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¿Qué se puede hacer para evitar daños en la próxima DANA?

EFE/ Rodrigo Jimenez

Cátedra del Tajo UCLM-Fundación Soliss

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La reciente DANA sufrida a principios de septiembre ha generado un escenario desolador. Las inundaciones acaecidas tras su paso han traído consigo pérdida de vidas, importantes daños en infraestructuras, así como cientos de construcciones, empresas y viviendas anegadas por el agua y el lodo. Esta DANA ha sido especialmente virulenta debido a la cantidad de agua caída (como por ejemplo los 267 litros en Mocejón, los 122 litros en Orgaz o los 119 litros por metro cuadrado en Toledo), por su intensidad (valga de ejemplo los 90 litros por metro cuadrado caídos en Toledo en una hora), así como por su duración, con casi dos días de lluvias continuas.

Aunque en España históricamente son relativamente frecuentes los episodios de lluvias torrenciales, el sexto informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) señala que el cambio climático ya está cambiando los patrones de precipitación, lo que conlleva una mayor intensidad de las precipitaciones y las inundaciones asociadas.

 Así lo cree el reciente informe de World Weather Attribution sobre los episodios de DANA sucedidos en la región Mediterránea en septiembre. Aunque no han podido asegurar su atribución al cambio climático (debido al carácter restringido del fenómeno en España) sí dan credibilidad a esta hipótesis, entre otras razones porque las fuertes temperaturas sufridas en el verano generalmente conducen a lluvias más intensas. El informe señala que las fuertes lluvias sufridas en España tienen un tiempo de retorno entre 10 y 40 años, es decir, que cada año hay una probabilidad de entre el 2,5 y el 10% de que se produzca un episodio similar.

A pesar de las fuertes lluvias generalizadas, no en todos los casos han devenido en inundaciones. Un análisis de las inundaciones asociadas a la DANA en la provincia de Toledo nos hace pensar que responden a la combinación de lluvias torrenciales unida a errores en la ordenación territorial y urbanística (especialmente en la transformación morfológica y ocupación del espacio fluvial de ríos y arroyos).

Espacio fluvial transformado y zonas urbanas situadas encima del curso de los arroyos

Una característica común de las localidades o espacios urbanos inundados es la presencia de cauces atravesando los cascos urbanos. Es decir, en todos los casos analizados se ha urbanizado sobre cursos de agua y su llanura de inundación.

Hemos observado el estado de la cuenca de estos arroyos antes de su entrada en las poblaciones, encontrándonos cauces muy degradados por tener sus márgenes ocupados y alterados y, en casi todos los casos, desprovistos de su vegetación de ribera. En algunos casos, la degradación es tal que el cauce desaparece bajo caminos, construcciones o cultivos; en otros, el cauce queda reducido a la mínima expresión, constreñido por los usos humanos; y en otros, el cauce discurre entre motas o barreras artificiales. Algunos ejemplos de estas situaciones serían el arroyo Carnicería (Casarrubios del Monte), arroyo de la Presa (Recas), arroyo de los Pucheros (Mocejón), arroyo de la Fuente (Yuncos) o arroyo de Tocenaque (Cobeja), el arroyo de Ramabujas (Toledo) o el arroyo de la Dehesa Nueva (Guadamur). Estas modificaciones en la morfología fluvial tienen consecuencias negativas en lo que se refiere a los fenómenos de inundabilidad ya que favorecen una mayor velocidad y energía del agua, evitando las funciones de retención, laminación (que contribuye a reducir la velocidad y a disipar la energía del agua) y esponjamiento que tiene el espacio fluvial bien conservado.

En esta situación podemos pensar que el agua de estos cursos no llegó en las mejores condiciones a los cascos urbanos en velocidad y cantidad. Pero ¿qué se encontró el arroyo al llegar a las poblaciones? Volvemos a encontrar situaciones comunes en todos los casos: el espacio fluvial invadido, urbanizado, encauzado y, en muchos casos, soterrado bajo calles y edificios. Estos cauces, a los que se les ha robado su espacio, no son capaces de retener el volumen de agua que les llega de forma torrencial. El resultado es el que hemos visto estos días: calles convertidas en torrentes y un agua con una enorme fuerza destructiva.

El proceso urbanizador de los municipios analizados no ha tenido en cuenta el riesgo de situar los nuevos desarrollos sobre los cursos de arroyos existentes, con unas canalizaciones y soterrados que empeoran la situación en caso de desbordamiento. Se ha valorado incorrectamente la hidrología de arroyos que normalmente van secos o con muy poco caudal pero que, en momentos puntuales, pueden transportar grandes cantidades de agua. En definitiva, esta invasión del espacio fluvial, que de manera natural esponjaría las avenidas, ha supuesto la inundación con efectos devastadores de amplias zonas urbanas. Como puede verse en la tabla, los casos de esta ocupación indebida del espacio fluvial y de canalizaciones y soterramientos inadecuados los hay en todos los casos de poblaciones analizados:

Construcciones en zonas inundables

Un elemento central en la correcta ordenación urbanística a la hora de minimizar los riesgos por inundaciones es hacer un correcto estudio de las zonas inundables y observar con rigor y precaución máxima los preceptos legales. Los mapas de zonas inundables del Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico demuestran que muchos municipios no han urbanizado de la manera más adecuada, sin respetar, por tanto, estas zonas. Los efectos de la DANA se han hecho sentir en calles de Arcicóllar, Villanueva de la Sagra, Escalona, Olías del Rey, Cobisa, Yuncler y Polán, todas ellas con edificaciones en zonas marcadas como inundable. Y, efectivamente, la DANA nos han enseñado que las zonas inundables, acaban inundándose.

