Montpellier para bibliófilos
Entre los pocos placeres que un emigrante puede permitirse en tiempos de crisis aún está, por suerte, la posibilidad de adquirir libros de segunda mano a buen precio en algunas librerías de Francia. Y es que la compra y la venta de libros de lance no es asunto baladí en el país vecino: raro es el mercado callejero, por pequeño que sea, que no tenga un puesto de bouquins, y pocas son las ciudades que no cuentan con alguna tienda centrada en este negocio editorial, que aún sigue siendo marginal en España.
De las librerías que venden libros usados una de mis favoritas es Gibert Joseph. Para quien no la conozca, aclararé que Gibert es una cadena de grandes establecimientos implantada en algunas de las más importantes ciudades galas, principalmente en aquellas que tienen universidad. Las sucursales suelen ocupar edificios céntricos, como las tres que hay en el Barrio Latino de París, y, aunque en ellas también encontremos películas, discos y artículos de papelería, se diferencian de otras empresas del ramo como, por ejemplo, FNAC, en que su actividad primordial no ha dejado de ser la venta de libros.
La peculiaridad de Gibert es, como decía, que comercializa tanto libros nuevos como de ocasión, a los que distinguen con la pegatina amarilla característica que los volúmenes lucen en el lomo, y que pueden adquirirse a un precio reducido. Para ello, la librería adquiere ejemplares ya usados a cambio de dinero o de un vale de compra que sólo es utilizable dentro del establecimiento. Cualquier persona mayor de edad provista de documentación en regla puede vender sus libros en Gibert. De hecho, es habitual que los universitarios se desprendan de la bibliografía acumulada al final de sus estudios, o que las familias expurguen sus bibliotecas al hacer una mudanza, por lo que los fondos de la librería están en continua renovación.
Pero más interesante aún es, quizá, la evolución del precio de los libros usados, que, basado inicialmente en factores como el estado de conservación del ejemplar o el carácter más o menos novedoso de la obra, irá reduciéndose conforme avance el tiempo sin que aparezca un comprador. Como en una subasta a la inversa, un volumen pasará de costar, pongamos, siete euros, a valer cinco, tres, uno o veinte céntimos, el mínimo que se llega a pagar. La degradación también es física: de los estantes situados en las plantas superiores de la librería el ejemplar irá a parar a los cajones semiocultos que hay bajo las mesas de novedades y, finalmente, a los expositores de la calle.
Precisamente la posibilidad de comprar libros usados a buen precio en establecimientos como Gibert es uno de los principales atractivos de la ciudad de Montpellier, donde la cadena posee una sucursal de tres pisos que parece competir en actividad con Sauramps, otra librería aún mayor ubicada a unos quinientos metros y considerada la segunda más grande del país tras Le Furet du Nord, en Lille. Aunque a decir verdad, las dos librerías más importantes de Montpellier no rivalizan, sino que se complementan: Sauramps no vende libros de segunda mano, pero organiza interesantes encuentros con escritores de renombre, algo que no hace Gibert.
Las demás librerías del municipio, más pequeñas e independientes, pero muy bien surtidas (como, por ejemplo, Un jardin de livres, especializada en autores de habla hispana), terminan de satisfacer la demanda lectora de una ciudad que cuenta con 60.000 estudiantes universitarios y que, cada mes de mayo, acoge el festival de literatura La Comédie du Livre, uno de los más prestigiosos del Mediterráneo y cuya edición de 2015 protagonizarán España y Portugal.
Variedad de idiomas y ediciones
La heterogeneidad de la población de Montpellier (formada en buena medida por los universitarios venidos de los cinco continentes, por las olas migratorias llegadas desde el sur de Europa, el África Subsahariana y el Magreb, y por los estudiantes anglosajones, nórdicos y centroeuropeos que acuden cada año a la ciudad para aprender francés), contribuye a que la diversidad de idiomas de los libros usados que podemos comprar en establecimientos como Gibert, entre otros, sea más que estimable: aparte de la lógica mayoría francófona es frecuente encontrar títulos en inglés, español, alemán, ruso o italiano, y hasta existe una librería como Le BookShop, situada en el sótano de un edificio renacentista, en el laberíntico casco histórico, que sólo comercializa obras en lengua inglesa y que también posee un abundante fondo de lance.
Igual variedad suelen presentar las ediciones disponibles de un mismo texto, en su mayoría de obras clásicas (a menudo se trata de ediciones bastante recientes), hasta el punto que a veces resulta difícil escoger: ¿será mejor comprar la edición de Madame Bovary de Gallimard, que tiene un estudio introductorio y letra grande pero mal papel, o la de Flammarion, que cuenta con buen papel y mejores anotaciones pero posee una tipografía minúscula? ¿O será mejor esta otra de Grasset, que tiene una cubierta atractiva, un glosario y un papel ahuesado más resistente al paso del tiempo?
En este contexto, comparar la situación del negocio del libro usado en Francia y España es casi inevitable. Pese a la dificultad existente de encontrar datos fiables sobre este sector (las cifras de ventas de los libros de lance no aparecen en el Anuario de Estadísticas de 2014 del Ministerio de Cultura), se observa que, al margen de internet, la actividad en nuestro país ha quedado reducida a las ferias itinerantes, cada vez más decaídas, a unos cuantos establecimientos que apenas sobreviven y a algún mercado como el de Sant Antoni, en Barcelona, que, hay que reconocerlo, ha perdido interés.
¿A qué se deberá este descenso en la compra de libros de ocasión en España, mientras que en Francia, país menos afectado por la crisis, el negocio no ha dejado de aumentar, y cuatro de cada diez libros adquiridos son ya usados?