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No llegó la paz, llegó la victoria

Grupo Territorial de Toledo de Movimiento Sumar
Prisioneros trabajando en los talleres del campo de concentración de la Universidad de Deusto en Bilbao

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La pasada semana, vivimos un dantesco episodio en el Congreso cuando el diputado de Vox Manuel Mariscal, elegido por la provincia de Toledo, afirmó: “gracias a las redes sociales muchos jóvenes están descubriendo que la etapa posterior a la guerra civil no fue una etapa oscura, sino una etapa de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional”.

No puedo más que indignarme ante el manifiesto desprecio por la verdad que muestra el señor Mariscal y sus compañeros de filas, por cómo la corrompen al ponerla en su boca junto a tan zafias mentiras. Me van a permitir en este artículo esgrimir un borbotón de argumentos, aunque sólo son algunos, para desmontar dicha afirmación.

El mito de la reconstrucción

Voy a ajustarme a la más física acepción de reconstrucción: a la de las ciudades y pueblos. Para ello, voy a usar el ejemplo de Belchite, del que estoy seguro mi compañero Jorge Pueyo puede dar buena cuenta.

Belchite es una localidad de la provincia de Zaragoza que sufrió los daños de la contienda de manera directa quedando en estado de ruina. Al finalizar la guerra y por expreso deseo de Franco, Belchite no volvió a reconstruirse “como símbolo de la Victoria Nacional y prueba de la Barbarie Roja”. Los vecinos estuvieron viviendo entre las ruinas y en pabellones del campo de concentración “la pequeña Rusia” desde 1939 hasta 1954 cuando se inauguró el nuevo pueblo con la presencia del caudillísimo. El resultado fue que mientras que la mayoría de las poblaciones españolas crecían, Belchite perdió el 50% de la suya.

Además, existe otro factor a tener en cuenta: sobre quién cayó el peso de la reconstrucción. Ambos bandos causaron destrucción material (y humana); digamos incluso que a partes iguales (aunque sabemos que no es así porque el bando sublevado contaba con la aviación y las armas de más poder destructivo cedidas por la Alemania nazi).

Sin embargo, al terminar la guerra, mientras que los combatientes y civiles del bando sublevado (los franquistas) pudieron volver a sus casas con sus familias a reconstruir su vida; miles de republicanos fueron juzgados, encarcelados y condenados en el mejor de los casos a trabajos forzados.

No me quiero entretener, pero esto siempre implicaba una doble condena, porque además del sufrimiento del preso, se rapaba a una mujer y se dejaba sin sustento económico a una familia entera que, para más inri, sufría la represión local. Podría dedicar el artículo a citar las carreteras, líneas de ferrocarril, edificios o presas que los presos rojos reconstruyeron o construyeron de cero; sin ir más lejos, el mausoleo del dictador en el Valle de Cuelgamuros.

Sin embargo, voy a nombrar sólo algunos ejemplos de nuestra provincia: la Academia de Infantería de Toledo (pregunten a Enrique Sánchez Lubián); la presa de Cazalegas; el Canal del Alberche y la Red de Acequias de Talavera que dieron regadío al entorno de la ciudad (proyecto heredado de la II República que no pudo ejecutarse por el golpe militar); o el Embalse de Rosarito y su canal de riego.

Es más, hubo republicanos toledanos que incluso participaron en obras fuera de nuestra provincia. Casi quinientos estuvieron picando piedra para construir la carretera Lesaka-Oiartzun (Navarra). Solo por mencionarlo, estos trabajos se hacían sin ninguna de las medidas de prevención de riesgos que hoy serían preceptivas. El hormigón de las presas de nuestro país guarda los cuerpos de los que caían a ellas durante su construcción, a veces por fatales accidentes y otras por fatalidades a secas.

Con la pirueta argumentativa de que los presos redimiesen las penas impuestas por haber defendido la democracia, eran obligados a reconstruir lo que había destruido la guerra, también los franquistas, y a levantar las obras públicas que fueron sustento de la propaganda del régimen mientras que los franquistas rehacían su vida y ocupaban las posiciones de poder desde los ayuntamientos a la jefatura del Estado. Mientras todo esto ocurría Franco aspiraba a ser el caudillo de todos, tal y como hoy afirma Vox.

El mito del progreso

El citado diputado también calificó el franquismo como una etapa de progreso. Analicemos el progreso social y económico del país durante esos años. Nada más alcanzar el poder, el nacionalcatolicismo suprimió los derechos de reunión, de manifestación, de huelga, al divorcio, de autonomía de la mujer y al aborto, por supuesto. Además, se suprimieron los derechos de participación política ilegalizando todos los partidos, salvo La Falange, y los sindicatos, salvo el vertical. Sí, los que hoy dicen defender la libertad individual, decretaban la verdad y censuraban cualquier opinión que pudiera cuestionar su relato.

