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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Lo que está en juego

Esta mañana tomaba té frío y tostada en cualquier bar de uno de los pueblos donde desarrollo mi profesión como trabajador social. La tele machacaba a quienes estábamos allí. Una matraca incansable de okupas/violencia/inmigrantes en bucle. El relato habitual en las muchas horas de tortura dedicadas a infundir miedo irracional basado en bulos, manipulaciones y malas intenciones. Llegué allí con la desazón que siempre me produce haber recibido en el despacho una visita no sólo inesperada, sino incómoda y profundamente injusta. Estoy convencido de que la totalidad de trabajadoras y trabajadores sociales de atención primaria/básicos/comunitarios han vivido esta situación en algún momento de su vida profesional. Posiblemente me quede corto y pueda decir que esta situación pasa en algunas zonas con cierta e incluso con demasiada frecuencia.

Por desgracia, nos resulta familiar una secuencia como esta:

Paso 1: Vengo a preguntar por … (este espacio se puede rellenar con cualquier prestación, sea de gestión propia o incluso de otras administraciones).

Paso 2: Pues un amigo me ha dicho que a él se lo habéis aprobado y está mejor y tiene más que yo.

Paso 3: ¿Y entonces no hay nada para mí? (ese nada se refiere prácticamente siempre a una prestación económica mensual y vitalicia, como si nuestros despachos fueran expendedurías de lo que después llaman “paguitas”).

Paso 4: Claro, como no soy extranjero, para mí no hay.

Paso 5: Di lo que quieras, pero el 99% reciben pagas y dinero, que conozco a mucha gente a la que se lo estáis dando.

Paso 6: Despedida. En sus diferentes modalidades: con o sin portazo, con o sin insulto más o menos grave. Amenaza opcional.

En esta sucesión he suprimido las diferentes respuestas profesionales a cada uno de los pasos porque da igual cuántas explicaciones o aclaraciones se quieran aportar. Da igual la paciencia que seamos capaces de tener, porque siempre viene el siguiente paso. A veces saltamos alguno o se introducen variantes nuevas, pero el esquema es el mismo.

Se trata de una forma de proceder en la que esa persona en cuestión viene a los servicios sociales solamente a confirmar lo que su entorno, su partido político de referencia, sus amigos, sus cuñados y, sobre todo, su televisión y emisora de radio favoritas le repiten con insistencia, porque creen saber mucho mejor lo que hacemos, con quién lo hacemos y cuándo lo hacemos que cualquier profesional de los servicios sociales. No les interesa escuchar ni conocer la realidad. La igualdad real y la justicia social son para esas personas meras patrañas, porque odian y temen a quienes no van a querer conocer jamás.

He detectado con preocupación la aparición e incremento de esas amenazas con las que en ocasiones se terminan este tipo de conversaciones fallidas. Frases del tipo “se os va a acabar el chollo”, “espero que esto cambie de arriba abajo cuando ganemos”, o “para lo que servís, mejor cerrar esto”. Este tipo de frases son la concreción práctica de las soflamas de algunos partidos políticos y medios de comunicación. Esto es lo que nos estamos jugando en las elecciones generales.

Odio, incomprensión y desconocimiento se mezclan con las necesidades reales no cubiertas de muchas personas. Y esa mezcla es tan explosiva como previsible. Frente a esta situación se presentan tres alternativas. No son dos, son tres:

Primera. Las cosas pueden ir a peor para toda la población y dejar a la gente en dificultades en manos de las organizaciones prestadoras de beneficencia, como se hacía hace muchas décadas, cuando tampoco las personas trabajadoras teníamos derechos laborales ni libertad para elegir como ciudadanas y ciudadanos.

Segunda. Las cosas pueden permanecer como están. Con sus aciertos, pero también con sus errores. Con las muchas personas que están perfectamente atendidas, las que están atendidas insuficientemente y las que están esperando desesperadamente a ser atendidas. Con quienes tienen un recurso o prestación que se adecua a su situación y quienes no.

Tercera. Reforzar de manera suficiente el sistema público de servicios sociales para que nadie se quede fuera de él y exista siempre alguna alternativa a cada situación personal.

Desarrollar el sistema de atención primaria, básica, para que de verdad pueda desplegar una prevención eficaz en los barrios y en los pueblos. Estamos frente a unas elecciones generales que van a ser decisivas para tomar alguna de estas tres alternativas. Sabemos en cuál de ellas encuadrar a cada uno de los partidos políticos que pugnan por formar parte del gobierno de España.

No votar es dar como admisible la primera opción. Tenemos una oportunidad de mejorar las cosas, de avanzar. Espero que las personas profesionales que pertenecemos al sistema de servicios sociales demostremos ese deseo. Y de la misma manera, que quienes en alguna ocasión han necesitado de nuestros servicios, ayuda, acompañamiento, muestren la misma preferencia. Porque se trata de mejorar la vida de cada persona, de todas las personas, renovar su realidad y que cada cual pueda tener la oportunidad de caminar por la vida que libremente haya elegido

Esta mañana tomaba té frío y tostada en cualquier bar de uno de los pueblos donde desarrollo mi profesión como trabajador social. La tele machacaba a quienes estábamos allí. Una matraca incansable de okupas/violencia/inmigrantes en bucle. El relato habitual en las muchas horas de tortura dedicadas a infundir miedo irracional basado en bulos, manipulaciones y malas intenciones. Llegué allí con la desazón que siempre me produce haber recibido en el despacho una visita no sólo inesperada, sino incómoda y profundamente injusta. Estoy convencido de que la totalidad de trabajadoras y trabajadores sociales de atención primaria/básicos/comunitarios han vivido esta situación en algún momento de su vida profesional. Posiblemente me quede corto y pueda decir que esta situación pasa en algunas zonas con cierta e incluso con demasiada frecuencia.

Por desgracia, nos resulta familiar una secuencia como esta: