La pirámide poblacional de la comarca leonesa del Bierzo tiene dos 'mordiscos'. Dos generaciones enteras 'perdidas', y prácticamente consecutivas. La primera la de los cuarenta y tantos a los cincuenta y tantos y la segunda la de los veintitantos a los treinta y tantos.
Una se la llevó la heroína. Jóvenes de los años ochenta en edad de salir y experimentar, de cuenca minera, con posibles y en pleno paso de la droga desde Galicia hasta el resto de España, que no sabían las consecuencias de un mal pico. El que no murió en un baño de discoteca, no volvió a salir por su propio pie del coche aparcado junto al cementerio. Grupos enteros de amigos de los que con suerte quedan un par. Los que 'controlaron' entonces y consiguieron salir, los que 'controlaron' y cada semana esperan en el centro de Salud al reparto de metadona y los que nunca probaron la reina blanca porque les impresionaba que el billete para el viaje incluyera una jeringuilla.
La segunda es la de los que andaban a gatas cuando se enterraba a los yonquis. Crecieron sabiendo los peligros de la droga dura, pero encadenando crisis económicas. El estrangulamiento hasta la muerte del sector que alimentaba a todo el territorio y un futuro negro como el carbón que no ayudaron a aclarar ni la burbuja inmobiliaria ni la sustitución de empresas mineras por empresas de energía renovable los ha obligado a emigrar o a vivir en un continuo 'sobrevive como puedas' que cada vez ofrece menos alternativas. Son más una generación abandonada a su suerte que una generación perdida, aunque indudablemente pierden todos: ellos y también el territorio que los ve partir, con el riesgo de que echen raíces fuera y ya no vuelvan más que dos veces al año a bodas y funerales de los que se quedan.
La generación 'abandonada'
Las palabras siempre se entienden mejor si se las acompaña de imágenes. Y a las crisis económicas, sociales y demográficas si se les pone cara. Alberto López tiene 34 años, es natural de Vega de Espinareda, y decidió empezar a trabajar siendo menor de edad para ganarse la vida. De la brigada de incendios pasó a la carpintería, pero el pinchazo de la burbuja inmobiliaria acabó empujándolo a la minería. De 2004 a 2012 estuvo entre los lavaderos de carbón de Fabero y Alinos. Fueron años de “subidas y bajadas”, que en otras palabras significan Expedientes de Regulación de Empleo (ERE), huelgas, piquetes, marchas negras y meses sin cobrar.
Él fue uno de los cientos de mineros que marcharon a Madrid en 2012 para reclamar futuro al grito de “Si esto no se arregla, guerra, guerra, guerra”. Reconoce a este medio, que lo que pedían arreglar era el 'desbloqueo' de las ayudas al sector para el 'rey del carbón', el empresario Victorino Alonso, dueño de la mayor parte de las explotaciones del Bierzo. El conocido empresario “nos chantajeaba con despidos y la gente cogía miedo, y firmaba y hacía lo que fuera”, hasta el punto de que el cierre del sector, que en un inicio “estaba previsto para el año 2018, lo adelantó”.
“Luego estuve en el paro y me tuve que ir a Valladolid a buscar la vida”, recuerda. Trabajó durante un año en la planta de la Renault con un contrato temporal y cuando se le terminó, intentó volver a casa con la única alternativa de intercalar en la capital de la Comunidad doce meses de trabajo con seis al paro en la empresa de fabricación de coches. Echó el currículum en la factoría de palas eólicas LM Windpower en Ponferrada y, “¡tuve suerte!”, dice. Lo cogieron.
En la planta ponferradina, propiedad de General Electric desde hace un par de años y hoy por hoy la empresa más grande de la comarca y una de las más grandes de la provincia de León, conoció a Mario Álvarez, de Villadepalos, de 30 y trabajador en el sector de la energía 'verde' desde los 27. Él tampoco extrajo carbón del suelo de la comarca leonesa, pero era un elemento más del completo engranaje de la minería desde los 16, trabajando en el servicio técnico de las minas de interior y exterior y de las obras públicas de Victorino Alonso.
Ambos contuvieron la respiración el pasado mes de julio cuando LM Windpower anunció su intención de despedir a 393 personas en la capital del Bierzo o deslocalizarlas a Francia para trabajar en su planta en Cherburgo. De nuevo se veían en la encrucijada de luchar o perder su empleo, y decidieron luchar con las armas que tenían: la huelga. “Yo me iría, pero no quiero. Quiero intentar quedarme aquí y hacer mi vida aquí. Me da igual en qué trabajar”, subraya López, conocido por sus amigos como 'Polilla'.
Un conato de disturbio por la ruptura de las negociaciones entre la empresa y los sindicatos la madrugada antes de que se agotara el plazo para llegar a un acuerdo forzó que ambas partes se volvieran a sentar a la mesa. Finalmente, los casi 400 despedidos se quedaron en 250. Alberto y Mario esperaron los primeros días de sus vacaciones una notificación de malas noticias que nunca llegó. “Esta vez no ha sido, pero no nos da tranquilidad ni estabilidad para el futuro”, lamenta el de Vega de Espinareda, “no te garantizan que puedas hacer tu vida, asentarte, hacerte una casa, tener familia...”
Los que se fueron
David Navarro (32), natural de Fabero, fue durante mucho tiempo 'el más pequeño' de la mina de Cerredo, en el límite de Asturias con la comarca leonesa de Laciana. Empezó a trabajar como electricista en el pozo en el 2007, con 18 años recién cumplidos, y acabó sus días en el sector minero en el cielo abierto de Jarrinas de Fabero en el 2014. “De mi clase del instituto igual quedamos 'por aquí' la mitad”, explica. Por aquí, entiende él, a estar a dos horas de casa como es su caso.
Después de hacer la marcha minera del 2010, de Villablino a León, las aguas del sector volvieron a su cauce pero por poco tiempo. La ocurrencia de formar un comité de huelga por los EREs de 2013 hicieron que el magnate del carbón los despidiera fulminantemente por insurrectos. A él y los otros once compañeros del primer intento de organización sindical. También a los siguientes doce valientes que quisieron consolidar lo que habían empezado pero obtuvieron el mismo resultado.
Tras pleitos judiciales, el empresario minero se vio obligado por una sentencia de despido improcedente a readmitirlos irónicamente cuando el resto de la plantilla estaba mano sobre mano y la empresa estaba en cese de actividad. Desgastado y hastiado, no esperó a unas supuestas prejubilaciones que a él con entonces 26 años no le tocaban, y se fue a Ponferrada a trabajar como electromecánico. Ahora, ya en la treintena, se encuentra desempeñando su vida personal y laboral en León capital en la empresa Vidal León diesel.
Manuel Molinero (39 años), natural de Vega de Espinareda, en cambio, tuvo que hacer una maleta más grande tras el cierre de la minería. Victorino Alonso, que era el gran empresario del sector en León, ofreció a sus mejores empleados la opción de seguir con trabajo pero fuera. Él, que se había dedicado a desmontar la maquinaria minera en España para venderla, pasó a montarla en Escocia. Fue encadenando contratos temporales hasta que, una vez obtuvo el título de padre y por partida doble, se plantó y reclamó tener unas condiciones que le permitiesen establecerse con su familia en un punto fijo o dejarlo.
Así, lleva ya tres años y medio en la región británica “muy contento con la experiencia. Y aunque no pienso en retirarme aquí, de momento, en el tema laboral, no tengo nada en España que pueda igualar esto ni por asomo”, cuenta a este medio. Lo más duro, reconoce, fue “separarnos de nuestra familia y amigos. Sobre todo el primer año”, pero por ahora su familia crece y su sitio está en el norte del Reino Unido.
Los cuatro comparten los rasgos comunes de muchos otros de su generación 'abandonada': son jóvenes, nacidos en un ámbito geográfico muy próximo, sin estudios superiores porque cuando empezaron su vida laboral lo que hacía falta era mano de obra, pero con formación muy específica y valorados en sus puestos. Nunca han estado mucho tiempo sin trabajar pero sus opciones cada vez son más reducidas en el medio rural al que pertenecen y que, como las ondas de agua en un estanque al tirar una piedra, se van expandiendo conforme se van alejando. La comarca entera se vacía de gente como ellos: de los pueblos a las ciudades y de unas ciudades a otras, en una espiral de despoblación y escasez de oportunidades de la que muchos hablan pero a la que nadie ha puesto, hasta el momento, remedio.