'Anatomía de una Ostra' o cómo arrancar el dolor de una agresión sexual en la infancia
Cuando un cuerpo extraño, algo que no debería estar ahí, entra dentro de una ostra, esta se defiende. Pero no expulsa lo que quiera que la esté dañando, sino que lo integra en su ser. Lo recubre de nácar y le da una textura suave hasta que no la daña más. Eso es lo que conocemos como perla. Donde la sociedad ve un objeto preciado y lujoso, la fotógrafa Rita Puig-Serra Costa (Barcelona, 1985) ve un símbolo de resistencia y supervivencia.
Por eso, lo ha escogido como hilo conductor para su libro 'Anatomy of an Oyster' [Anatomía de una Ostra] (Witty Books, 2023), en el que narra a través de imágenes los abusos que sufrió cuando era pequeña por parte de un familiar. El documento no trata tanto de los hechos en sí, sino del proceso de contarlo. “De sacarlo de dentro”, explica Puig-Serra, que encontró en la perla la metáfora idónea.
Desde el principio, quiso huir de la perla redonda, perfecta. La fotógrafa muestra perlas barrocas, aquellas que tienen formas irregulares, “fantasmagóricas, que no sabes si te remiten a órganos, fetos...”, relata. “Hay algo bonito en que se forme por supervivencia, pero tampoco quería decirle a nadie que hubiera sufrido abusos: 'eres una perla'”. La fotógrafa expresa que todos los procesos son únicos, no necesariamente bellos o cómodos a la vista y, sobre todo, que no hay una víctima perfecta.
Puig-Serra se abre y muestra su historia, sin querer extrapolarla a la de nadie más, con imágenes abstractas, haciendo un uso muy meditado de la fotografía macro [tomada muy de cerca]. Con ella, dirige la mirada hacia los poros, los “agujeritos y las sombras” de las perlas. “Son las zonas oscuras y más dolorosas” de su experiencia. Las mismas a las que pocas personas se atreven a asomarse, Puig-Serra decide lanzarse de cabeza.
De esa valentía nacen también otras instantáneas hechas en formato macro: las que muestran los ojos y las manos del hombre que abusó de ella. La fotógrafa vuelve a ese rostro de dos maneras. Primero, rebusca en sus archivos familiares hasta encontrarse con él y hacer fotografías de las fotografías. Y, luego, Puig-Serra va un paso más allá.
Habló con él, le contó lo que estaba haciendo, y le pidió que se volvieran a ver para fotografiarlo. Se encontraron y tomó imágenes de algunas partes de su cuerpo. “Quería mostrar la incomodidad del ojo que te mira sin que quieras que te mire. Que me miró entonces y que me mira hoy. Y lo mismo con las manos”, relata.
La caja negra de la memoria
Puig-Serra tiene muy claro cuándo nació 'Anatomía de una Ostra'. A sus 23 años, decidió que quería romper el silencio sobre los abusos sufridos cuando era sólo una niña y, en su cena de cumpleaños, se lo contó a su padre y a la pareja de éste. El siguiente paso era hablar con su madre, que también era -todavía entonces- la pareja del hombre que la agredió. “Pero me quedé con la palabra en la boca. A los dos meses de aquello, mi madre enfermó y, un mes más tarde, murió”, se lamenta la fotógrafa.
Puig-Serra tardó años en decidirse a hacer el proyecto y otros siete en llevarlo a cabo, siempre con el objetivo de confesarle a su madre lo que nunca pudo decirle en persona. Para saldar esa deuda que tenía, también consigo misma, se sirve de la fotografía, pero también de textos y de archivos originales sacados de su infancia.
Una carta que le escribe su mejor amiga, cuya respuesta fue quemada en un parque para sellar un secreto. Un fragmento de su diario, escrito de su puño y letra. Fotografías antiguas. Recuerdos. “Mi cabeza era una caja negra. Sé lo que pasó, pero no todo: hasta dónde, hasta cuándo, cuántas veces...”, explica Puig-Serra. Por eso, se convirtió en “detective”, buscando en diarios, hablando con exparejas y amigos para recordar cómo lo vivía y cómo lo contaba.
Sus amigos tienen un papel muy importante en la historia y también en el libro. A pesar de ser niños, hablan con mucha lucidez y entereza. “Sólo te pido que me hables de esto, de tu desasosiego. Bueno, igual suena a egoísta eso de que sólo lo hables conmigo. No sé, si no quieres no. Pero aunque no sea conmigo, habla con alguien de eso”, le dice su mejor amiga en una de esas cartas que se intercambiaban los niños de los 90 durante los veranos.
La culpa y el placer
“Es tarde, yo soy pequeña y estoy medio dormida. Tú, mamá, me hablas de un sentimiento horrible que nos persigue”. Este texto, que se incluye en el libro, abre la puerta a otro de sus protagonistas: la culpa. “Esa conversación se me quedó grabada porque es cierto que, luego, la culpa me ha acompañado siempre”, recuerda la fotógrafa. “Una culpa que se expande”, matiza.
La suya se sumó a la de los que la rodeaban. A sus amigos les seguía la culpa de no haberse atrevido a hablar con sus padres, a pesar de que todos “eran conscientes de que aquello no estaba bien”, recuerda la fotógrafa, quien añade que sus padres, los de sus amigos y su agresor formaban parte del mismo grupo de amigos. También su padre fue víctima de ese sentimiento, “por no haberlo sabido ver”.
Pero hay una culpa que reina sobre las demás y que, en el libro, toma la forma del mar. Olas con crestas salvajes o aguas apacibles rodeando un cuerpo desnudo de mujer . Esa culpa viene de la mano del placer. “Es lo más incómodo de hablar, pero creo que es muy necesario”, expresa Puig-Serra. “Me obsesiona el placer que puedes sentir durante un abuso. Ahora, de adulta, entiendo que, si te estimulan, sientes placer y ves que no tienes por qué sentir culpa. Pero de niña es distinto”, confiesa. “Eso determina las relaciones que tienes con otras personas a lo largo de tu vida y es importante afrontarlo”, asegura.
Rebuscar en esos sentimientos y recuerdos ha sido una experiencia “dolorosa, pero liberadora” para la fotógrafa, que se ha documentado mucho para la elaboración de su libro. De sus lecturas, rescata una cifra: el 25% de niñas sufre abuso sexual. “Es un montón, pienso en mi clase cuando era pequeña y veo que, seguramente, no era la única”. Así que quiso aportar su grano de arena la lucha de todas aquellas personas que han pasado por eso y han roto el silencio. Y a la de aquellas que aún no se sienten con fuerza.
“Muchos adultos -dice, como si todavía fuera una niña- me dijeron que no lo hiciera. Que no me había afectado tanto, que estaba bien, que no removiera la mierda....Pero nuestra generación ha hecho mucho trabajo para hablar de manera frontal”, dice Puig-Serra. “Yo no he hecho nada malo, qué más da el qué dirán”, remacha. Después de muchos años en silencio, rodeada de culpa, ha podido contar su historia, sacarse esa perla que tenía incrustada y enseñarla al mundo.
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