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Réquiem

Según el tópico más asentado, los grandes artistas no llegan a morir jamás porque perviven en sus obras. A pesar de eso resulta difícil esquivar la tristeza durante la proyección de “El hombre más buscado”: el rostro de Philip Seymour Hoffman está ahí, atravesando con su mirada cada fotograma, dando la última muestra de su descomunal talento. Y además lo hace desde la contención, ese terreno resbaladizo en el que los grandes actores se prueban a sí mismos.

La película escapa a los habituales dictámenes del exceso que imperan en el moderno cine de espías. “El hombre más buscado” no contiene persecuciones de infarto, diálogos graves ni argucias narrativas, sin embargo, es emocionante como pocas. Se trata de una emoción fría y controlada, mucho más intelectual que física. No en vano, el escenario en el que se sitúa la acción huye de todo convencionalismo y traslada sus intrigas hasta Hamburgo, con sus edificios grises, sus calles ordenadas y sus barrios del puerto.

Llegados a este punto, se asoma otro tópico: el escenario no como trasfondo de la historia, sino como un personaje más. Al igual que hiciese en su anterior thriller “El americano”, el director Anton Corbijn continua explorando las posibilidades del entorno en la ficción y su incidencia en el carácter de los protagonistas. Menos arriesgada y hermética que su antecesora, “El hombre más buscado” adapta la novela homónima de John le Carré en un ejercicio que conjuga intriga y compromiso, una constante dentro de la obra del escritor inglés (“La chica del tambor”, “El jardinero fiel”).

El estado de alarma internacional originado tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 es el caldo de cultivo en el que se entremezclan los conflictos políticos, económicos y religiosos. La película pone su punto de mira en las cloacas del poder y en la lucha de los diferentes gobiernos por imponer sus reglas del juego, un torbellino de intereses donde se mueve el personaje interpretado por Seymour Hoffman. El actor ahonda en la figura del espía lacónico tan habitual en la literatura de le Carré, realizando un nuevo prodigio de transformación que emplea el recurso del comedimiento. Su papel introspectivo, poblado de demonios internos, contribuye al realismo en el que también participan sus compañeros de reparto: Willem Dafoe y Robin Wright proporcionan veteranía y talento, mientras que Rachel McAdams ilumina los rincones oscuros de la trama.

Con “El hombre más buscado”, Corbijn realiza su película más convencional hasta la fecha, aminorando sus ínfulas de autor y otorgando máximos poderes al guión y a los actores. Esta decisión parece correcta, aun a riesgo de considerar aséptico o impersonal el resultado. Cualquier tentación de estilizar las imágenes y la retórica del film hubiese podido desvirtuar la denuncia de las rivalidades entre los servicios de inteligencia, capaces de anteponer sus méritos a la seguridad de los ciudadanos. “El hombre más buscado” pone al descubierto los tejemanejes y las corruptelas que se producen en todos los bandos, los agujeros en los que tropieza la sociedad de la información. Pero por desgraciadas circunstancias, la película quedará como el último de los grandes papeles de Philip Seymour Hoffman, uno de los máximos exponentes del oficio de actor.