El propio Franco dijo: “el trabajo será el único exponente de la voluntad popular”. Es decir, que pasábamos de ser ciudadanos libres con derecho a regir nuestros destinos individuales y colectivos, a ser la mano de obra del nuevo régimen con el único derecho de seguir trabajando. Siempre en la historia, hay trabajadores que defienden el despotismo de sus jefes; hay pobres que defienden a ricos; o inquilinos que defienden la libre especulación del mercado inmobiliario; quizás con la aspiración de gozar un día de su privilegio, estos grupos son colaboradores necesarios de la barbarie, pero nunca terminan gozando de los privilegios de aquellos a quienes defienden.

Muchos combatientes del bando franquista acabaron criando pulgas y pasando las mismas estrecheces que los republicanos que habían luchado por sus derechos y los nuestros. Pero hablemos de economía: de la macro y de la micro. El nivel industrial previo a la guerra no se alcanzó en España hasta quince años después del final de esta. Conviene destacar que este hecho se produjo pese a la bajada de los salarios y haber rescindido todos los derechos laborales salvo la santificación de las fiestas católicas, porque no lo olvidemos, todo esto se produjo con la complicidad de la iglesia católica. Una de las pocas fiestas laicas que tenemos en España, el carnaval, fue prohibida y perseguida.

A nivel microeconómico la cosa no fue mejor. Franco ilegalizó el dinero de la zona republicana y los republicanos perdieron todos sus ahorros. Los que tenían propiedades se vieron obligados a malvenderlas al falangista de turno, eso cuando no se habían incautado ya de ellas, o cuando no tuvieron que abandonarlas por miedo a ser identificados y fusilados.

Mi bisabuelo Merengue tenía un carro antes de la guerra con el que se ganaba la vida haciendo cargas de leña en Monte Alamín. Al salir huyendo de los moros a Madrid tuvieron que dejarlo en Quismondo y los derechistas que quedaron dieron buena cuenta de él; a la vuelta no había nada que reclamar. Mi tatarabuelo Daniel; que no pudo huir por ser demasiado mayor, vio como los moros de Franco reventaban la puerta de la casa de mi bisabuela Milagros, esa fue la menor de las tropelías, pero a la vuelta la puerta siguió escacharrada durante muchos años por la escasa economía familiar. Tampoco hubo reconstrucción para ella.

Circula por internet una entrevista que años más tarde le hicieron al alcalde franquista de Quismondo, Mariano del Castillo; abuelo del actual edil y diputado provincial del Partido Popular; y decía, que los que se quedaron en el pueblo durante la guerra cuidaron muy bien de las casas de los que tuvieron que marcharse. Será que el pobre hombre no se enteró de las anécdotas familiares que hoy comento aquí.

Me gustaría decir que son anécdotas familiares sin importancia, pero no es así, fue sistemático. Los derechistas saquearon las casas de los huidos. La carestía de alimentos desembocó en las cartillas de racionamiento. Sí, cartillas de racionamiento, y a España las trajeron ellos y no los comunistas. Aquellos que podían, lo complementaban con el estraperlo o contrabando, mucho más caro, pero única alternativa. España era como alguno la definió un país ocupado por su propio ejército. Un ejército que había fusilado a los oficiales leales a la legalidad constitucional, es decir a los militares que habían cumplido con su palabra y su compromiso con España, un ejército que no representaba como en siglos pasados la vanguardia intelectual del país, sino lo más rancio del nacionalcatolicismo.

El mito de la reconciliación Lejos de esta idea de reconciliación, Franco fue el dictador que más muertes necesitó para mantenerse en el poder. Las víctimas mortales de la represión varían entre diferentes historiadores, pero podemos hablar de decenas de miles. Al acabar la guerra, los alcaldes falangistas señalaban a los vecinos que volvían, a veces por una relación cierta con el bando republicano y otras veces por cuestiones personales.

Los alcaldes señalaban y el franquismo detenía, encarcelaba y fusilaba.

Los alcaldes señalaban y el franquismo detenía, encarcelaba y fusilaba. Pero no solo hubo víctimas mortales, gran parte de la represión se basó en la humillación pública, el encarcelamiento o los citados trabajos forzosos. Ese fue el destino de los que quedaron aquí, pero muchos, muchísimos huyeron, se exiliaron en Francia o México. Algunos, incluso se suicidaron a la desesperada en el puerto de Alicante antes de que entraran las tropas de Franco.

La represión se cebó especialmente con algunos colectivos como los maestros, los artistas o los intelectuales. Todos estos datos son evidencias no solo de que el franquismo no fue una etapa de reconciliación, sino de que fue una de erradicación de la disidencia que además devino en una pésima situación económica, solo superada por la inyección de capital estadounidense en plena guerra fría; lo que se conoció como el Plan Marshall.

El franquismo fue el impulso homogeneizador que surge recurrentemente en España contra los que se salen del dogma: contra la izquierda, contra los pobres, contra los gitanos, contra los homosexuales, contra la disidencia de género, contra la pluralidad lingüística, contra las madres solteras, contra el sexo, contra la alegría. El franquismo se mantuvo en pie haciendo uso de la violencia y del miedo como elementos estructurales. Siendo más poéticos, como diría el personaje de Agustín González en el final de la película Las bicicletas son para el verano: “después de la guerra, no llegó la paz, llegó la victoria”.

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