Difícil es imaginar el paisaje manchego sin los molinos de viento. Estas infraestructuras son un ícono de la zona gracias en gran parte a la obra universal del Quijote de la Mancha. Pero la realidad es que los molinos de viento son mucho más que un elemento literario, y supusieron la respuesta a cambios “trascendentales” que se produjeron en España a partir de la llegada a América. “Fundamentalmente se genera una expansión no sólo militar, sino económica y demográfica y hacen falta nuevas tecnologías”, resalta Honorio Álvarez García, técnico de Patrimonio de la Junta de Comunidades y uno de los ponentes del curso de verano de la UCLM 'Patrimonio molinero manchego', organizado en la localidad de Campo de Criptana.
Dirigido por los profesores de la UCLM José María Coronado y Esther Almarcha, e inaugurado por el vicerrector de Cultura, Deporte y Responsabilidad Social, César Sánchez, junto con el alcalde de Campo de Criptana, Santiago Lázaro, el programa pretende dar a conocer el papel de los molinos de viento en la configuración histórica del territorio, analizar las características de este patrimonio y las formas de intervención para su recuperación y definir estrategias para su puesta en valor como herramientas de promoción cultural y turística.
En el caso concreto de Campo de Criptana, explica Álvarez García, los molinos se crean dentro del contexto de la Orden Militar de Santiago y suponen una fuente de ingreso para la orden militar. Las instalaciones de grandes aspas llegan para solventar los problemas a los que se enfrentaban los molinos hidráulicos, que no funcionaban en las épocas de estiajes de los ríos. “Se necesita esta expansión tecnológica para alimentar a la nueva sociedad que se genera”, resalta. “Mientras más gente, más pan”, resume.
Respuesta tecnológica
Los molinos eólicos ya se conocían desde el tiempo de las Cruzadas, explica, pero las nuevas tecnologías que se van conociendo entre los siglos XVI y XVII se “vuelcan” en estas infraestructuras. Los banqueros Fugger en Almagro, que llegaron a la zona para gestionar, entre otras cosas, las minas de Almadén también, fomentan este tipo de tecnología ya que supone “importantes rentas”. Los molinos se vuelven fundamentales también porque se comienza a dedicar tierra que antes era de uso ganadero a cultivar no sólo para consumo humano sino también animal.
“Se desecan las lagunas, en aras a ganar tierra al cultivo. El trigo se convierte finalmente en el recurso principal para alimentar una red de comercio importante y así surge también la figura del labrador rico”, explica Álvarez. Las ganancias se dedican entre otras cosas a la construcción de palacios y casas señoriales, y también al ornato de iglesias y ermitas. “Esta clase del labrador rico es la que aparece luego en las obras de Calderón y Lope de Vega, el castellano religioso, hasta llegar a la figura del hidalgo”, señala el experto. “Es lo que tenemos por figura profundamente española en el Siglo de Oro”, remata.
Siglo de Oro
Entre los siglos XVI y XVIII se construyen en Campo de Criptana más de treinta molinos, muchos de origen militar, de la Orden de Santiago y alguno por iniciativa privada. “El concepto de propiedad es complejo, porque se podía explotar directamente o arrendarse a un molinero para explotarlo a él régimen de alquiler. Se pueden llegar hasta cuatro propietarios”, explica Honorio. Esto provoca, a su vez, la llegada de más población a la zona, porque hace falta mano de obra.
“Este nuevo mundo genera igualmente una mejora en las infraestructuras de camino, de las comunicaciones, en las que Campo de Criptana tiene un lugar privilegiado”, resalta. La localidad fue la primera “gran concentración” de molinos, que han marcado el paisaje, aunque sólo se conserven tres molinos de ese tiempo. “Es el paraje más reconocible de una novela como el Quijote, le da un carácter literario, cultural y paisajístico que se ha excedido de lo que fue en su momento una respuesta a una coyuntura económica y demográfica”, resalta.
“Son parte fundamental del paso de la Edad Media a la Edad Moderna, los molinos son parte del Siglo de Oro con Felipe IV”, añade. Algunas de estas edificaciones están protegidas como Bienes de Interés Cultural, y en el caso concreto de Campo de Criptana, el paraje completo de la Sierra. “De cara al futuro nos preocupa que no se pierda este patrimonio, sobre todo el inmaterial. Es necesario proteger la molienda y las técnicas asociadas. Queremos hacer gabinete didáctico para saber cómo funcionaba y funciona el oficio de molinero. Este es el reto”, concluye Álvarez.