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Soledad no deseada y distanciamiento social en tiempos de COVID-19

Jesús García Castellanos

Trabajador Social —
6 de septiembre de 2020 01:56 h

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Pensar en COVID-19 supone entrever una crisis sanitaria, pero también, y cada vez en mayor aumento, una crisis a nivel social. Por ello, hablar de Trabajo Social supone aceptar el reto de buscar nuevas vías para el reciclaje y la práctica profesional, que permitan apoyar y visibilizar aquellos colectivos y realidades emergentes, implementando nuevas alternativas de acción acordes a las mismas. Estas ideas cobran aún más fuerza desde la llegada de esta situación de pandemia a nuestras vidas.

Los fenómenos de soledad no deseada y aislamiento social han sido estudiados y revisados en diversos momentos y colectivos, pero se han visto agravados y en debate, a raíz del proceso de pandemia que afrontamos a nivel mundial. El pasado (y tal vez próximo) confinamiento, las dificultades en el acceso a determinados recursos-servicios, así como diferentes barreras de distinta índole, entre otras, han agravado o producido nuevamente episodios de soledad no deseada y aumento de aislamiento social, generando riesgos en relación al bienestar biopsicosocial de muchas personas, con especial incidencia en colectivos más vulnerables o que sufren de manera reiterada diversas discriminaciones múltiples.

El colectivo de personas mayores ha experimentado gravemente esta situación. Por un lado, el ser población de especial riesgo frente al virus, los ha llevado a confinamientos intensivos en sus domicilios particulares, y, sobre todo, con aislamientos estrictos, en aquellos/as que viven en centros residenciales. Por otro lado, la soledad no deseada, presente en muchos de ellos y ellas, junto con el aislamiento, dificulta que puedan resolverse las necesidades de la persona y, por tanto, se genera y/o agrava la sensación de soledad.

No sólo las personas mayores, personas con diversidad funcional y/o en situación de dependencia, se han podido o pueden ver reflejadas en tales situaciones. Son destacables los riesgos de las mujeres, y sus hijos e hijas víctimas de las violencias de género, que han visto mermadas y limitadas sus redes de apoyo socio-familiar u otros recursos, produciendo un contacto intensificado con sus maltratadores, generando una angustia psicológica y sentimientos de soledad, entre otros riesgos, causados por la COVID-19

Además, cabe destacar que muchas personas y familias presentan diferentes carencias y barreras tecnológicas, o características territoriales en entornos vulnerables y de riesgo de exclusión social. Esto ha hecho vislumbrar un escenario presente de realidades y situaciones complejas, de carencias, limitaciones y especiales necesidades sociosanitarias, gravemente afectadas nuevamente, y ha puesto en manifiesto, una vez más, las desigualdades y barreras existentes en nuestros entornos. La soledad en sus aspectos más negativos, se sitúa como el drama de los más desfavorecidos/as, aquellos/as más vulnerables.

La crisis que afrontamos ha puesto en manifiesto la utilidad y proximidad de las nuevas tecnologías como medios de producción, cohesión y conexión social, pero no presente en toda la ciudadanía en la misma medida. La solidaridad e iniciativas de participación vecinal e intergeneracional, han servido como herramientas y estrategias para paliar situaciones de desventaja y necesidad social y disminuir aquellos sentimientos de soledad no deseada.

Hay que agradecer también la labor incondicional, y en muchas ocasiones, invisible, de los/as profesionales de Servicios Sociales de Atención Primaria y Especializada, que, a pesar de las adversidades constantes, la falta y limitación de recursos, han prestado y prestan su quehacer profesional con la mayor implicación y desempeño, cargado de esfuerzo, innovación y compromiso.

En conclusión, a pesar de existir estrategias dirigidas a combatir la soledad no deseada, es un fenómeno complejo y en aumento progresivo, en el que aún queda mucho por hacer. Por ello, es preciso incorporar todos los avances técnicos, y que las instituciones públicas aborden este problema de manera transversal y global. Es un buen momento para revisar todo lo acontecido hasta la fecha, y establecer nuevas estrategias de acción.

Pensar en COVID-19 supone entrever una crisis sanitaria, pero también, y cada vez en mayor aumento, una crisis a nivel social. Por ello, hablar de Trabajo Social supone aceptar el reto de buscar nuevas vías para el reciclaje y la práctica profesional, que permitan apoyar y visibilizar aquellos colectivos y realidades emergentes, implementando nuevas alternativas de acción acordes a las mismas. Estas ideas cobran aún más fuerza desde la llegada de esta situación de pandemia a nuestras vidas.

Los fenómenos de soledad no deseada y aislamiento social han sido estudiados y revisados en diversos momentos y colectivos, pero se han visto agravados y en debate, a raíz del proceso de pandemia que afrontamos a nivel mundial. El pasado (y tal vez próximo) confinamiento, las dificultades en el acceso a determinados recursos-servicios, así como diferentes barreras de distinta índole, entre otras, han agravado o producido nuevamente episodios de soledad no deseada y aumento de aislamiento social, generando riesgos en relación al bienestar biopsicosocial de muchas personas, con especial incidencia en colectivos más vulnerables o que sufren de manera reiterada diversas discriminaciones múltiples.