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Las armas y los ejércitos no dan seguridad

Pere Ortega

Centre Delàs d'Estudis per la Pau —

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Las armas han sido concebidas para dar seguridad a quien las posea. Esto es así aparentemente, dado que aquellos que no las posean es posible que sientan temor delante de sus poseedores y se vean empujados a adquirir para sentirse seguros. En el ámbito de los estados, esto ha conducido a una espiral sin límites que recibe el nombre de armamentismo y que tuvo su máximo exponente durante la Guerra Fría. Alarmados por el rumbo que tomaban las cosas delante de un posible holocausto nuclear, algunas mentes sensatas reflexionaron para ponerle freno, y en lo posible, caminar en sentido contrario, hacia un estadio más seguro; el desarme. Como la lista es larga, tan sólo recordar algunos de los que alertaron sobre el peligro de las armas: Bertrand Russell, Alva Myrdal, Alvert Einstein, Bertha von Suttner…Sus argumentos eran simples; si se siente temor delante de un vecino armado, quizás sea mejor dialogar con él para conseguir un mínimo común denominador por lo que respecta al potencial militar y así ambos se sentirían más seguros. Otro argumento igual de convincente era que, si bien se han diseñado armas para defender pertenencias propias, estas armas también han servido para arrebatar las de otro y, en caso de controversia, combatir. Entonces advierten de que en una batalla siempre hay perdedores, con la cual cosa quizás era mejor dialogar y buscar un equilibrio que evitase el sufrimiento de la guerra.

Pero los defensores de las armas continuaron argumentando qué hacer delante de los enemigos que amenazan la seguridad. Un par de sociólogos actuales han intentado dar respuesta a las inseguridades que nos acechan. Ulrich Beck ha denominado el mundo actual como la sociedad del riesgo y Zygmunt Bauman como la sociedad líquida, producto de la etapa postindustrial en la que vivimos, que tienen que ver con las incertidumbres que ha provocado el mundo globalizado y amenazado por la escasez de recursos renovables, el cambio climático, las catástrofes ambientales y nucleares como Chernóbil y Fukushima, hambres y grandes migraciones. Causas de las auténticas inseguridades que sufre la humanidad. Riesgos, peligros y amenazas que no parece que las armas y los ejércitos puedan eliminar.

Pero pese a ello, se persiste en construir el mito del enemigo que nos amenaza y se habla de terrorismo internacional, de crimen organizado, de ataques cibernéticos, la proliferación de armas de destrucción masiva y los conflictos que desestabilizan la paz mundial. Sin lugar a duda es cierto que son peligros y amenazas, pero es necesario volver a insistir que tampoco parece que ninguno de estos peligros pueda ser contrarrestado ni vencido mediante armas y ejércitos. Quizás, lo único, el conflicto armado pero recurriendo de nuevo al sentido común, sería menos costosa su prevención y solución a través de medios de presión política, de embargo aconómico y comercial, o de conferencias de paz, que no a través del uso de la fuerza.

El punto crítico por el cual los estados, especialmente en los países industrializados, defienden la pervivencia de los ejércitos nacionales, es la defensa de otro tipo de interese menos espurios que el terrorismo y otros de los expuestos. Se trata de la defensa del sistema de vida que impera en el llamado ‘primer mundo’. Un sistema que no está dispuesto a permitir que nadie ponga obstáculos a la obtención de recursos naturales, materias primeras, la circulación de mercaderías, capitales y servicios, muy especialmente los preciados hidrocarburos. Esta es la causa principal de los conflictos en Oriente Próximo. Y por eso no dudan en estar fuertemente armados para intervenir cuando sea necesario; disponer de bases militares repartidas estratégicamente por múltiples lugares; barcos de guerra que controlan la circulación marítima de los recursos. Un sistema depredador que necesita de la extracción de recursos no renovables que sitúa el planeta al borde de su agotamiento y que hipoteca el buen vivir de las generaciones futuras.

Llegados a este punto, conviene reflexionar en sentido pragmático. Es decir, si el uso de la fuerza a través de la guerra ha sido la forma más razonable para resolver conflictos. Porque vistos los resultados post-bélicos, en la mayoría de ocasiones las guerras no han resuelto los conflictos, sino que en muchos casos se han enquistado y posteriormente se han reabierto en innombrables nuevos conflictos, tardando generaciones en resolverlos. Entonces, quizás habría sido más práctico buscar la solución de las controversias por otro medios y la humanidad se hubiese evitado los enormes sufrimientos y destrucción que proporciona la guerra. De aquí surgieron los estudios de polemología, y posteriormente los de prevención y de resolución de conflictos, que han derivado en la creación de organismos y centros, tanto académicos como de intervención con el propósito de pacificar los conflictos con otros medios que no sean la guerra.

Los que nos alineamos contra el armamentismo y el militarismo, argumentamos que, pese al elevado gasto militar mundial, 1.753 billones de dólares anuales, los conflictos armados y las guerras no han desaparecido. Y por el contrario, este gasto puede impulsar nuevas confrontaciones armadas en un bucle de militarización sin fin. Gente que reclamamos el desarme, la disminución de los ejércitos y la desaparición de los bloques militares. Gente que somos tildados de utópicos por no percibir los peligros que amenazan la humanidad y, en este sentido, que estamos carentes de realidad. Cuando la realidad, precisamente, muestra lo contrario, que los irreales son ellos, porque se encabezonan en resolver los conflictos mediante la violencia y, aún así, los conflictos no desaparecen. Por eso es necesario continuar insistiendo que los humanos tenemos capacidades racionales para convivir con los conflictos, resolverlos o transformarlos de manera dialogada.

 

Las armas han sido concebidas para dar seguridad a quien las posea. Esto es así aparentemente, dado que aquellos que no las posean es posible que sientan temor delante de sus poseedores y se vean empujados a adquirir para sentirse seguros. En el ámbito de los estados, esto ha conducido a una espiral sin límites que recibe el nombre de armamentismo y que tuvo su máximo exponente durante la Guerra Fría. Alarmados por el rumbo que tomaban las cosas delante de un posible holocausto nuclear, algunas mentes sensatas reflexionaron para ponerle freno, y en lo posible, caminar en sentido contrario, hacia un estadio más seguro; el desarme. Como la lista es larga, tan sólo recordar algunos de los que alertaron sobre el peligro de las armas: Bertrand Russell, Alva Myrdal, Alvert Einstein, Bertha von Suttner…Sus argumentos eran simples; si se siente temor delante de un vecino armado, quizás sea mejor dialogar con él para conseguir un mínimo común denominador por lo que respecta al potencial militar y así ambos se sentirían más seguros. Otro argumento igual de convincente era que, si bien se han diseñado armas para defender pertenencias propias, estas armas también han servido para arrebatar las de otro y, en caso de controversia, combatir. Entonces advierten de que en una batalla siempre hay perdedores, con la cual cosa quizás era mejor dialogar y buscar un equilibrio que evitase el sufrimiento de la guerra.

Pero los defensores de las armas continuaron argumentando qué hacer delante de los enemigos que amenazan la seguridad. Un par de sociólogos actuales han intentado dar respuesta a las inseguridades que nos acechan. Ulrich Beck ha denominado el mundo actual como la sociedad del riesgo y Zygmunt Bauman como la sociedad líquida, producto de la etapa postindustrial en la que vivimos, que tienen que ver con las incertidumbres que ha provocado el mundo globalizado y amenazado por la escasez de recursos renovables, el cambio climático, las catástrofes ambientales y nucleares como Chernóbil y Fukushima, hambres y grandes migraciones. Causas de las auténticas inseguridades que sufre la humanidad. Riesgos, peligros y amenazas que no parece que las armas y los ejércitos puedan eliminar.