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Una bomba de agua

Sobre la mesa el informe sobre cambio climático de Raphael Lemkin y Hersch Lauterpacht, el más pesimista y catastrófico de todos, “Masa y Poder” de Elias Canetti y “Hacia un saber sobre el alma” de María Zambrano. Estos son los alimentos de octubre, además de un plato de higos que ha traído esta mañana L. Entre otras obsesiones, algunas frases de Kafka se han clavado en mí estos días como astillas de lenguaje.

El paseo fluvial se llena de paseantes y corredores, -solo uno de ellos prepara la maratón de Sidney y se llama Filipides-. Miro el río y le doy vueltas a esas frases de Kafka clavadas en la pared. La que más me hace reír se refiere a un perro al que  hace entrega de todo el conocimiento y la totalidad de preguntas y respuestas que pueda generarse el hombre, después de que este viera en un muro blanco del Charcón un grafitti en el que un muchacho había pintarrajeado E=mc2, que quiere decir que la energía de un cuerpo en reposo (E) es igual a su masa (m) multiplicada por la velocidad de la luz (c) al cuadrado. Einstein a esto lo llamó “La inercia de un cuerpo depende de su contenido de energía”, en el que incluía una fórmula que relaciona la masa y la energía, postulando que en realidad son una misma cosa. ¿Es eso el alma de un cuerpo? Me pregunto, o te lo pregunto -mi lector preferido- ¿Podríamos llamar a eso el alma de las cosas? Y entonces contesta de nuevo Kafka con una frase extraída de su cuaderno en octavos: “Afortunadamente la incongruencia del mundo es de índole cuantitativa”.

El tiempo se ha detenido por unos días, siempre se detiene durante estos días. Si dejas mucho tiempo sobre la mesa la hoja en blanco entrará en la habitación un ángel y la escribirá por ti. Se inventará un mundo que no conoces, y que a diferencia de este, no te da miedo. Es el ángel del río. Estudió periodismo en Lisboa para terminar dedicándose a la poesía. Te quedas dormido después de velar gran parte de la noche, el ángel entra sin hacer ruido en la habitación y se pone a escribir. Este ángel se despliega como un origami del alma que tu deberás volver a plegar de nuevo; las líneas están trazadas en los mismos pliegues de la casa y en los de tu rostro. Escribe con su propia luz en una oscuridad impenetrable ¿Lo has visto hoy? ¿No? Realmente nunca lo ves. Las palabras son la sombra de ellas mismas, después sólo tienes que pasar el lápiz por los signos que él ya trazó. El tema da igual.

Los periódicos digitales necesitan de lírica pura para enfrentarse al totalitarismo que se avecina. Las noticias, las cantidades ingentes de noticias que nos asolan pertenecen a la incongruencia del mundo y son de naturaleza cuantitativa. Apenas pesan, carecen de masa y energía, no tienen alma. “Paura e Gioia” me escribe mi amigo Tommaso Acqua desde Roma. Insinúa en su último correo que va a atentar contra S. y que lo hará un día antes de la Marcha sobre Roma del 27 y el 29 de octubre de 1922. Para entonces Gramsci ya está en la cárcel de Turi, el joven físico de Trieste Eugenio Curiel exiliado en París y Giacomo Matteotti asesinado. Su imaginación me previene. Al acuse de recibo contesto que he hecho un barco de papel con una hoja en la que escribí con letra pequeña el nombre de los cien justos. Dejo el barquito sobre las aguas del río y lo veo irse hacia Lisboa. Le digo a Tommaso que allí estaremos a salvo. Le invito a subirse al barco de papel, tu eres un alma pura, y el barquito no se hundirá con tu peso.

“La fuerza del alma es relativa, el alma carece de fuerza”

Ahora nada se mueve, el tiempo se ha detenido, es entonces cuando ocurre todo; aparecen entre las sombras de la historia dos equipos de ocho ángeles. El juego de la cuerda o de la soga, el tira y afloja, batalla de fuerza, soga tira o cinchada, es un deporte que pone a dos equipos uno contra el otro en una prueba de fuerza. Fue deporte olímpico entre 1900 y 1920. Como los dos equipos de ángeles tienen la misma fuerza nadie gana, pero la cuerda se rompe y no exactamente por la mitad. En esta ocasión gana quien se queda con el trozo de soga más largo. La fuerza del alma es relativa, el alma carece de fuerza. Nada se mueve ahora, octubre es un mes quieto.

He vuelto de Tánger hace unos días. Esta vez me he traído una bomba de agua. Se la compré a un anticuario de la Rue d'Amerique, el tipo me dijo que había pertenecido a cuatro generaciones y que había regado durante más de cien años una famosa huerta en Oujda. Le creí. Las cosas se mueven y dan vueltas por el mundo, después vuelven de nuevo a nosotros y las reparamos para volver a utilizarlas. La bomba es de estilo victoriano, provenía de una fundación francesa en Orly, en el forjado había quedado el blasón oxidado de la fábrica, la boca es una cabeza de caballo y tiene dos ángeles de bronce soldados al tubo. Quizás regase un día un hermoso jardín de Essex o fuera utilizada en las huertas de Marsella durante los años cuarenta y por casualidad diera de beber en una calurosa tarde de julio a Jean Moulin mientras huía de la Gestapo.

Durante unos días la dejaré desmontada sobre la caja. Los sueños son líquidos, se escapan por la grietas y las suturas de la existencia, tienden a filtrase por la tierra seca de nuestros ojos. Nuestra cabeza es una alberca con una tenca negra y nuestro corazón una bomba de agua. En T. antes había muchas albercas y bombas de agua, y también había agua. Antes llovía mucho, ahora penas llueve. Los sueños son líquidos, enseguida la ráfaga azul los rompe y  las imágenes de la superficie se rizan. De nuevo nos encontramos en la resistencia. Se nos encienden los ojos como animales en la noche. Para avisar de que llega el enemigo, movemos la palanca de la bomba de agua. Rechina el mecanismo como un animal dolorido mientras sube el agua desde los oscuros pensamientos y la esparce sobre la luz.

Todo el mundo debería tener un pozo oscuro donde verse reflejado. En cada pequeño hombre habita siempre un gran fascista. Los rostros en el agua del pozo son oscuros, sólo los aclara el alma cuando la mano es larga y generosa. El totalitarismo está de nuevo aquí. Achico el agua, o la maldad, muevo con rapidez la palanca de la bomba. Rechina, esos chillidos del óxido y la holgura son los avisos de alerta de que el enemigo está de nuevo aquí. En la radio se oye El partisano de L. Cohen “Oh, el viento, el viento sopla. A través de las tumbas el viento está soplando. La libertad pronto vendrá.

Entonces saldremos de las sombras. De nuevo estoy en la resistencia.

La bomba de agua es una de esas maravillas que el hombre inventó.

Sobre la mesa el informe sobre cambio climático de Raphael Lemkin y Hersch Lauterpacht, el más pesimista y catastrófico de todos, “Masa y Poder” de Elias Canetti y “Hacia un saber sobre el alma” de María Zambrano. Estos son los alimentos de octubre, además de un plato de higos que ha traído esta mañana L. Entre otras obsesiones, algunas frases de Kafka se han clavado en mí estos días como astillas de lenguaje.

El paseo fluvial se llena de paseantes y corredores, -solo uno de ellos prepara la maratón de Sidney y se llama Filipides-. Miro el río y le doy vueltas a esas frases de Kafka clavadas en la pared. La que más me hace reír se refiere a un perro al que  hace entrega de todo el conocimiento y la totalidad de preguntas y respuestas que pueda generarse el hombre, después de que este viera en un muro blanco del Charcón un grafitti en el que un muchacho había pintarrajeado E=mc2, que quiere decir que la energía de un cuerpo en reposo (E) es igual a su masa (m) multiplicada por la velocidad de la luz (c) al cuadrado. Einstein a esto lo llamó “La inercia de un cuerpo depende de su contenido de energía”, en el que incluía una fórmula que relaciona la masa y la energía, postulando que en realidad son una misma cosa. ¿Es eso el alma de un cuerpo? Me pregunto, o te lo pregunto -mi lector preferido- ¿Podríamos llamar a eso el alma de las cosas? Y entonces contesta de nuevo Kafka con una frase extraída de su cuaderno en octavos: “Afortunadamente la incongruencia del mundo es de índole cuantitativa”.