La Huerce y sus alquerías, tal como consta en el inventario general del Reino de 1752, destacaba la producción de carbón que se hacía principalmente en las cepas del brezo. Entonces había 39 vecinos y algo más de 150 almas. Hoy el censo no supera los 60 habitantes, aunque la localidad mantiene intactas sus constantes vitales.
La ganadería ha sido el principal sustento de las gentes de este enclave, al igual que en toda la Sierra de Guadalajara. Braulio Robledo explica en el libro que “cada familia solía tener 70 cabras, 70 ovejas, dos vacas y una mula para acarrear la leña, la mies o la paja para los animales”. La matanza, la labranza, el carboneo, los batanes y el trabajo con la lana formaban parte también del calendario de tareas de los habitantes de este pueblo.
Después, a partir de los años 60 del siglo XX, arrancó el declive como consecuencia de la despoblación del medio rural. La Huerce era entonces, como tantos otros pueblos del interior, un pueblo sin las necesidades mínimas cubiertas, no en el plano alimenticio, sino en el de los servicios de transporte, atención médica, educación y asistencia social. Todo ello se traduce no sólo en la merma del censo de habitantes, sino en el envejecimiento y deterioro del caserío, con viviendas cuya construcción se remontaba a más de un siglo.
Patrimonio etnográfico
El declive forzado por la sangría rural empezó a remitir en la década de los 70, aunque parcialmente. “Creo que el rescate de las danzas corre paralelo al resurgir del pueblo”, subraya Aguilar. “Y eso se junta también con el arreglo de las viviendas y la posterior construcción de la carretera de acceso”. El resultado de todo ello es La Huerce tal como la conocemos ahora: un pueblo alegre y vital, un conjunto urbano protegido por normas que obligan a respetar los parámetros de la Arquitectura Negra y uno de los siete pueblos de Guadalajara que conservan danzas tradicionales.
Deogracias Lorenzo, conocido como Deo en La Huerce, fue uno de los artífices de la recuperación de esta fiesta, junto a Julio Robledo, Valentín Silvestre y Francisco Silvestre. “Siempre tuvimos mucho interés, en cuanto me propusieron intentar rescatar las danzas no me lo pensé. Cogí el laúd y aprendí a tocarlo, y luego enseñamos a muchos jóvenes”, explica a este digital.
Las danzas de La Huerce responden al esquema de danzas para el ritual festivo que tuvieron especial arraigo en la zona norte de la provincia de Guadalajara. Son danzas ejecutadas por ocho bailadores que responden a un esquema fijo y una coreografía transmitida de padres a hijos durante generaciones. Son, en su mayoría, piezas de paloteo pero también de cintas que se acompañan de música, antaño de bandurria y guitarra y ahora de dulzaina a través del Grupo de gaiteros Mirasierra, procedentes de Cantalojas y Atanzón.
La fiesta se ejecutaba en honor de San Sebastián. Actualmente, se sigue festejando a este santo aunque la fecha de celebración se trasladó a mediados de agosto, que es cuando más gente hay en el pueblo. El origen de este tipo de fiestas, según matiza Aguilar, “se encuentra en el acto de acción de gracias a la deidad, o ya en la tradición cristiana, a santos y advocaciones marianas, bien para agradecer las cosechas o algún hecho extraordinario, bien por la resolución de una tragedia solventada por la acción sobrenatural, como puedan ser curaciones de epidemias como la peste, o plagas como la de la langosta, habituales en los últimos siglos en esta región de la Península Ibérica”. ‘El Batallón’, ‘La marcha real’, ‘San Sebastián’ y ‘Somos los hijos de Adán’ son algunos de los títulos de las danzas conservadas en La Huerce.
Hablar con los mayores
Para Pedro Aguilar, “la historia de La Huerce es la historia de un pueblo que no quiso ser abandonado. La historia de hombres y mujeres que a fuerza de imaginación, solidaridad y tesón hicieron lo imposible para que su pueblo siguiese vivo. Durante siglos fueron autosuficientes. La luz, el teléfono o el agua corriente llegaron aquí más tarde que a la mayoría de los pueblos de la provincia”. El autor destaca que la solidaridad convierte a las gentes de La Huerce en “los verdaderos protagonistas” del libro. “Aprendieron a sobrevivir gracias a la solidaridad, todos necesitaban de todos para vivir, lo sabían y hacían gala de ello”.
“Hoy en mi pueblo –afirma Francisco Lorenzo, alcalde-, como en tantos otros, no se vive igual que se vivía antes. Los usos y costumbres de las gentes han cambiado. Solo los más mayores, que las han vivido, conocen aquella cultura y aquellas tradiciones, y no queríamos que se muriesen con ellos. Por eso encargamos este libro a alguien que conociera la historia, pero que además hiciera una labor de periodista, hablando con los mayores, que le contasen cómo vivían antes y que luego lo escribiese”.
Jesús E. Padín, editor del volumen, destacó “la calidad de la edición”, por lo que quiso felicitar al Ayuntamiento de La Huerce. Durante la presentación de la obra también intervinieron el etnólogo y folclorista José Antonio Alonso, quien aseguró que “el libro se lee de un tirón” al tiempo que hizo hincapié en las relaciones tejidas a lo largo del pasado entre la zona del valle del Sorbe y el Alto Rey y la importancia de “mantener el legado etnográfico” de esta comarca.
Por su parte, Raúl Conde, periodista originario de Galve de Sorbe, municipio situado a poco más de 10 kilómetros de La Huerce, subrayó la necesidad de “recuperar y mantener” las tradiciones. Además, tuvo un recuerdo especial para “el enorme esfuerzo” realizado por los vecinos de este pueblo en el rescate de las danzas y, en referencia al autor, resaltó su “capacidad para ir de los grandes temas a lo más terrenal a través de un estilo caracterizado por el contacto con la gente, que es la base del periodismo”.