El circuito barcelonés del jazz se tambalea: “Hay una inmensidad de músicos que no encuentra donde tocar”
En otoño desapareció el céntrico club de jazz Milano y esta primavera el emblemático Jazzman Jazz Bar ha cancelado su agenda de actuaciones. Sobre el papel, esta última noticia parece casi anecdótica, pues el minúsculo local del Eixample apenas tiene capacidad para una veintena de personas, pero la ausencia de este escenario es otro severo golpe para la escena jazzística local. “Programaba música en vivo los lunes, martes y miércoles, justo los días en los que cuesta más encontrar jazz en vivo en Barcelona”, argumenta David Toribio, que desde 2005 regenta este bar de la calle Roger de Flor inaugurado en 1979.
Cada mes actuaba en el diminuto altillo del Jazzman una treintena larga de músicos. Entre ellos, el pianista Pere Ferré, coetáneo y amigo de Tete Montoliu que, a sus 92 años, seguía tocando allí cada lunes. En las dos décadas que lleva Toribio al mando del Jazzman, se han celebrado cerca de 1.500 actuaciones. Estas cifras empiezan a dar una medida más ajustada de lo que se pierde cuando un local así deja de programar actuaciones. Otro valor más intangible era el público. “Un público respetuoso que venía a escuchar, no a hablar”, describe Toribio. El último miércoles que el Jazzman acogió música en vivo actuó el trío Doin’ The Thing. A la batería estaba Guillem Arnedo, que confirma esa percepción: “En el Jazzman el público era acogedor y sabía a lo que venía”.
El Jazzman dejó de programar conciertos por problemas de convivencia con un vecino. “He tenido la suerte de que en el piso de arriba había una pareja muy mayor que vivía en Formentera y solo venía a Barcelona dos o tres veces al año. El piso estaba casi siempre vacío, pero cuando venían tenía un trato con ellos: me avisaban antes y esos días programaba actuaciones más tranquilas o no programaba nada”, explica Toribio. Tras la muerte de la pareja, sus herederos han vendido el piso a unos arquitectos que lo han reformado y puesto a la venta. Toribio, consciente de que el sonido de los conciertos llega al piso de arriba, ha dejado de programarlos. La opción de insonorizar el altillo está sobre la mesa, pero el techo es tan bajo que apenas habría margen para instalar placas. Hoy por hoy, es imposible saber si este escenario desaparecerá para siempre.
Además de baterista de jazz desde hace más de dos décadas, Arnedo preside la Asociación de Músicos de Jazz y Música Moderna de Catalunya y califica el cese de actividades del Jazzman como “una gran pérdida”. “En Barcelona cuesta encontrar locales donde se pueda tocar semanalmente. Esos tres días son los más complicados de la semana, pero eran días en los que normalmente se llenaba el local”, asegura. “Los músicos de jazz, cuando rodamos nuestro repertorio en Barcelona, vamos a la coctelería Balius, a Casa Figari, y antes, al Milano”, informa. Locales como el Jamboree y Robadors 23 aún programan jazz semanalmente en la ciudad, pero con la desaparición de dos escenarios en apenas medio año, el ecosistema jazzístico barcelonés ha quedado tocado.
Un embudo creciente
El relevo de espacios musicales es una constante en Barcelona. Desapareció el Bel Luna, pero abrió Casa Figari. Desaparece el Milano, pero acaba de nacer The Other. Sin embargo, hay otros factores a tener en cuenta. “Puede que haya la misma cantidad de espacios que antes, pero hoy en Barcelona tenemos cuatro escuelas superiores de jazz y música moderna y, por lo tanto, muchísima más gente que quiere tocar”, advierte Arnedo. “Los músicos de la Esmuc, del Taller de Músics o del Liceu buscan conciertos antes incluso de acabar la carrera y sin el Milano y el Jazzman, la lista de espera en Casa Figari, Robadors o Balius es tan larga que te darán fecha para dentro de cinco meses. Se está formando un embudo de propuestas y el circuito no puede absorberlas”, estima el baterista.
La saxofonista Irene Reig conoce y padece ese embudo prácticamente desde que inició su carrera. “Cuesta muchísimo dar voz a la gente joven que está saliendo y eso va relacionado con el cierre de locales. