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La Barcelona a la que no llega la red de 'refugios climáticos': “Si pusiera el aire acondicionado no comería”

José Antonio Martínez Vicario sentado junto a su madre, Carmen Vicario López, delante de su casa. De pie, la hermana de Carmen, Teresa Vicario López

Edgar Sapiña

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“No conozco a ningún vecino que haya ido al refugio climático”. “Estamos abandonados”. Así se expresan estos días en Torre Baró, uno de los barrios de Barcelona más desprovistos de equipamientos, sobre la red de espacios para protegerse del calor extremo que ha puesto en marcha el Ayuntamiento. En su zona hay uno, pero a muchos les pilla demasiado lejos, por lo que lo ven poco útil. Y eso pese a que Torre Baró es el segundo barrio con la renta más baja de la ciudad, por lo que protegerse del calor extremo es más difícil para sus vecinos.

El equipamiento acondicionado como refugio climático es una biblioteca con horario limitado –de lunes a miércoles de 14.30h a 19.30h y de jueves a viernes de 9.30h a 14h–. Pero nadie ha acudido al lugar para tomar un respiro y las personas que recurren a él son las de siempre, según explica a elDiario.es un trabajador de la Biblioteca Zona Norte, que supuestamente funciona como búnker contra el calor desde el 15 de junio. “La Cruz Roja trajo cincuenta vasos para dar agua a la gente, pero nadie los ha usado”, dice.

“Me pregunto si los técnicos del Ayuntamiento de Barcelona conocen el barrio porque, desde mi punto de vista, es que no; si no, no harían esta propuesta”, cuenta José Antonio Martínez Vicario, uno de los casi 3.000 vecinos de la zona.

Barcelona puso en marcha a principios de verano un total de 162 refugios climáticos, el doble que hace un año, según informaron desde el Ayuntamiento. Su objetivo inicial es ofrecer espacios para aliviar de las temperaturas extremas a aquellos que no pueden hacerlo en su casa. A largo plazo, aspiran a ampliar la red para que el año 2030 cualquier ciudadano tenga uno de estos equipamientos o un espacio verde a menos de cinco minutos a pie de su casa. 

Con el plan actual, el 87,5% de los barceloneses tiene un equipamiento de estas características a menos de diez minutos a pie desde su casa, según los datos del consistorio. No es el caso de muchos de los habitantes de Torre Baró, una zona urbanizada por sus propios habitantes según se iban asentando, a mediados del siglo XX, a lomos de la montaña de Collserola. Los que viven en la zona alta deben andar más de 20 minutos para llegar al refugio, con temperaturas máximas que se han situado en los 31,5ºC de media durante la semana pasada, mientras aprieta la intensa ola de calor.

En Torre Baró sólo se puso en marcha uno de estos refugios climáticos porque no existen más equipamientos en la zona que cumplan con las condiciones fijadas por el consistorio, como disponer de fuentes de agua o climatización, admite el Ayuntamiento. “Si aquí viviera algún político o un millonario esto cambiaría”, asegura José Antonio, que constantemente habla con el vecindario y contacta con el Ayuntamiento para reclamar inversiones en el barrio.

Torre Baró, muy alejado de la imagen de postal de Barcelona, se extiende por la montaña, con casas, caminos y escaleras construidas por los propios vecinos. Aún perteneciendo a la capital de Catalunya, este barrio todavía no dispone de ningún supermercado ni farmacia, entre otros muchos servicios básicos. “No nos sentimos de Barcelona, siempre decimos que somos de Torre Baró o de la periferia”, afirma José Antonio. “Las casas no están adecuadas para este calor”, señala otro vecino.

Estos días se cuentan con los dedos de una mano los valientes que salen de su hogar y combaten el sol, que no da tregua en un barrio con apenas zonas de sombra. Las calles en verano son un horno. Las áreas de juegos infantiles están huérfanas de niños y niñas dispuestos a tirarse por el tobogán. 

Cuestión de pobreza energética

“Yo voy con el abanico a todos lados”. Así pasa el verano Carmen Vicario López, la madre de José Antonio. Es la pobreza energética que también muestra sus consecuencias en verano. “Si pusiera el aire acondicionado no comería”, dice. Por no tener, no tiene ni un ventilador pequeño. Cuesta encontrar alguien con alguno de estos aparatos. Incluso quien dispone de él, una minoría, se lo piensa dos y tres veces antes de darle al botón de encendido. “Lo pongo solo unas horas”, explica Dolores, vecina de los Martínez Vicario. En agosto vive con todas las ventanas de casa abiertas, intentando lograr que algún soplo de aire se pasee por su hogar. “Tengo suerte porque mi casa está en la sombra”, reconoce. 

Las noches de insomnio por culpa del calor son temas de conversación habitual entre los vecinos. “Esta noche no pude dormir hasta las tres”, le dice Remedios Narvaez Castillero a José Antonio, que la supera: “Yo a las cuatro”. Tenía un camisón finito y, con perdón, no me dejé nada. Estaba como mi madre me trajo al mundo“, admite la señora. 

Remedios ha renunciado a encender el aire acondicionado. “Este verano no lo he puesto porque, ¡madre mía!”, exclama, haciendo un gesto con la mano indicando que no puede pagar las facturas. Cobra una pensión de menos de 700 euros. “O pagas o comes”, sentencia Carmen, que vive enchufada todo el día a un respirador eléctrico y que acumula tres recibos de luz de más de 200 euros, un tercio de lo que percibe por la Ley de Dependencia y una prestación por viudedad.

A menos de 100 metros de la Biblioteca Zona Norte está el Centro Cívico Zona Norte, en el barrio de Ciutat Meridiana. Está clasificado también como uno de los espacios donde refugiarse del calor, como indica la web del Ayuntamiento de Barcelona. 

La realidad es que el lugar permanece cerrado todo el mes de agosto, tal y como indica un papel pegado en la puerta del equipamiento, redactado por el equipo que gestiona el espacio. “Se trata de un error en la web que se procede a rectificar”, explica el consistorio a elDiario.es. 

Llega la tarde, el sol pierde fuerza y los vecinos a los que la orografía de la Sierra de Collserola les ha regalado unos metros de sombra salen a la calle. Quieren disfrutar del fresco. Algunos cogen las sillas plegables, otros se las apañan con las de la cocina o el comedor. Carmen agarra el respirador, del que no se despega. “Lo necesito para vivir”, recuerda. Su hijo coge la silla para su madre y para él. 

Por el camino se van cruzando algunos de los vecinos que dan un paseo o regresan a casa. “Este barrio es un lujazo tenerlo y, si tuviéramos servicios, la gente estaría contentísima y no habría problemas”, asegura José Antonio.

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