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ENTREVISTA

Ana Requena y los “estigmas” contra las mujeres: “Ser intensas nos ayuda a saber lo que queremos y lo que rechazamos”

Ana Requena

Alicia Avilés Pozo

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Hay muchos términos con los que han intentando “estigmatizar” a las mujeres de manera peyorativa. Es el caso de “histéricas” o de “brujas”. Ahora también ser “intensas” se ha convertido en un señalamiento que, en boca de un interlocutor determinado, supone una forma de desactivar nuestra asertividad, nuestras reivindicaciones o nuestras emociones. Ese es la base con la que la periodista y escritora Ana Requena, redactora jefa de Género de elDiario.es, ha elaborado 'Intensas' (Roca Editorial), su nuevo libro tras 'Feminismo vibrante'.

En esta nueva publicación, Requena parte de su entorno personal, pero recopila sobre todo la experiencia recabada a través de numerosos testimonios de mujeres que han visto como su 'intensidad' se ha visto denigrada o señalada por otorgarle un sentido negativo que no tiene nada de malo. Ser intensas es bueno y las mujeres debemos apropiarnos de ello y “reivindicarlo como algo positivo”.

Sobre esta y otras muchas cuestiones relacionadas con la igualdad y el feminismo charlamos con ella. La escritora y periodista presentará su nuevo libro el próximo martes, día 30 de enero, a las 19.00 horas, en la Biblioteca de Castilla-La Mancha del Alcázar de Toledo, en un acto que contará también con la participación de la consejera de Igualdad, Sara Simón, que charlará con la escritora, en un diálogo moderado por la directora de elDiario.es Castilla-La Mancha, Carmen Bachiller.

Con ello dará el pistoletazo de salida a los actos que la edición castellanomanchega de elDiario.es celebrará durante 2024 con motivo de su décimo aniversario.

¿Por qué han empezado a llamarnos 'intensas' con sentido peyorativo?

Es una palabra funcional porque no tiene una connotación negativa a priori, ni de género, como sí la tienen otros términos como 'histérica'. Y, sin embargo, puede servir para señalar cosas parecidas. Sirve para etiquetar, para señalar, para mostrar límites y generar cierto malestar sin que quien lo diga tenga que hacerse cargo de que está interpelando de manera peyorativa a una mujer. Y si este interlocutor es interpelado siempre puede decir ‘Oye, pero no te estoy diciendo nada malo. La intensidad no es algo malo’. Pero la realidad es que ese término sí que está funcionando en los últimos años como un sustituto de otros, como ha pasado con 'brujas' o 'exageradas'. Está cumpliendo un papel muy parecido.

Es curioso, porque la RAE no le da ese sentido negativo. ¿No hay nada malo en ser intensa, no?

No solo no hay nada malo, sino que además en el libro reivindico la intensidad. Lo que digo es que si la intensidad nos ayuda a saber lo que queremos o lo que no estamos dispuestas a aceptar, si la intensidad nos ayuda identificar lo que queremos cambiar, lo que nos indigna, no puede ser sino algo bueno. Nos ayuda a estar más cerca de nosotras mismas individual y colectivamente. Muy al contrario que ese uso negativo, la intensidad es algo a reivindicar. Pero hay que identificar que se está utilizando como nuevo estigma para las mujeres que piden, que se quejan, que quieren sentarse a hablar de cosas importantes o que quieren poder demostrar emociones.

Resulta complejo entonces, como casi todo para las mujeres, porque por un lado tenemos que estar alerta para identificar ese sentido peyorativo y, por otro lado, dejar claro que no tiene nada de malo. ¿Es esa la doble labor del libro?

Sí, el libro nace de la inquietud de ver lo que está sucediendo, primero en un entorno cercano y cotidiano, y luego a través de las historias de muchas otras mujeres que compartieron conmigo cómo ese término había servido para hacerles sentir mal, generales un malestar difuso y muy perverso. Pero al igual que hemos hecho con otros términos, nos lo podemos apropiar. Si algo ha hecho el feminismo es saber apropiarse de términos con los que han buscado señalarnos e insultarnos. Creo que haríamos bien en apropiarnos de esa intensidad y reivindicarla como algo positivo, señalando a quien lo utiliza de otra manera.

¿Cómo ha sido el proceso entre ‘Feminismo vibrante’ e ‘Intensas’, que, como dice, nace primero del entorno personal y luego de testimonios?

El libro nace de un artículo que escribí, que a su vez procedía de la sensación mía particular cuando me lo decían y me daba cuenta de que muchas mujeres de mi alrededor tenían experiencias parecidas con esa palabra. A partir de ese artículo empecé a recibir muchos testimonios y me di cuenta de que ese análisis se había quedado corto y hacía falta un libro que pudiera analizar todo eso en profundidad. Al final, hablo del amor, de la rabia, del derecho a enfadarnos, de los dobles raseros en nuestra sociedad en cuanto a hombres y mujeres. El libro me ha permitido abordar más aristas en esto de la intensidad, todo relacionado con la época en que vivimos.

¿Hay también una utilización colectiva de ese término?

Claro, en muchas ocasiones ese término también se utiliza de manera colectiva: nos hacen sentir que estamos exagerando, que estamos yendo demasiado lejos. Hay políticos y políticas que así lo han manifestado de manera pública. Es una estrategia para que las mujeres se sigan cuestionando, dudando de sí mismas, y para tratar de desactivar la lucha feminista, que tiene mucho que ver. Desde que publiqué ‘Feminismo vibrante’, eso es algo que ha ido a más.  

¿Cree que debido a este tipo de etiquetas y de estrategias las mujeres nos seguimos cortando e inhibiendo a la hora de ser asertivas y reivindicativas en nuestros ámbitos personales?

Sí, sí. Veo con claridad que a las mujeres nos cuesta muchísimo la asertividad, nos cuesta mucho enfadarnos y sostener nuestros enfados de manera productiva. Nos cuesta creernos que nuestras experiencias son relevantes y tenemos derecho a pedir, a reivindicar y a quejarnos. Todo eso tiene su origen en los mensajes que recibimos desde que somos pequeñas y que nos enseñan a devaluar nuestra experiencia y a quitar importancia a lo que vivimos.

Lo veo aún muy presente. De hecho, lo que ha pasado en los últimos años ha sido un revulsivo, porque hemos compartido colectivamente relatos de violencia sexual, de acoso, de machismo cotidiano como nunca se había hecho, con una masividad enorme, y eso ha llevado a la toma de conciencia de muchísimas mujeres. Ha obligado también a que nos tengan que escuchar. Luego hay gente que no quiere escucharnos o que hace una interpretación interesada, pero estamos hablando como nunca antes y eso es bueno, porque busca desactivar ese efecto de descrédito y de restar importancia a nuestros problemas.

En esos intentos de descrédito, y cuando el feminismo está más fuerte que nunca, nos hemos topado con el efecto de la entrada de la extrema derecha de Vox en las instituciones. ¿Cómo está afectando?

Está claro que estamos asistiendo a una reacción ante los avances y en ello conviven visiones muy distintas y contrapuestas de la sociedad. Hay una tensión que es fruto de ese avance, de la movilización feminista y de la pedagogía que ha habido en los últimos años. También fruto del choque con fuerzas reaccionarias y conservadoras que quieren mantener un statu quo. Para ello, toman como enemigo al movimiento que más ha interpelado a ese status quo, que es el feminismo.

Pero no tengo una visión negativa ni desesperanzada. Al contrario, mantengo el optimismo. Por supuesto, vivimos tiempos complicados en muchos sentidos. Lo que está pasando en Argentina es aterrador y sin irnos tan lejos, lo que vemos aquí, negando la violencia de género, dando la espalda a la experiencia y al sufrimiento de tantísimas víctimas, generando confusión, mezclando conceptos, es tremendo. No lo minimizo, es grave y tiene efectos.

El papel de los hombres es muy importante. Pero todo esto también va de políticas públicas, de poner dinero, de que haya presupuesto, de que haya una apuesta de todos los actores

¿Pero considera que lo conseguido hasta ahora puede hacerle frente?

Claro, mantengo una esperanza y una visión optimista, porque hemos conseguido un montón de cosas. Pero hay que seguir pensando estrategias, haciendo pedagogía y autocrítica. Debemos dialogar, hablar. Si no hacemos eso, la deriva va a ser peor, pero si mantenemos ese espíritu, hay esperanza.

¿Está la respuesta en las mujeres, debemos ser nosotras las que realicemos esa labor?

No, debe ser conjunto. En ocasiones se nos pone excesivo peso. Antes de las elecciones se dijo que las mujeres tenían la clave para que no ganara la extrema derecha. Bueno, las mujeres… y los hombres. Sobre todo los que son progresistas. Deben ser conscientes de que tienen un papel muy importante en lo que está pasando, a la hora de ir a votar pero también a la hora de seguir extendiendo esta pedagogía entre otros hombres y no dejarse tentar por discursos que buscan conectar con incertidumbres, malestares y desconciertos.

El papel de los hombres es muy importante. Pero todo esto también va de políticas públicas, de poner dinero, de que haya presupuesto, de que haya una apuesta de todos los actores, de las ONG, del movimiento feminista. Es una tarea muy colectiva, porque si no, parece que queda solo en las espaldas de las mujeres y eso es injusto.

Hablando de hombres, ha tenido mucha trascendencia el estudio del CIS que desvela que el 44% de los hombres cree que las políticas de igualdad han ido "demasiado lejos". Realizó usted un análisis detallado de la encuesta. ¿Cuál es la conclusión principal?

Son varios factores los que hay que tener en cuenta. En primer lugar, no tenemos datos con los que comparar: no sabemos cómo hubiera salido esta estadística hace 20 años. A veces nos asombramos con datos actuales pero quizás nos falta tener una mirada más amplia para ver cómo hubiera sido antes. Podemos tener una mirada negativa sobre el presente, sobre la juventud, pero si echamos un vistazo a nuestro pasado, a cuando éramos jóvenes, a lo que nos encontrábamos en los institutos o en las universidades, veremos que hemos avanzado mucho en muchas cosas.

Por otro lado, hay un dato en la encuesta del CIS muy relevante y es que la inmensa mayoría de los hombres que muestran ese tipo de posiciones están a la derecha, son votantes de Vox seguidos del PP, pero muchos menos hombres que votaron al PSOE o a Sumar se muestran de acuerdo con esa afirmación de que el feminismo ha llegado demasiado lejos. Aquí hay un factor de identificación política y partidista.

Supongo que también es determinante la reacción al avance de derechos de los últimos años…

Así es. Sabemos que en momentos de avances de derechos y de igualdad se intenta aprovechar y generar esa reacción, conectando con esos discursos de malestares masculinos. La extrema derecha está sabiendo hacer eso muy bien en muchos lugares del mundo. El sociólogo Michael Kimmel dice que efectivamente las política neoliberales de los últimos años han producido una pérdida de derechos y de estatus material en muchos hombres blancos, que están enfadados. Hay grupos de extrema derecha que están canalizando ese malestar contra los feminismos y las minorías, en lugar de unir ese malestar a sus causas verdaderas.

De hecho, esos grupos de extrema derecha lo que hacen es proponer las mismas políticas que causan esos malestares masculinos. Pero les dan un relato con el que sienten un alivio, y ahí las feministas son el enemigo. Tenemos que pensarlo para ver cómo lo cambiamos. No el malestar, sino dar un relato diferente y contarles a esos hombres que el proyecto feminista es de emancipación y bienestar para toda la sociedad.

¿Y en cuanto a la gente joven con amplios discursos reaccionarios?

