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No es la primera vez que el pintor y catedrático en la Facultad de Bellas Artes del campus en Cuenca de la Universidad de Castilla-La Mancha José María Lillo “planta” –perdónenme el fácil juego de palabras– sus dibujos de motivos vegetales en el Real Jardín Botánico madrileño; ya lo hizo en 2022 inaugurando con su muestra 'Pensar un árbol', la Cátedra Cavanilles como nuevo espacio expositivo del espléndido recinto paralelo al Paseo del Prado, una muestra que ya había tenido adelanto el año anterior en la conquense Fundación Antonio Pérez, en una monográfica que recogía más de cien obras inéditas entre piezas de gran formato, libros de artista, acuarelas y cuadernos de campo.
Ya entonces, tanto en la exposición conquense como en la madrileña estaban presentes los elementos que estos días conforman, bajo el título ahora de 'Las sombras del atochal', su nueva presencia en la capital de la nación: su vivencial acercamiento a una Naturaleza presente desde siempre en su hacer y la emoción de la traslación de esa Naturaleza a la obra plástica en un proceso artístico-emocional que, refiriéndose en concreto a sus yo diría que verdaderos “retratos” arbóreos, el propio Lillo calificaba de “desafío al tiempo”; unas obras sustentadas en su asombrosa maestría dibujística, emplee la tinta o maneje los lápices grasos para plasmar sus vegetales motivos en lienzo o en papel, en una veintena de trabajos, la mayoría de muy gran formato, aquí y allá ocasionalmente punteado el dibujo por delicadas pinceladas en acrílico, detalles de color que les aportan un matiz lírico que redondea un mensaje a la par que estético emotivo.
Nacido en Cuenca en 1956, José María Lillo, iba a criarse artísticamente hablando en el fecundo ambiente artístico generado en la ciudad por la apertura por Fernando Zóbel, nueve años después, del Museo de Arte Abstracto. Tras tener su primera experiencia expositiva a los quince años en una colectiva celebrada en su ciudad natal, realizaría su primera muestra individual en Madrid en 1980 en la Galería Egam, una muestra por la que fue seleccionado para el “Primer Salón de los 16” en el Museo de Arte Contemporáneo Español, iniciando una ininterrumpida carrera expositiva que tiene también reflejo en la presencia de sus obras en colecciones públicas y privadas algunas tan relevantes como las del propio Museo de Arte Abstracto Español, la Fundación Juan March, la Caixa, la Fundación Antonio Pérez, el Museo de Santa Cruz, O lugar do Disegno en Oporto o el Museo de la Universidad de LA California. Por otro lado, ha compaginado ese su hacer plástico con la enseñanza como catedrático en la Facultad de Bellas Artes del campus en Cuenca de la Universidad de Castilla-La Mancha, centro del que fue decano.
Con una trayectoria plástica en la que se ha movido entre la abstracción y un figurativismo que en los últimos tiempos parece haberse decantado en esa precisión realista transustanciada sin embargo de lirismo ejemplificada en su actual exposición madrileña, para Lillo el árbol –protagonista absoluto como he indicado de la muestra del Botánico a partir de ejemplares reales y concretos tanto del propio recinto de Atocha como de otros puntos de la geografía hispana que desde su singular individualidad traslucen a la par su condición de símbolo universal– además de conformarse como ese símbolo universal y elemento indisolublemente imbricado en nuestra cultura, sería también pretexto idóneo para ahondar en el conocimiento de algunos de los interrogantes que plantea el arte contemporáneo, una indagación que este artista lleva a cabo aunando una mirada occidental de origen en la que seguiría latiendo una básica palpitación abstracta con un sentir que cabría calificar sin embargo de oriental, en un caminar que iría de lo particular a lo universal o, afinando más, de la tesela al global del mosaico, del detalle al todo. Una muestra de exquisita realización formal que, ubicada en la Sala Norte del Pabellón Villanueva del Jardín, brinda a sus visitantes, más allá de lo puramente visual, incluso de lo puramente estético, una vivencial inmersión en un impagable universo de emociones y sentires.
La oferta de la muestra –que permanecerá abierta hasta el 24 de noviembre– queda reflejada en su catálogo que a la lógica reproducción de las obras expuestas une los textos firmados por el escritor, crítico de arte y comisario de exposiciones Mariano Navarro.
No es la primera vez que el pintor y catedrático en la Facultad de Bellas Artes del campus en Cuenca de la Universidad de Castilla-La Mancha José María Lillo “planta” –perdónenme el fácil juego de palabras– sus dibujos de motivos vegetales en el Real Jardín Botánico madrileño; ya lo hizo en 2022 inaugurando con su muestra 'Pensar un árbol', la Cátedra Cavanilles como nuevo espacio expositivo del espléndido recinto paralelo al Paseo del Prado, una muestra que ya había tenido adelanto el año anterior en la conquense Fundación Antonio Pérez, en una monográfica que recogía más de cien obras inéditas entre piezas de gran formato, libros de artista, acuarelas y cuadernos de campo.
Ya entonces, tanto en la exposición conquense como en la madrileña estaban presentes los elementos que estos días conforman, bajo el título ahora de 'Las sombras del atochal', su nueva presencia en la capital de la nación: su vivencial acercamiento a una Naturaleza presente desde siempre en su hacer y la emoción de la traslación de esa Naturaleza a la obra plástica en un proceso artístico-emocional que, refiriéndose en concreto a sus yo diría que verdaderos “retratos” arbóreos, el propio Lillo calificaba de “desafío al tiempo”; unas obras sustentadas en su asombrosa maestría dibujística, emplee la tinta o maneje los lápices grasos para plasmar sus vegetales motivos en lienzo o en papel, en una veintena de trabajos, la mayoría de muy gran formato, aquí y allá ocasionalmente punteado el dibujo por delicadas pinceladas en acrílico, detalles de color que les aportan un matiz lírico que redondea un mensaje a la par que estético emotivo.