Los datos son tozudos y en España sigue habiendo víctimas de violencia machista en cada rincón del país. No hay un único motivo ni perfil ni contexto que determine que va a producirse un caso de violencia contra la mujer. Pero las historias de aquellas que sobrevivieron sí que ayudan a conocer algunos factores de protección que las empujaron a separarse, romper el círculo violencia, denunciar y tirar para adelante. En el medio rural, con menos recursos sociales y económicos, estas situaciones se agudizan aun más y por ello nos hacemos eco de cuatro historias de mujeres que vivieron esta situación en pueblos de pocos habitantes.
Los testimonios los ha recogido la memoria del proyecto Factores de protección de las mujeres rurales frente a la violencia de género realizado por la Asociación Trabe, dentro de la convocatoria de ayudas a la investigación del Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha.
Trabe lleva casi 18 años trabajando por el cambio social mediante la intervención y la búsqueda del empoderamiento personal y colectivo desde una perspectiva de género. Con el tiempo se ha ido especializando en la defensa de los derechos humanos de las mujeres con especial atención a las violencias ejercidas contra ellas. Trabaja principalmente en Asturias, Castilla-La Mancha y la Comunidad de Madrid.
Este amplio proyecto de investigación lo ha realizado mediante un mapeo de las provincias de Albacete y Toledo, en poblaciones menores de 5.000 habitantes, pero diferenciando por tramos hasta llegar a los de menor número de habitantes. Con carácter general el estudio abarca el 27,74% de los municipios de la región.
En una de sus fases, se realizaron varias entrevistas en profundidad a mujeres “resilientes”, es decir, que superaron situaciones de violencias múltiples y machistas. A nivel metodológico, los autores indican que se procuró que las mujeres contaran lo que libremente querían “con el fin de que fueran ellas mismas las que construyeran su propio relato”. En todo momento se garantizó su privacidad y anonimato, especialmente al tratarse de zonas de escasa población, por lo que no aparecen sus nombres ni apellidos.
La economía como violencia
Uno de los testimonios es el de una mujer nacida en 1963, sin formación, que se casó con un hombre con quien tuvo una hija en 1984. Se separó en 2011 tras 30 años de matrimonio, siendo los últimos 10 los peores en cuanto a maltrato, cuando el marido disponía de más dinero por el beneficio de los negocios familiares. En esos años, la mujer sufrió violencias graves múltiples (económica, emocional, psicológica y física). Tras la separación tuvo una situación económica complicada.
Socializar con la gente gracias a los trabajos que tuvo que realizar, el apoyo económico de familiares de su pareja para pagar las deudas, el apoyo de sus propios padres y de su hermana -que llegó a recogerla a ella y a su hija una noche que el marido las dejó en la calle- tener carné de conducir y coche, son algunos de los factores de protección marcados en su testimonio como positivos para su resiliencia.
Al separarse en 2011, siguió varios años con uno de los negocios familiares, aunque parte de los ingresos eran para pagar deudas. Posteriormente salió del pueblo a trabajar por temporadas en otras localidades (18 meses fueron cuidando a personas mayores). Eso la ayudó mucho porque el dinero que ganaba era para ella. Su hija ha sido su “gran apoyo en todos los sentidos” y quien denunció en dos ocasiones al padre. Ella tenía información suficiente sobre dónde pedir ayuda, pero durante muchos años no lo hizo porque al tener tanto trabajo, negocios, deudas, se limitaba “a trabajar durante todo el día”.
Otra de las entrevistas realizadas se centra en una mujer nacida en 1974, sin estudios y que se casó embarazada en 1996, que es cuando nace su único hijo. En 2019 se separó después de 23 años, trabajando un tiempo y después de haber sufrido múltiples violencias (emocional, psicológica y económica) tanto por parte de su marido, que ya empezó a maltratarla durante el noviazgo, como por su hijo, “copiando el comportamiento de su padre”. Nunca presentó denuncia ni pidió orden de alejamiento.
Entre los factores que nombra para superar la situación por la que atravesó se encuentran su fortaleza mental y emocional, su determinación para separarse, el haber trabajado por periodos, y el apoyo de su madre y de su suegra en los cuidados de su hijo cuando era un bebé. Pero también señala otras circunstancias externas muy positivas: una asociación cultural del municipio de la que era socia y donde acudía a realizar múltiples actividades. Allí fue muy relevante hacer teatro y actividades. También nombra a la asociación de mujeres del pueblo y el gimnasio al que acudía. En general, salir de su casa la ayudaba: “Hablar con la gente, que la conociera todo el pueblo y se preocuparan por ella”.
Varias amigas y un amigo conocían su situación, la apoyaban e intentaban concienciarla sobre su situación. Asimismo, un político municipal al que le contó su historia le informó de los servicios de una abogada (privada), para que la asesorara sobre la separación. A partir de ahí, comenzó su empoderamiento y su proceso de separación.
Una vez separada, sacarse la ESO a través del Aula de Adultos y comenzar a trabajar como limpiadora en una residencia de mayores, entre otros empleos, la ayudó con “ilusión y fuerza”. En su entrevista, destaca que también la ayudó la medicación que todavía toma para controlar la ansiedad y el insomnio.
Hay algunos factores que se repiten en otra de las entrevistas, si bien otras circunstancias son totalmente diferentes. Es el caso de una mujer nacida en 1945 y casada con un hombre durante 52 años, hasta el año 2016. Es madre de siete hijos, sin estudios, dedicada al cuidado de la casa y durante algunos periodos, responsable de negocios familiares. Nunca cotizó a la Seguridad Social.
Los hijos, también víctimas de violencia, la ayudaron a denunciar
Relata violencia emocional, sexual, económica y psicológica hacia ella durante todo el matrimonio hasta el último episodio, que también fue de violencia física. En los últimos años, el padre ejerció violencia hacia sus hijos hasta que “se hizo imposible la convivencia”. La separación se produjo con denuncia y orden de alejamiento por amenazas de muerte. En este caso, fueron su padre, su madrastra, dos amigas y una vecina las principales relaciones donde encontró el apoyo. También detalla que un factor importante de protección fue tener otra casa en el pueblo donde pudo irse desde la separación y así dar cumplimiento a la orden de alejamiento.
Los hijos e hijas la acompañaron a la Guardia Civil a poner la denuncia, así como al Centro de la Mujer y a los Servicios Sociales. La apoyaron emocionalmente y la ayudaron económicamente, dado que no contaba con recursos económicos suficientes. Tras la denuncia, el dispositivo de vigilancia que la tenía localizada siempre la ayudó a sentirse “más protegida” ante el incumplimiento reiterado de la orden de alejamiento.
Finalmente, la memoria del proyecto cuenta con el testimonio de una mujer nacida en 1973 que se casó a los 19 años. Se dedicaba al cuidado del hogar, entre otras cosas porque padece una enfermedad crónica que la incapacita para el empleo normalizado. Tuvieron una hija en 1994 y otra en 1999. La víctima ha sufrido durante 21 años violencias desde el noviazgo y de carácter múltiple: económica, sexual, física, emocional, psicológica y vicaria. Se separó en 2010 con denuncia y orden de alejamiento. Tras separarse ha seguido sufriendo violencia psicológica, emocional y económica.
La “fuerza que le han dado sus hijas” y su obsesión por protegerlas de la violencia fueron los principales factores que la impulsaron a resistir, así como las manualidades, la pintura, las actividades creativas y la música, que la ayudaron a “aislarse de su situación y no pensar”. También varias amigas que ha tenido en los pueblos donde ha vivido, con las que se juntaba cuando el marido estaba fuera trabajando, consiguieron que saliera de su situación.
Los objetivos del proyecto de Trabe han sido identificar los factores de protección frente a la violencia de género que utilizan y pueden utilizar las mujeres que residen en zonas rurales, especialmente en núcleos de población pequeños. También socializar y compartir los resultados de la investigación con las mujeres y con agentes clave de los municipios, así como diseñar estrategias de apoyo, autoayuda y protección.
Para ello, también han contado con la participación de profesionales de los Centros de la Mujer, quienes apuntan en la memoria que lo más común es que en un plazo máximo de 48 horas se pueda dar respuesta a cualquier demanda que les llegue en su ámbito territorial, aunque se encuentran diferencias si se trata de un pueblo donde se tienen infraestructuras estables, se tiene horario fijo con itinerancia de los/las profesionales o son municipios donde se va a demanda. En cualquier caso, dependiendo de la urgencia de la demanda, se acortan o se pueden alargar los plazos de atención. Los casos de violencia de género siempre se atienden de forma preferente.
En relación a la información que han proporcionado los Equipos de Servicios Sociales de Atención Primaria, aunque no son recursos especializados para abordar la violencia de género, se valora su papel clave para la atención de las mujeres en otras áreas (empleo, ayudas económicas, apoyo familiar, etc.) y para la detección de casos que posteriormente se derivan a los Centros de la Mujer.