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Beyoncé, la cantante 'performer' del más difícil todavía en Barcelona

Núria Martorell

9 de junio de 2023 07:17 h

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Que si subida a un enorme caballo de diamantes sobrevolando a la multitud, que si encima de un gran tanque militar recorriendo el escenario… Beyoncé es puro entretenimiento, con golpes de efecto al estilo del 'más difícil todavía'; o más espectacular si cabe. Porque lo suyo es más espectáculo que concierto. La cantante que juega también a ser papisa en esta nueva gira tiene bula para reinventar conceptos y elevarlos a dimensiones inimaginables. Anoche Renaissance se apeó en Barcelona como única cita en España, y sus seguidores cabalgaron emocionalmente al antojo de la diva norteamericana mientras entonaba éxitos como Plastic off the sofa, Cozy, Break my soul, Crazy in love y Love on top. Los 53.000 feligreses que abarrotaron el Estadi Olímpic Lluís Companys le rindieron pleitesía absoluta a Queen B de principio a fin. 

El frenético show duró dos horas y media en las que Beyoncé tuvo tiempo para continuos cambios de vestuario (luciendo explosivos looks de alta costura, a cuál más llamativo y sexy), para bailar sin parar con su cuerpo (¡el de baile, también!), para recordar a Tina Turner (recuperando la canción River Deep - Mountain High) y, sobre todo, para rendir homenaje a la cultura queer negra, con continuos guiños a los ballrooms. Una auténtica celebración de la música club y su sudoroso espíritu emancipatorio.

En las últimas décadas, muchas cantantes-performers están siguiendo su estela. Pero resulta difícil superar a esta ex niña prodigio que desde los 7 años supo que iba a ser artista. Nacida el 4 de septiembre de 1981 en Houston, Texas, Beyoncé es fruto de un matrimonio interracial (en todo EEUU este tipo de enlace no fue legal hasta 1967). Su madre, Tina, era dueña de una peluquería y su padre, Matthew, ejecutivo de ventas de las impresoras Xerox. Ahora tiene 41 años y un impresionante imperio que conquistó de adolescente con Destiny's Child, de la mano de su progenitor. Él fue el artífice de este grupo femenino superventas, con hits como Survivor y Say My Name. Por cierto, Renaissance World Tour podría superar la astronómica cifra de 2.000 millones de dólares de ingresos. 

Estética futurista y glamourosa

Esta faraónica gira de Beyoncé empezó el 10 de mayo en Estocolmo y acabará el 27 de noviembre en Nueva Orleans. Es la fastuosa puesta de largo de su último disco, Renaissance (2022), y ha supuesto su regreso en solitario a los grandes estadios después del The Formation World Tour del 2016 (si bien en el 2018 salió de gira con su marido, el rapero Jay-Z). Anoche, la cantante impactó a los presentes con su estética futurista, sus reminiscencias de la época renacentista y sus aplaudidas referencias al legado de la música queer y de la música negra posmoderna. Y, todo, con una innovadora tecnología al servicio de sus indiscutibles habilidades performativas. 

La velada empezó proyectándose en la enorme pantalla The Signboard, un poético paisaje visual de nubes al atardecer que dieron paso a la imagen de Beyoncé posando cual Venus dormida de Giorgione. El griterío se desató aún más cuando la cantante, ahora sí en carne y hueso, apareció sobre el escenario principal para interpretar Dangerously in Love. El entusiasta recibimiento del público emocionó a la cantante que, tras el socorrido grito de “¡Barcelona!”, dijo “amar esta energía” hasta el punto de plantearse: “¿es esto real?” 

Como era de esperar, el baile tuvo su especial protagonismo en temas como I’m that girl y, sobre todo, con Cozy, con una coreografía en sincronía de dos brazos mecánicos modulando marcos plateados. También brilló cuando abordó Cuff It junto a unos entregados coristas que aparecieron de detrás de una inmensa estructura de herrería en la bóveda de la pantalla, del mismo lugar del que salió el gigantesco caballo “volador” que montó sobre una audiencia entregada a sus fantasías. 

El poder de la identidad

Especialmente aclamada fue la aparición de su hija Blue Ivy Carter, de 11 años, que se sumó a las animadas coreografías de My power y Black Parade, mientras Beyoncé las cantaba subida a un tanque plateado. Y aún tuvo cuerpo para más momentos sorprendentes, como cuando apareció con un vestido completamente blanco que se iba coloreando mediante rayos ultravioleta.

Ataviada con look de avispa -con un bodysuit inspirado en la colección de insectos de Thierry Mugler de 1997 y con tocado de antenas- , y con una escenografía simulando un telediario titulado KNTY 4 NEWS, emocionó interpretando America has a problem. Una letra sobre los problemas que azotan a la sociedad americana y la necesidad de encontrar el poder en la propia identidad y de no rendirse en la lucha por el progreso.  

Y si algo domina Beyoncé es precisamente su capacidad de resistencia y de superación. La soberana del rhythm & blues más popero, emperatriz de las listas de éxitos, se coronó en la última gala de los Grammy de este año como la artista con más premios de la historia. Acumula 32 desde que en el 2001 subió por primera vez al estrado a recoger los frutos de Say My Name, imprescindible hit de principios del milenio. Lo hizo como integrante del trío Destiny's Child, laboratorio de pruebas de una imparable carrera en solitario que le ha llevado hasta la cima no solo de la música negra, sino de la música sin adjetivos restrictivos. Todos dicen su nombre. Y sin apellido. Como las más grandes.