Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Feijóo confía en que los jueces tumben a Sánchez tras asumir "los números"
Una visión errónea de la situación económica lleva a un freno del consumo
OPINIÓN | La jeta y chulería de Ábalos la paga la izquierda, por Antonio Maestre

Cuando la anorexia y la bulimia se vuelven crónicas: “Se asocia la delgadez al éxito y ciertos cuerpos con el fracaso”

Ana, de 36 años, estuvo más de 15 sufriendo un trastorno de conducta alimentaria sin que se lo diagnosticaran

Mariona Jerez

Barcelona —
17 de julio de 2024 22:46 h

5

Begoña, de 49 años, convive con un trastorno de conducta alimentaria desde que tenía quince años. Lo que al principio era anorexia derivó con el paso del tiempo en bulimia y con trastorno de atracones. Desde su adolescencia, en los 90, hasta hoy, han pasado más de tres décadas. Ahora se aferra como “última esperanza” a la unidad que trata estas enfermedades en el Hospital Sagrat Cor de Germanes Hospitalàries de Martorell, en Barcelona, la primera dedicada a adultos que lo sufren de forma crónica. 

“Un trastorno de conducta alimentaria (TCA) crónico puede transformar tu vida en una cadena perpetua”, reafirma esta paciente. Una particularidad de esta condición, que en Catalunya afecta a unas 85.000 personas –según la Encuesta de Salud de la Generalitat–, es que resulta muy complicado dejarla definitivamente atrás. Cuatro de cada diez no se recuperan o lo hacen solo parcialmente, y el 25% de los atendidos en unidades de adultos son pacientes con una duración del trastorno de más de diez años. 

“Los casos del centro de Martorell llevan más de 10 años con el trastorno”, cuenta el doctor Fernando Fernández-Aranda, jefe de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria del Hospital Universitari de Bellvitge, encargado de coordinar el área de TCA del centro de Martorell, que “quiere aportar esperanza a unos pacientes cuyos tratamientos previo ha fracasado”. El facultativo combina su optimismo con el reconocimiento de que el tratamiento que se ofrece en la unidad aún está en una fase prematura para calibrar el alcance de su efectividad.

A la nueva unidad, que dispone de 10 habitaciones dobles y otras 10 individuales, ingresan de forma voluntaria personas que pueden acumular entre cuatro o seis tratamientos previos fallidos. A través de una hospitalización de tres a cuatro meses de duración, los pacientes reciben una atención que va más allá de la psicológica y del seguimiento de su peso o dieta, y que incluye terapia social y ocupacional, fisioterapia o enfermería. 

Ana, 36 años: “Está la voz del TCA y la voz de la razón”

“En la seguridad social no solo no me aceptaron sino que me provocaron algo peor”, explica Ana, de 36 años. Ella también convivió con un trastorno de conducta alimentaria, la bulimia, durante años, en concreto 16, antes de que le fuera diagnosticado. Pero debido a que no cumplía los criterios de ingreso, uno de ellos el infrapeso, no le pudieron ofrecer soluciones efectivas. “No tengo un cuerpo socialmente aceptado como paciente de TCA”, explica. “Me dijeron que no estaba para entrar en el centro y que no le tuviera miedo a engordar, que siempre me podía hacer un bypass gástrico”. 

Muchas de las personas que sufren TCA no consiguen encontrar un tratamiento efectivo por diversas razones. Así lo detalla Denisa Praje, psicóloga especializada en conducta alimentaria e imagen corporal y autora del libro ‘Tu cuerpo es para vivir’.  “La primera dificultad de la mayoría de casos de problemas de alimentación es que no cumplen los criterios para ingresar”, afirma la psicóloga.

También señala Paraje una falta de personal para ello en la sanidad pública, lo que lleva a que las terapias no sean lo suficientemente continuadas en el tiempo para resolver el trastorno o que directamente no haya un acceso al tratamiento de forma temprana, lo que puede facilitar la cronificación.

La psicóloga además destaca la necesidad de trabajar desde el ámbito de la salud mental ya que luchar contra un TCA requiere deshacer aprendizajes vinculados con “una cultura que ha asociado la delgadez con el éxito y que ciertos cuerpos son igual al fracaso”.

Ana, a pesar de todo, peleó con su condición hasta que por voluntad propia decidió acudir a un centro privado a través de una mutua. “Todo se tenía mucho más en cuenta y varios especialistas funcionaban a la vez”, relata. Especialmente destaca las actividades grupales en las que participó, donde viendo a otros pacientes pudo sentirse acompañada sin ser juzgada. 

“Las demás chicas tenían limitaciones a la hora de hacer deporte o incluso de beber agua”, explica. A ella, por suerte, le permitieron seguir participando en su forma de ejercicio físico predilecta: el pole dance

“A los 26 años, cuando apareció en mi vida el pole dance, estaba en un punto bastante álgido de mi TCA”, relata. Ahora que lleva 10 años practicando esta actividad física, asegura que fue una gran ayuda para su recuperación. “Dejé de ir al gimnasio porque no me hacía bien, pero el pole dance no tenía nada que ver con mi trastorno alimentario”, afirma ella,“nunca me sentí juzgada como en un gimnasio a pesar que mi cuerpo no era el normativo”. 

Actualmente Ana trabaja de profesora de yoga y pole dance y también es monitora infantil en un comedor escolar. Afirma que sigue peleando con el TCA, con el que ya se ha resignado a convivir y enfrentar día a día. “Lo tratan como una adicción pero no es como el alcohol o el tabaco, que puedes evitarlo, tienes que enfrentarte a ello cada día varias veces porque necesitas la comida para sobrevivir”, expone Ana.

Nuevos enfoques sin centrarse en el peso

Denisa Praje relata que durante los tratamientos de la anorexia o la bulimia, lo que los profesionales buscan es generar nuevos aprendizajes. “Cuanto más larga es la historia de aprendizaje y reproducción de unas ideas, más difícil es desaprenderlas”, comenta, “y también hay una parte que tiene que ver con la creación de una identidad alrededor de los problemas de alimentación al identificarse con esa forma de vivir y con el espacio mental que ocupa la comida y la preocupación por el cuerpo”.

Una prueba de este desarrollo la relata Ana. “Nací a finales de los ochenta y viví el boom de la delgadez durante los noventa, los médicos le decían a mi madre que la niña tenía sobrepeso y me ponían a dietas”. Esa es la influencia que puede generar el contexto social, es decir, las presiones estéticas y las modas, apuntan los expertos. A Ana le quedó grabado como la gente la felicitaba por su “fuerza de voluntad” cuando conseguía seguir su pauta alimentaria. Pero cuando la dieta acababa, volvía a ganar peso. 

Actualmente, Ana, juntamente con su psicólogo, trabaja constantemente para desafiar lo que define como una conversación constante con su mente. “Está la voz del TCA y luego la voz de la razón”, describe.

Begoña, por su parte, fue paciente en centros públicos y privados sin lograr evitar una recaída. “Estaban muy centrados en la recuperación del peso y en el castigo o la penalización si se repetían determinados comportamientos patológicos”, explica. En contraste, en la unidad de Martorell, cuenta la paciente, “no existe esa obsesión por la recuperación del peso, las terapias se centran principalmente en la raíz del problema psicológico y emocional”

También explica que no se censuran actividades físicas siempre que sean con supervisión médica y que se les anima a practicar disciplinas como yoga, pilates o meditación. Incluso se les alienta a realizar talleres de terapia ocupacional y fisioterapia. 

Poder retirar el foco del peso de los pacientes ayuda a su recuperación ya que los problemas en la alimentación suelen tener la salud mental como punto de origen. “Un tratamiento peso-centrista resulta reduccionista y medir los avances con la balanza retroalimenta el elemento principal por el que se mantiene el problema”, señala Praje.  

La unida hospitalaria de Martorell también involucra a las familias, que tienen permiso de visita y con las que se realiza una labor motivacional. Praje agrega que es importante ya que en muchas unidades y hospitales de día “se pueden producir cambios dentro de ese contexto controlado que luego es complicado que se traduzcan a entornos naturales del paciente”. 

Aplicando esta máxima, la unidad de Martorell es de ingreso completamente voluntario. Eso implica que el mismo paciente es responsable de su recuperación y por ello tiene la libertad de asumir las pautas que se le proponen por parte de los terapeutas cuando considere que está preparado. “Son ellas las que deben tener el protagonismo, tanto en la toma de decisiones como a la hora de consensuar su programa terapéutico personalizado”, resume el doctor Fernández-Aranda.

Etiquetas
stats