Hace dos años que el Festival del Cine y la Palabra (CiBRA) invitó por primera vez a Leonardo Padura a visitar Toledo. El escritor cubano es también guionista cinematográfico y un gran aficionado al séptimo arte y por fin recala en la capital castellano-manchega de la mano de este certamen. La ciudad se convierte además en escenario del estreno de su nuevo libro. ‘La transparencia del tiempo’ (Tusquets) supone el regreso del personaje más famoso de la serie policiaca de Padura: un crepuscular y nostálgico Mario Conde. En esta ocasión viaja a través de la historia desde Cuba hasta España debido a un misterio en torno a la desaparición de una virgen negra. En plena gira de presentación del libro, el escritor, Premio Princesa de Asturias de las Letras en el año 2015, charla con eldiarioclm.es sobre este personaje, sobre cómo le ha acompañado en los últimos 27 años, sobre la novela negra y sobre la muerte de las ideologías.
Se van a cumplir 27 años desde que Mario Conde nació con ‘Pasado perfecto’. ¿Es ‘La transparencia del tiempo’ la novela crepuscular de este personaje?
Es una novela crepuscular, pero no del anochecer. Le queda todavía un rato de tarde y espero que me siga acompañando unos años más. Mi objetivo es seguir haciendo una crónica de la vida cubana a través de este personaje.
¿Cómo ha tratado de que evolucione este policía a lo largo de estos años?
Ha sido un proceso muy interesante porque a través de él he logrado canalizar y autoanalizar el proceso que yo mismo estoy viviendo. Mario Conde, por un error que cometí en 1990, es un año mayor que yo pero es mi contemporáneo, es la persona que me ha acompañado durante todos estos años, que va viviendo las distintas etapas de mi vida y ahora juntos estamos viviendo los 60 años. Me sirve para expresar física y mentalmente los desafíos y metamorfosis a lo largo de los años.
Se ha vertido completamente el escritor en su personaje…
Eso es. Me ha servido para mirar la realidad y para mirarme a mí mismo. Para tratar de entender aspectos de la realidad cubana a través de un personaje y de un lenguaje en el que utilizo su escudo, sobre todo la ironía, que es lo que le salva de caer en la depresión, pero que a la vez lleva esa carga de melancolía, de nostalgia y del peso del pasado en sus espaldas.
Precisamente la nostalgia ha estado ya muy presente en las anteriores entregas, ¿se vuelve ahora más fuerte?
Yo creo que sí, es algo que inevitablemente te acompaña. Uno siempre tiene la idea de que cualquier tiempo futuro será mejor pero se da cuenta a lo largo de los años de que es el pasado el que fue mejor. En el caso de Mario Conde, él tiene una gran nostalgia por el pasado. Tuvo juventud, esperanzas e ilusiones que han ido desapareciendo. Ahí estaba ese ‘Pasado perfecto’ con el que empezó todo.
La trama de esta novela se traslada hasta España, desde la Corona de Aragón hasta la Guerra Civil. ¿Cómo surgió?
Tiene que ver con la búsqueda de un pretexto que me permitiera abarcar otro tiempo histórico en el que se pusiera de manifiesto, como en ‘Herejes’, la relación del hombre con la historia, que puede cambiarle la vida de un momento a otro. En ‘Herejes’ se centraba en la búsqueda de la libertad individual y en este caso el núcleo es el peso de la historia. Encontré este juego con el elemento de una virgen negra que resulta ser otra diferente, y ha sido un camino para perderme ocho siglos atrás y ver cómo el destino del hombre puede ser el mismo en distintas épocas.
Y se repite a lo largo del tiempo…
Se repite constantemente. Por eso es una novela circular, cíclica, en la que hay un mismo personaje, que no es el mismo pero que tiene el mismo nombre y que va dando vueltas en el tiempo y cuyo destino se repite.
En cuanto a la homosexualidad, ya abordada sobre todo en ‘Máscaras’, ¿qué papel juega en ese contexto?
He querido abordarla con una perspectiva mucho más desprejuiciada. En Cuba siempre fue un estigma por nuestra educación judeo-cristiana, por la moral burguesa y por las relaciones familiares. Después de la Revolución, se complicó por ser políticamente incorrecto. Fue un drama que ha ido perdiendo peso porque afortunadamente la sociedad cubana la ha ido admitiendo como algo normal. Pero de todas maneras se arrastran prejuicios. El propio Mario Conde no se libera de aquellos que tienen que ver con su educación. En el caso del último libro, he querido que el homosexual no solo sea la víctima, sino también el victimario, lo cual significa que son personas que son capaces de sufrir pero también de hacer sufrir. Le quito un poco de dramatismo y lo concentro en elementos que no tienen que ver con las preferencias sexuales como son la amistad y la traición.
Todas las novelas con este protagonista han sido también, como ha dicho, el relato de la historia de Cuba. Ahí aparecen también sus referentes como Manuel Vázquez Montalbán o Raymond Chandler. ¿Es la constatación de la novela policiaca como novela social?
Absolutamente. Yo la asumo como novela social. Mis tramas policiacas son muy simples y con mucha facilidad se puede trazar el hilo que conduce del crimen al revelamiento del mismo. Lo que me interesa más es el contexto en el que se rompe un equilibrio social a través de un crimen. Eso te permite tocar de manera muy directa el lado oscuro de una sociedad y de un ser humano. Entonces, tiene ese peso indiscutible de novela social y mis referentes literarios en el terreno de la novela negra son escritores que practicaron con absoluta conciencia la novela social. En el caso de Chandler y (Dashiell) Hammett era una necesidad visceral. En el caso de Montalbán, (Andrea) Camilleri o (Henning) Mankell, con los que comparto era, es una conciencia particular de que estamos haciendo novela social.
¿Qué opina de este género en España, donde es el favorito de los lectores?
Es porque la novela de carácter policial tiene un atractivo ancestral: el viejo que se sentaba con la tribu y le contaba una historia, es la Ilíada o la Odisea, con un principio y un final, y eso siempre es atractivo para los lectores. Y si además esa historia está aderezada con una serie de interrogantes que se distribuyen a lo largo de la narración, eso hace que sea un género muy amable porque te permite tener esa cercanía con el lector y a la vez entregarle una reflexión sobre una sociedad y un tiempo que le hace penetrar de forma directa y sin mayores artificios en un contexto determinado.
Al margen de la novela negra, en ‘El Hombre que amaba a los perros’, usted reflejó toda una crisis ideológica del siglo XX. ¿Se mantiene en nuestros días?
Se mantiene incluso de peor manera. ‘El hombre que amaba a los perros’ está centrada en la perversión de la utopía, de la sociedad de los iguales que el hombre ha soñado desde siempre, como Arcadia o la Ciudad del Sol de Tomás Moro. Hemos recorrido a lo largo de la historia la búsqueda de esa sociedad mejor. Parecía que en el siglo XX se iba a alcanzar y resulta que estamos en un siglo XXI en el que se ha perdido el norte de las ideologías y la utopía parece cada vez más lejana y en el que las clases políticas que gobiernan son cada vez más impresentables. Estamos viviendo un momento en el que por primera vez se puede llegar a pensar que en lugar de políticos, a veces sería mejor que nos gobernaran tecnócratas que por lo menos organizaran bien las sociedades y establecieran una justicia económica que funcionara.
Sin embargo, pese a ese contexto general, los procesos son muy diferentes en España y en Cuba…
Es un fenómeno universal, pero sí, cada país tiene sus particularidades. España está viviendo momentos complicadísimos en cuanto a su propia identidad desde la era moderna. Pero en el caso cubano, se ha intentando replantear el modelo económico y social, y en algún momento tendremos que replantearnos también el político, aunque no es la voluntad expresa. Todo ello se ha conseguido con muchas dificultades, porque el momento es muy convulso. Necesitamos una normalización de la vida cubana e inevitablemente (y esto es terrible) pasaría por una normalización de las relaciones con Estados Unidos. Pareció que eran posibles esos cambios, pero Donald Trump acabó con esas esperanzas de tener por lo menos una convivencia civilizada con los Estados Unidos.
¿Cuál sería su deseo inmediato a este respecto?
Que Cuba pudiera decidir su destino en libertad y con ello mejorara la vida de todos los cubanos.