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Paradojas de septiembre

Paradojas

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A mil trescientos sesenta y un metros, en el Alto de las Cruces, en la sierra del Piélago, el silencio denso en el vacío extenso del espacio rodeado de lejanías. Como todos los años a principios de septiembre, de la misma manera que los sefarditas, dejan en las grietas y las juntas de las viejas losas del muro de las Lamentaciones de Jerusalem papelitos donde han escrito  deseos y extrañas plegarias, yo suelo dejar en cualquier oquedad de las rocas lunares en estas alturas peladas algún papelito escrito con una caligrafía minúscula. El año pasado dejé esta: “Si los cerdos salvajes echan a perder los campos de un pobre hombre tal cosa se achacará bajo el nombre de daños causados por las bestias a la disposición divina”. Esos papelitos doblados duran mucho tiempo apretados en los resquicios y en las grietas de las piedras; en ocasiones los pájaros se los comen.

A los pies de esta altura lunar pelada por los vientos nacen dos pequeños ríos ahora secos, el Guadyerbas y la garganta Torinos, tributarios el Tiétar, y de este al gran río que hizo estos valles cuando aún dios no existía. Hace unos días, las perseidas de San Lorenzo no eran otra cosa que las chipas de un gran incendio al otro lado de la sierra de Gavilanes; el dios del fuego martilleaba sin compasión el yunque del cielo, chispas y brasas, tierra caliente. Desde el alto de las Tres Cruces se ve todo y no se oye nada, la paradoja es que este reino silencioso y vacío está lleno de repetidores de televisión y torres de comunicaciones alrededor de una vieja torreta de vigilancia de incendios; encaramado en lo más alto un Simón del desierto le grita a un grupo de senderistas que se han sentado bajo unos robles, y uno de ellos fuma. Al cerrar los ojos reconozco el plano general exterior de esta película de Buñel; un paisaje desértico, quemado por un sol implacable. Al fondo las montañas. El suelo está agrietado, árido, salpicado de arbustos espinosos y pequeñas plantas características del desierto. A lo lejos las columnas de humo de los vertederos municipales de los sesenta pueblos que se divisan como costras grises en el paisaje; es un mundo a escala en el que por un momento podrías sentirte dios.

Estas torres metálicas plagadas de antenas inteligentes dan cobertura a millones y millones de palabras e imágenes instantáneas: la paradoja, el lugar más silencioso de estos valles es el mismo que soporta los canales del ruido y las ondas. Un templo de silencio donde se celebra el ruido del mundo. La única música que mi viejo amigo M.C. sigue oyendo es la de los cursos de agua en primavera; busca los ríos que descienden hacia el amplio valle del Tajo y recoge los sonidos del agua con la vieja grabadora de cinta estéreo Telefunken 'magnetophon 203' de 1967 que le regaló su tío de Holanda. En las noches de farra en su huerta de la carretera de San Román, en pequeños audiciones entre amigos, jugamos a adivinar el río o curso de agua que suena; la última vez confundí las cascadas del nacimiento del Gébalo en Piedraescrita con los rápidos del Sangrera en Torrecilla de la Jara. Oye el Uso, el río del otoño cavando en la Pizarra de las sierras de Altamira, o el Guadarranque, escabroso entre fragas en su curso alto; en el molino de Riofrío en el silencio seco de este pequeño curso de agua se oían moscas y chicharras. Es fácil confundir los ríos por su música, los sonidos del agua, como a veces uno confunde en Mahler La Canción de la Tierra con la Kindertotenlieder, esas Canciones a los niños muertos.

El oído ha perdido fidelidad, y las palabras el don de rebelar el silencio de los dioses. De nuevo la paradoja. Hace poco, mientras mantenía una conversación telefónica distendida con el director del periódico, le pedí  si podía escribir un libro en vez de artículos; me dio dos mil palabras, ese era el límite. ¿Qué podía hacer con dos mil palabras? Todo se puede hacer con dos mil palabras, eso es lo que hago desde entonces, darle la vuelta a esas dos mil palabras. El río a su paso por T. lleva en estos días una corriente de no más de 75 m3. Paradoja, escribiría mi libro a partir de pequeñas y extrañas riadas de palabras, después debía secarme y subir a estos altos al inicio de cada estación; el silencio vacío de estas extensiones o espacios, los cursos de agua, en el aire cientos de parapentes de colores vivos sobrevolando el valle como polillas gigantes; de noche, allí abajo el Skyline de T., cortante como una cordillera hija de un plegamiento al chocar las placas tectónicas de la memoria, y ya en el centro mismo el hilo negro del río; si cuentas con buenos ojos puedes llegar a ver las luces de los puentes de T.; a los lejos, hacia el Este siguiendo el lomo azul de esta montaña, el resplandor de los millones de luces de Madrid, un incendio frío.

Paradoja, también la mirada se ha atrofiado, la culpa la tiene el colapso objetual, hay demasiadas cosas rodeándonos, no podemos extraer con la mirada el alma de cada una de ellas. Las distancias y las extensiones de los espacios vacíos curan los ojos. Estos repetidores de televisión y antenas de comunicaciones son tótems, grandes ídolos tecnológicos; antes de que hayas muerto, pasa por ellas la noticia de que has muerto, se anticipan, pero las palabras anticipadas no sirven. Salvan y matan, como ya hacían los viejos dioses hace mucho y los cerdos de Lichtemberg, que no son más que cerdos salvajes; a los dioses no les compete si arrasan el mundo o lo abonan con su propia miseria: Paradoja, nacer para vivir muriendo. Lo contrario a la lógica es la historia, nuestra propia existencia lo es también; perseguir la paz con la violencia es una de las más extrañas. Pego la oreja en una piedra junto a una de estas torres de comunicación, extrañas vibraciones, mensajes codificados, chillidos; traduzco, los marcianos y otros extraterrestres ya están aquí, son los talibanes. Unos días más tarde mi viejo amigo músico nos reúne en su huerta, el frescor de los campos de alfalfa regados junto al canal general, las acequias, los últimos calores del verano. Asistimos a una audición de silencios que grabó a principios de verano en las Villuercas y en el valle del Guadyerbas ¿Se puede grabar el silencio o hablar en la nada? Sólo Brodsky consiguió acertar el lugar exacto, el basurero municipal de Navalcan, y riéndose dijo que siempre en el silencio se oye algo.

Esa noche escribí en un papelito una frase para dejar en la grieta de una piedra. En T. nunca ocurre nada, la doble negación en mi lengua es correcta, no vino nadie, no dijo nada etc… es una lengua de carácter mesiánico que está a la espera del gran silencio, las esperas dilatadas carecen de esperanza, y la esperanza eterna es una realidad sans volonté. Muy lejos de T. hay ciudades polvorientas perdidas en medio de un paisaje lunar donde ocurren demasiadas cosas. T. se hermanará un día con Kandahar, un lugar polvoriento y desértico donde a  tan solo a unos veinte kilómetros pasa el río Arghandab serpenteando entre páramos pedregosos y campos de amapolas blancas; el viento esparce las semillas del infierno allí.  Río abajo de T. en el lugar de Valdecañas volvió a aflorar debido a la sequía el campo megalítico del yacimiento del dolmen de Guadalperal. Allí hace cuatro mil años los hombres hincaban grandes peñascos de granito buscando la conjunción perfecta de estas moles arrancadas al berrocal con los astros en unos tiempos en los que la muerte era todavía un hecho sagrado. Casi todo esto se puede ver en días muy claros desde el Alto de las Tres Cruces.

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