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De cañas en el colegio electoral: “Todos los colegios deberían tener un bar para pasar el mal trago”

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Alba Camazón

Votar y un vino. O votar y un vermú. O votar y una caña. Es una tradición muy típica en España la de aprovechar que sales de casa a ejercer tu derecho al voto y acercarte al bar más cercano para tomar algo. La única diferencia es que en el colegio electoral del barrio Santa Ana (Valladolid) los votantes no tienen ni que cambiar de edificio. Una puerta de cristal divide el espacio entre las urnas y el bar. Ellos se van de cañas en el colegio electoral. Muchos depositan sus votos y en el mismo edificio se toman un piscolabis. “Todos los colegios electorales deberían tener un bar para pasar el mal trago”, recomienda Marco, un habitual en votar y en ir al bar, que reconoce, entre risas: “Aunque en los colegios de monjitas no se les puede pedir un bar”. Otros prefieren acudir solo a la segunda cita. “Yo solo he venido al vino”, bromea junto a Marco su amigo Eduardo.

El colegio electoral de esta barrio vallisoletano está integrado en el club social, propiedad de los vecinos. Cuando se instaló no había otro espacio, y con el crecimiento de la población en los alrededores, se ha decidido mantener como colegio electoral. Antes las urnas estaban colocadas en la sala que hay encima del bar, pero las dificultades de acceso y el voto anciano de las residencias de alrededores animaron a la Junta Electoral a votar en la entrada del edificio, 100% accesible para personas con movilidad reducida.

“Buenos días, ¿ya has votado?”, es una de las preguntas que se repite más al entrar en el bar. Guillermo, apoderado de Ciudadanos y uno de los votantes en este colegio electoral, reconoce que es “curioso”, pero ya ve “normal” votar justo al lado del bar. Xavier, apoderado de Unidas Podemos, ve ventajas e inconvenientes. “Está bien, porque el ambiente es menos encorsetado que en otros colegios, la gente no viene solo a votar, luego hablan y se toman algo, pero a veces puede haber aglomeraciones”, asegura.

Y razón no le falta. A la una, después de misa, el colegio electoral y el bar se llenan. Empiezan a formarse colas ante las cabinas y los camareros no dan a basto en su agosto electoral, que este año se ha repetido más de lo normal.

“Más o menos hay la misma gente que otros años”, asegura el propietario del bar restaurante, Luis Miguel Lora, que ha empezado a repartir tapas de paella y que ya está pensando en las comidas. “Algunos se quedan y otros solo se toman algo, pero en el bar hay mucha gente”.

“Me parece perfecto. Nos vemos todos los vecinos y amigos... La verdad es que [tener el bar tan cerca] invita a venir. Ves gente a la que solo ves en verano”, explica María. Su amiga, también María, asegura que con las elecciones ya tienen “una excusa para salir y tomar algo”. Ana no lo ve tan claro. “Nosotros venimos de normal, entonces esto es como un trámite más. Venimos, votamos y nos tomamos algo como todos los domingos”, añade.

“Como [los políticos] no se arreglan, aquí estamos otra vez”, lamenta Juana, que lleva votando en este colegio los últimos 20 años. Su amiga Matea muestra “un poco de cabreo” por haber tenido que votar tantas vetes en los últimos años. “La obligación te exige venir, pero ya te cabreas”.

Otros, como los apoderados o los representantes de las dos mesas electorales, ven “genial” poder calentarse tomando un café. “Así entras en calor, sobre todo hoy que hace mucho frío”, explica Carmen Juárez, apoderada del Partido Popular. Ana, presidenta de una de las mesas, también ve las ventajas que tiene este colegio electoral. Un lugar en el que puedes tomar algo mientras ejerces tu derecho al voto o tu obligación democrática de garantizar el buen funcionamiento de esta jornada electoral.

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