Los arroyos necesitan su espacio

Como señala Alfredo Ollero, profesor de la Universidad de Zaragoza, es necesario aumentar la capacidad natural de los ríos de “autoregular sus excesos, sus crecidas”, lo cual es mejor y más eficiente que las defensas (escolleras, canalizaciones y motas). Esto pasa por dar mayor espacio al río y regularlo menos. Un arroyo con espacio suficiente, en términos generales, se limpia solo.

De igual opinión es Eloy Bécares, profesor de la Universidad de León, para el que “limpiar el río es la excusa que se utiliza para evitar hablar del verdadero problema, que es el de la invasión de la llanura de inundación y la deforestación de las cuencas”. Efectivamente los cauces deforestados aumentan la velocidad y energía del agua, se erosionan rápidamente y provocan grandes depósitos de materiales aguas abajo, lo que hace más peligrosas las riadas.

La solución, por tanto, pasa por devolver al arroyo el espacio que necesita para crecer, recuperando la llanura de inundación para laminar las avenidas: “Aumentar la superficie forestal de la cuenca, o recuperar humedales que laminen las crecidas, demuestran ser eficaces en inundaciones que tengan periodos de retorno inferiores a 25 años; recuperar las llanuras de inundación, descanalizando ríos y retranqueando escolleras y defensas, reducen la escorrentía hasta el 40% en periodos largos de retorno (100-500 años)”, según indica Bécares. En definitiva, el espacio fluvial funciona como una “esponja” que recoge y acumula agua que restamos a la inundación.

Por tanto, en términos generales, más que de limpieza, debe avanzarse hacia el concepto de “conservación y mantenimiento de ríos”, expuesto por Tony Herrera, presidente del Centro Ibérico de Restauración Fluvial (CIREF) y que contempla, entre otras muchas cosas, actuaciones de restauración fluvial basadas en la eliminación de impactos y presiones (infraestructuras obsoletas, encauzamientos, etc.) y ampliación del espacio fluvial, además de las obvias de eliminación de vegetación que impida el paso del agua bajo los puentes o la eliminación de residuos en el cauce o en la llanura aluvial. Antes de emprender tareas de conservación y mantenimiento (que pasan por la implementación de medidas basadas en la naturaleza) es necesario que las administraciones competentes realicen un diagnóstico de la situación de la cuenca hidrográfica. Con el diagnóstico podrá “elaborarse un plan de actuaciones para subsanar los problemas detectados y un seguimiento periódico de todos los parámetros que permita establecer tendencias, controlar si mantienen sus niveles adecuados en el tiempo, y así detectar la aparición de nuevos conflictos o problemas y si los existentes se van corrigiendo según lo estipulado”.

Además de dar más espacio a los ríos son necesarias otras soluciones, como continuar en la mejora de los sistemas de previsión, respetando los mapas de inundabilidad y adaptándolos, en su caso, a nuevas realidades generadas por el cambio climático y la transformación territorial.

 ¿Qué hemos aprendido de las inundaciones de la DANA?

Las inundaciones son situaciones propias de los ríos y arroyos del centro peninsular, que con el aumento de la intensidad de las lluvias y de las DANAS es muy probable que se incrementen y aumenten las situaciones de riesgo. Ya que son hechos inevitables que irán a más en el futuro, es necesario implementar medidas de adaptación que no hagan incrementar el riesgo. Entre los aprendizajes de las inundaciones generadas por la DANA están:

·        Las inundaciones generadas durante la DANA han estado agravadas por una arriesgada ordenación urbanística de los municipios afectados. Urbanizar sobre el cauce de los arroyos y sobre su llanura de inundación supone aumentar las situaciones de riesgo en caso de producirse una riada. Además, las técnicas de encauzamiento y soterrado de ríos urbanos se han manifestado como poco adecuadas para evitar inundaciones, aumentando en su caso, su efecto destructivo.

·        La DANA ha evidenciado el deterioro generalizado de las cuencas, la pérdida de la vegetación de ribera y la destrucción de la llanura de inundación de múltiples arroyos aguas arriba de las poblaciones. Esto ha supuesto un elemento que ha favorecido el efecto destructivo de las avenidas, aumentando la velocidad y energía del agua y el transporte de sedimentos.

·        Las meras “limpiezas” y regulación de cauces no sirven por sí solas para evitar las inundaciones. Se propone aumentar la capacidad de adaptación y resiliencia de las localidades en riesgo para evitar daños de futuras inundaciones, al tiempo que implementar soluciones basadas en la naturaleza, favoreciendo las funciones de retención, laminación y esponjamiento del espacio fluvial.

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