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Cebolla: un desastre tan previsible como evitable

Cebolla, 1882

Miguel Ángel Sánchez

Presidente de la Plataforma en Defensa de los Ríos Tajo y Alberche —

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Vaya por delante toda mi solidaridad con los vecinos de Cebolla, con los feriantes que se han visto afectados por la riada, y con todos aquellos que ha sufrido daños y pérdidas.

Siempre que he recorrido Cebolla, que he bajado desde Los Cerralbos y Erustes, me ha llamado la atención la sorprendente desaparición del arroyo de Arriba, o arroyo Sangüesa, que los viejos planos topográficos alinean junto a la cañada.

 

Los mapas antiguos (principios del siglo pasado y anteriores) dibujan el arroyo cruzando el pueblo, las fotografías aéreas de los vuelos Americanos de 1945-46 y 1956-57 muestran al río canalizado cruzando el casco urbano. No he encontrado ni sé si estarán disponibles las fotografías que la Luftwaffe realizó entre 1940 y 1944, pero está claro que el urbanismo tradicional contemplaba, respetaba y asumía el arroyo y le intentaba dejar su espacio para que cruzase la localidad camino del Tajo.

 

Reconozco que me gusta analizar los ríos, las corrientes de agua, su relación con las comunidades, el uso y abuso de ellas, y especialmente los atropellos urbanísticos que las hacen desaparecer. El problema del arroyo Sangüesa en Cebolla no es un problema puntual, de tormentas, sobrevenido, imprevisible y aleatorio. Es algo normal, recurrente, lógico y absolutamente evitable; y ello debido a la actual configuración urbana, a los usos del suelo aguas arriba, a la desidia urbanística y al recurrente mirar hacia otro lado de las administraciones competentes.

¿Por qué está entubado y teóricamente bajo tierra el río en el casco urbano, con una sección que ya ha demostrado ser incapaz de absorber la corriente de agua? ¿Por qué no se ha respetado su trazado tradicional, a cielo abierto, y se ha aumentado la capacidad de evacuación como podemos observar en tantas localidades de la comarca cruzadas por corrientes de agua estacionales? ¿Por qué no se ha establecido aún un protocolo de mantenimiento de cobertura vegetal que “sujete” el agua en los casos de lluvia torrencial en los olivares y cultivos que vierten al arroyo Sangüesa aguas arriba de Cebolla? ¿Cómo es posible que urbanísticamente se haya autorizado la construcción prácticamente sobre el arroyo entubado y sin entubar?

¿Cómo es posible que varias dependencias públicas estén ubicadas sobre el antiguo cauce del propio arroyo, el mismo que en cuanto caen cuatro gotas vuelve a hacer suyo? ¿Cómo es posible que quienes tienen encomendadas las competencias en planificación territorial, urbanismo, planificación hidrológica, agricultura… miren una y otra vez hacia otro lado? ¿Cómo es posible que se hayan autorizado las licencias pertinentes?

¿Cómo es posible que la Confederación Hidrográfica del Tajo no alerte sistemáticamente sobre la incapacidad del sistema de entubamiento de absorber el caudal del arroyo con un periodo de retorno ínfimo, es decir, cada vez que cae una tormenta, pese a que cuenta con información y mapas de peligrosidad y riesgo de inundación del tramo ES030-22-06-03 que se corresponde con el casco urbano de Cebolla? ¿Por qué se mira siempre hacia otro lado con este problema?

Espero que el consiguiente y consabido desfile de responsables políticos de diferentes administraciones traiga sentido común y, sobre todo y de una vez por todas, decisión y dinero para solucionar el problema. Problema recurrente y lógico: porque el agua simplemente busca su cauce; y la tierra precisa cobertura vegetal para no volcar torrencialmente a los arroyos.

 

Releía este verano al arquitecto y urbanista brasileño Jaime Lerner, su Acupuntura urbana. En uno de los capítulos del libro relataba su experiencia cuando el gobierno de Seúl, la capital de Corea del Sur, le llamó para recuperar el Cheonggyecheon, un pequeño riachuelo entubado y tapado por las carreteras durante décadas de desarrollo incontrolado que bajaba desde el deshielo de las colinas, convertido sólo en un recuerdo. Lerner deja una de sus reflexiones: cuesta mucho corregir una idiotez. Sí, cuesta mucho, pero más contemplar año tras año, tormenta tras tormenta, sus consecuencias.

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