Tiene que ver con que ahora lo rebelde muchas veces es estar contra lo que en los últimos años ha sido masivo y ha sido mainstream, que es el feminismo y la igualdad. Ahora, volver a discurso de la negación de la violencia de género o llamar a las feministas mentirosas se ha vuelto casi algo rebelde y radical contra lo ‘políticamente correcto’. Eso conecta con el discurso de la extrema derecha, que está continuamente lanzando datos falsos, cuestionando consensos básicos que se habían debatido mucho, sin argumentos sólidos, pero sí con un relato de la duda que esos jóvenes, muy socializados en internet y en la manosfera, repiten en sus entornos.

¿Hablamos lo suficiente de la manosfera?

Deberíamos darle más importancia. Los análisis alrededor de lo que sucede ahí desvelan que hay muchos jóvenes que pasan mucho de su tiempo en esos espacios, recibiendo discursos misóginos, antifeministas, repletos de tópicos, de datos falsos, de términos falsos y de odio implícito y explícito hacia las mujeres.

Me gusta mucho citar a la periodista Laura Bates, quien en su libro ‘Los hombres que odian a las mujeres’ hace un repaso muy exhaustivo a lo que está sucediendo en esos espacios. Ella alerta de que están siendo espacios de radicalización masiva de mujeres a los que casi no les estamos prestando atención o que cuando lo hacemos, se hace para explotar el clickbait.

Tenemos que analizar y ver qué está pasando en la manosfera y qué podemos hacer con eso

Se hace sin análisis ni crítica.

Eso es. Ella hace referencia por ejemplo al efecto multiplicador que tienen algunos medios en esa reproducción de los recursos. Tenemos que analizar y ver qué está pasando ahí y qué podemos hacer con eso.

Una forma de luchar contra ello es fomentar la igualdad en los medios de comunicación. ¿Cuál es su función como redactora jefa de Género en elDiario.es?

La figura surge en este medio en 2018. Poco antes el 'New York Times' había creado un rol con el nombre de editora de Género, al entender que hace falta una figura en todas las redacciones que esté especializada en igualdad para pensar mejores y más amplias coberturas, que pueda estar atenta en la redacción a posibles errores pero también a nuevas ideas para temas que están en plena expansión. Eso hace que muchos medios se fijen en esa figura y la empiecen a incorporar en sus redacciones.

En elDiario.es se hace con un nombre diferente pero con un espíritu similar: plantear ideas, estar atenta también a lo que se está haciendo pero siempre desde el debate. Yo no puedo ni quiero estar detrás del trabajo de todos mis compañeros y de cada noticia, pero puedo participar en las reuniones, doy mis puntos de vista, hago mis propuestas, alerto cuando creo que estamos metiendo la pata o si hay enfoques que no me convencen, y también para recibir comentarios, necesidades y consultas.

Aunque no pueda leerse todas y cada una de las noticias, ¿qué opinión tiene del trabajo que se hace, teniendo en cuenta la perspectiva de género, desde las ediciones autonómicas?

Una de las cosas de las que más satisfecha estoy es precisamente no tener que estar atenta a todo porque siento que hay una inercia en elDiario.es y en todas las ediciones autonómicas para incorporar esa perspectiva de género. Hay un interés genuino y eso se nota en el trabajo que se hace desde las autonomías. Eso lo valoro un montón. Todos podemos tener dudas y cometer errores, pero es importante saber que nadie tiene las respuestas todo el rato. El trabajo consiste a veces en ir caso a caso y debatir. Pero cuando está ese chip puesto de la perspectiva de género, lo valoro un montón y eso está y lo tenéis ahí. Seguimos teniendo cosas que mejorar, pero tenemos internamente algo ganado.

Alguien nos ha dicho por aquí alguna vez que somos un medio muy intenso...

(Risas) En el caso vuestro de Castilla-La Mancha, eso no puede ser más que bueno. Felicidades por ello y por vuestros diez años de trayectoria.

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