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Alan en un nombre común entre los kurdos, dos sobrinos míos que siguen viviendo en la región de Efrîn, en la esquina noroeste de Siria, también se llaman Alan. A pesar de la muerte trágica de Alan y la de mi tío Ali hace dos meses en el Mediterráneo, tanto mi hermana como mi hermano están pensando en el éxodo hacia Europa. Los dos llevan cuatro años viviendo con el miedo y la inestabilidad, encerrados en una región montañosa que tiene frontera con los territorios controlados por los radicales islamistas y también con Turquía, país que ejerce un cerco económico sobre esta región desde el inicio de la guerra.
Efrîn tiene una vía de tren que la enlaza con Turquía, si el Gobierno turco hubiese abierto esta vía férrea para la circulación de mercancías y ayudas humanitarias, mucha gente no hubiese abandonado a Efrîn. Pero el presidente turco, Receb Tayyib Erdogan, sólo dejaba la frontera turco-siria abierta para enviar armas y municiones a los combatientes del Estado Islámico y otros grupos yihadists.
Europa no hizo nada para consolidar la administración multiétnica en el norte de Siria, donde las regiones de Efrîn, Kobanê y Cizîrê acogían a cientos de miles de refugiados de otras regiones de Siria. Al contrario apoyaba a los enemigos del modelo kurdo de convivencia entre etnias y religiones, financiando a los islamistas “moderados”, los que ahora rodean a Efrîn y atacan a sus pueblos con morteros y secuestran a los kurdos que viajan a otras ciudades de Siria. Estos fanáticos no toleran que la autoridad en Efrîn haya abolido la poligamia y amenazan a los kurdos para que cierren las tiendas de bebidas alcohólicas.
La mayoría de los refugiados sirios en Jordania, el Líbano, el Kurdistán iraquí y Turquía viven en malas condiciones, todos sueñas con que Siria tenga la paz pronto para que vuelvan a sus ciudades para reconstruirlas de nuevo. Los que arriesgan la vida para llegar a algunos países europeos, lo hacen para que sus hijos tengan un buen futuro. El padre de Alan sufrió mucho antes de tomar la barca hacia Grecia, en Siria los yihadistas del Estado Islámico le habían arrancado los dientes y en Turquía trabajaba en la construcción todo al día por un sueldo que no le alcanzaba para pagar el alquiler de la casa. Él salió de Kobanê para que sus hijos tengan una vida decente en Canadá, donde reside su hermana, pero el destino le condenó para que permanezca eternamente en la destruida Kobanê, cerca de las tumbas de sus dos hijos y su mujer. El padre de Alan rechazó la oferta de asilo en Canadá y sólo desea “que se acabe la guerra en Siria”, y eso lo que desean la mayoría de los refugiados sirios.
Antes de que perdamos a otro niño como Alan, ahogado en el mar o asfixiado en un camión, antes de que perdamos a otro Mohamad por los barriles bomba del Assad, antes de que perdamos a otro George, Hasan o Ali (nombres comunes entre las minorías religiosas de Siria) por los morteros de la oposición islamista, los países europeos no sólo tienen que preocuparse por los refugiados que llegan a sus tierras sino deben actuar inmediatamente para detener el envío de armas desde Turquía y los países del Golfo a los yihadistas. Europa debe estrechar más el cerco sobre el régimen sirio y presionar a Turquía para abrir los pasos fronterizos con Efrîn, Kobanê y Cizîrê, para que respiren los pueblos que viven en estas regiones del norte sirio y puedan resistir ante el horror yihadista.
Alan Kurdi*: En los medios aparecía como Aylan Kurdi, podría ser un error del periodista canadiense que redactó la primera noticia sobre Alan, o un error de las autoridades turcas que, igual que las sirias, escriben los nombres kurdos según se pronuncian en turco o árabe, y no como se pronuncia en lengua kurda.