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Día para la eliminación de las armas nucleares

Xavier Bohigas

Centre Delàs d’Estudis per la Pau —

En diciembre de 2013, la Asamblea General de la ONU pedía (Resolución A/RES/68/32) que se inicien de forma urgente las negociaciones en el marco de la Conferencia de Desarme para la pronta conclusión de una convención general sobre las armas nucleares por la que se prohíban la posesión, el desarrollo, la producción, la adquisición, el ensayo, el almacenamiento, la transferencia, el empleo o la amenaza del empleo de armas nucleares y se disponga su destrucción. Para promover este objetivo declaró el 26 de septiembre Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Nucleares.

Es importante que la ONU haga una declaración para la eliminación y prohibición de las armas nucleares, pero es insuficiente. Es necesario que los gobiernos de los estados con armas nucleares y los que no las tienen, se impliquen para conseguir los objetivos que fija la resolución de la Asamblea General de la ONU.

La probabilidad de que haya una explosión nuclear es pequeña, pero no es nula. Actualmente, en el mundo hay alrededor de 16.000 bombas nucleares y es posible que una de ellas explote de forma intencionada o por accidente. La explosión de un arma nuclear tendría unas consecuencias catastróficas. Si la explosión tuviese lugar en una ciudad morirían de forma inmediata cientos de miles de personas. Otras cientos de miles más podrían quedar gravemente heridas (ciegas, quemadas, aplastadas, con múltiples fracturas, ...) y, muchas de ellas, morirían al poco tiempo. Los efectos a largo plazo de la exposición a la radiación provocarían una mayor incidencia de leucemia y cánceres sólidos en los supervivientes, y un mayor riesgo de efectos hereditarios perniciosos a las generaciones futuras. Recordemos Hiroshima y Nagasaki. Los efectos, incluso de una sola arma nuclear, son horribles.

Pero una explosión nuclear, además de causar gran cantidad de personas muertas y heridas, provocaría enormes desperfectos en las infraestructuras, la industria, la agricultura. Algunos hospitales quedarían destruidos. Y los servicios médicos que quedaran tendrían grandes dificultades para atender a los heridos y, posiblemente colapsarían. El servicio de bomberos quedaría afectado y no podría responder a las necesidades de la población. Las carreteras de acceso a la ciudad quedarían destruidas y sería muy difícil que se pudiera llegar a la zona de la explosión para ayudar a los supervivientes. Los suministros de electricidad, gas, agua, teléfono, etc. quedarían interrumpidos, lo que dificultaría la vida de los supervivientes. Huelga decir que la actividad económica quedaría muy dañada. En un reciente informe de United Nations Institute for Disarmament Research es concluye que sería improbable que la ONU fuese capaz de dar la asistencia humanitaria suficiente a las víctimas en los momentos inmediatamente posteriores a una explosión nuclear. Y sugiere que hay que reducir el riesgo de que se usen las bombas nucleares.

La cantidad actual de bombas nucleares es significativamente menor que la cifra de más de 60.000 que se alcanzó durante la Guerra Fría. Esta reducción del número de bombas nucleares puede haber dado una errónea sensación de seguridad. El arsenal nuclear mundial tiene la capacidad para destruir el mundo varias veces. A pesar de la reducción, sigue el peligro. Las bombas actuales son mucho más potentes que las de Hiroshima y Nagasaki y, por tanto, también su poder destructivo.

Se han hecho varios estudios científicos de modelización climática sobre las consecuencias de la explosión de sólo 100 bombas nucleares, similares a las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, lo que representa menos del uno por ciento del arsenal nuclear mundial. Según estos estudios, si las bombas explotaran en zonas urbanas o industriales se produciría gran cantidad de hollín y humo debido a los incendios provocados por las explosiones. Este hollín y humo podría llegar a la atmósfera superior, lo que provocaría cambios importantes en la dinámica atmosférica. Por un lado, una importante disminución de la radiación solar en muchas zonas de la superficie terrestre, con la correspondiente disminución de la temperatura ambiente. Por otro, también habría una disminución de las precipitaciones en forma de lluvia y se acortarían los períodos de cosechas.

Esta situación descrita, posterior a la explosión nuclear, ya se había pronosticado en la década de los 1980. Se hablaba de invierno nuclear y se consideraba que los efectos climáticos no se prolongarían más de uno o dos años. Hoy tenemos un conocimiento más preciso de la dinámica atmosférica y disponemos de mejores herramientas de cálculo que hace veinte y cinco años atrás. Los estudios actuales alargan el periodo de frío hasta diez años o más.

Todos estos cambios en el clima podrían desencadenar un desastre humanitario sin precedentes. Los efectos climáticos producidos por la explosión de 100 bombas nucleares provocarían una reducción muy importante de las cosechas y, por tanto, la cantidad de alimentos disponibles (tanto para los humanos como para los animales) disminuiría drásticamente. Según un estudio de la International Physicians for the Prevention of Nuclear War y la Physicians for Social Responsibility, esta situación podría llevar al hambre a más de 2.000 millones de personas, - más de la cuarta parte de la población mundial -.

No es necesario, sin embargo, una confrontación bélica nuclear para que se produzca un desastre. La sola existencia de armas nucleares nos expone a unos peligros permanentes. Se han producido multitud de accidentes relacionados con armas nucleares (recordemos el de Palomares, pero en otros casos incluso se han perdido las bombas nucleares). Hay también la posibilidad de inicio de un conflicto nuclear a causa de un error humano o técnico. Y no podemos olvidar los enormes perjuicios a la población debido a pruebas con armas nucleares (Argelia, Polinesia, Semipalatinsk).

Hay que subrayar que la población civil sería quien sufriría fundamentalmente las consecuencias de una explosión nuclear. A pesar de este panorama, las armas nucleares no están prohibidas. Son las únicas armas de destrucción masiva que no están prohibidas, mientras que las armas biológicas se prohibieron en 1972 y las armas químicas en 1993.

La única solución que evitará definitivamente todos los riesgos inherentes al armamento nuclear es la prohibición y eliminación total del arsenal nuclear mundial. Conseguirlo depende de todos los estados, no sólo de los armados nuclearmente. La fecha del 26 de septiembre puede servir para hacer visible este problema. Si queremos conseguir un tratado de prohibición de armas nucleares, tenemos que presionar a nuestros gobiernos para que trabajen en su consecución.

En diciembre de 2013, la Asamblea General de la ONU pedía (Resolución A/RES/68/32) que se inicien de forma urgente las negociaciones en el marco de la Conferencia de Desarme para la pronta conclusión de una convención general sobre las armas nucleares por la que se prohíban la posesión, el desarrollo, la producción, la adquisición, el ensayo, el almacenamiento, la transferencia, el empleo o la amenaza del empleo de armas nucleares y se disponga su destrucción. Para promover este objetivo declaró el 26 de septiembre Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Nucleares.

Es importante que la ONU haga una declaración para la eliminación y prohibición de las armas nucleares, pero es insuficiente. Es necesario que los gobiernos de los estados con armas nucleares y los que no las tienen, se impliquen para conseguir los objetivos que fija la resolución de la Asamblea General de la ONU.