Barcelona canoniza a Lana del Rey en la segunda jornada del Primavera Sound

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Banderas de Estados Unidos con la cara de Lana, cirios con el rostro de Lana, camisetas con la imagen de la nueva leyenda laica del santoral de la música indie. Lana del Rey fue canonizada ayer en la noche barcelonesa entre tema y tema (entre himno e himno) de su tórrido, sexualmente perverso y atormentado repertorio, que refleja un universo creativo de forma retro glamurosa y fondo oscuro como un callejón del Bowery a las cuatro de la madrugada.

Y es que esta católica neoyorquina, con orígenes irlandeses, ha pasado de ser una artista de culto –una artista de artistas reivindicada por Billy Ellish o la mismísima Taylor Swift– a constituirse en un ídolo cuyos seguidores conocen cada letra de sus canciones y las cantan junto a su patrona entre incontenibles lágrimas, tal como se puedo comprobar ayer –durante el concierto de la segunda jornada del Primavera Sound– en numerosos rostros que rozaban la histeria cuando no la crisis mística.

“Viva Santa Lana” podría haber gritado sin exagerar cualquiera de los asistentes ante las estampas de seguidores sosteniendo cirios con la cara de la “beata del hemocore” o haciéndose selfies con la bandera estadounidense que muestra la silueta de la artista, cual Verónicas sosteniendo el Santo Sudario. Ya pasó la Semana Santa, pero en tres días se han obrado dos milagros en el Primavera Sound: el primer día resucitó la Mesías de la mano de los Javis y el tercero Lana del Rey se convierte en materia sacra.

Media hora de angustia y retrasos

El concierto de ayer fue una apoteosis absoluta a pesar de que, por circunstancias que se desconocen, comenzó media hora tarde para desesperación de los feligreses, que en decenas de miles se concentraron en el escenario Santander/Estrella Damm como si aquello fuera la plaza de San Pedro en Roma. Arrancó el show mostrando una escenografía cargada de estética camp. Como si de una obra de teatro se tratara, el escenario mostraba una especie de jardín del paraíso kitsch, con pozo, pérgola y columpio incluidos.

En él apareció Lana del Rey ataviada con un vestido color champán plagado de lentejuelas, unas botas vaqueras altas forradas de brilli brilli plateado y su característico peinado de esposa californiana blanca de clase media de los años sesenta, con su diadema característica: todo un guiño irónico que sirve de contrapunto al espacio literario que ocupan las letras de sus canciones, plagadas de melancolía, tormento emocional, amores perversos y un cierto aroma Twin Peaks que se refleja en las atmósferas sonoras de estilo Angelo Badalamenti.

Junto a Lana, un grupo de bailarinas ejecutaban ejercicios de danza que bien podría haber firmado Esther Williams en la piscina de Escuela de Sirenas. Detrás, una potente batería y un coro, y a la guitarra un músico vestido con el clásico mono de cowboy de Las Vegas, similar al que utilizaba Elvis en sus shows de finales de los 70. Finalmente, unos teclados se alzaban en una esquina del escenario, pintados en tonos pastel acordes con el resto del escenario. Y no faltó una motocicleta chopper, la que usan los Ángeles del Infierno, presente en este gran decorado americano.

Repertorio eficaz

Con todo este despliegue pretendió la artista dar realce a su repertorio, de por sí musicalmente frío, poco dado al directo y plagado de orquestaciones y bases electrónicas. Tuvo éxito: sus temas, con el acompañamiento escogido, adquirieron dimensión a base de percusión y guitarras y llenaron el enorme recinto a la vez que hacían vibrar a las y los fans. Empezó el goce cuando Lana entonó Without you, un tema de uno de sus primeros trabajos, Born to Die. 

El placer del respetable se convirtió en delirio con West Coast, para pasar al éxtasis con los acordes de Summertime, el estándar de Gershwin incluido en la ópera Porgy and Bess y que Lana utiliza en su canción Doin' time, de su disco Norman Fucking Rockwell. De repente saltó a Summertime sadness, uno de sus himnos, coreados por sus jóvenes seguidores con la misma intensidad que un hincha del Liverpool corearía elYou'll never walk alone de Jerry and de Peacemakers.

Después vinieron otras canciones como Cherry, Pretty when you cry y finalmente se obró el cierre con Videogames y Young and Beautiful, ya con el público en crisis nerviosa. Fue entonces cuando la artista se disculpó por el retraso y remató el concierto despidiéndose con un: “Fucking thank's, Barcelona!” Después bajó al foso y se acercó a los feligreses de las primeras filas, que la abrazaron, la besaron y la llenaron de selfies.

Yo La Tengo nunca decepcionan

Otros santos tocaron un par de horas antes en el escenario Amazon Music, en este caso los apóstoles del noise pop y herederos de las esencias sonoras de la Velvet Underground, aunque con temáticas bien diferentes. Hablamos de Yo La Tengo, un valor seguro en honestidad, profesionalidad y actitud. Optaron los veteranos Ira Kaplan, Georgie Humbley y James McNew por esquivar sus temas más comerciales y centrarse en alternar las melodías cantadas por la inconfundible voz de la baterista con otras piezas en las que Kaplan jugó a acoplar guitarra y amplificadores en busca de la máxima distorsión, como en los viejos buenos tiempos de los noventa.

Comenzaron con Ohm, tema de su trabajo de 2013 Fade, y continuaron con Sinatra Drive Breakdown, un tema reciente, para pasar luego a Autum sweter, de su trabajo de 1997 I can hear the heart beating as one. Vinieron luego Aselestine o Stockholm syndrom en un repertorio pleno de talento, distorsión y una actitud sin concesiones que puso a bailar a los fieles hasta el último tema, dejándo a todos y todas un excelente sabor de boca.

Y finalmente reseñar la actuación del artista local Guillem Gisbert, el ex Manel que emprendió hace pocos meses su carrera en solitario con un disco repleto de excelentes canciones con poéticas letras (como no podía ser de otra manera en Gisbert) y arriesgadas texturas sonoras. Había curiosidad por saber cómo trasladaría el artista catalán su Balla la masurca! al directo después del chasco de su actuación en los Premios Gaudí.

Y el resultado fue excelente: acompañado de teclados, bajo y batería, Gisbert ha resuelto de modo satisfactorio el aterrizaje de sus canciones en los directos. La banda tocó todos los temas del disco en el mismo orden en que aparecen en el CD, para goce de un público entregado y feliz de contar con uno de los artistas más celebrados del panorama pop catalán.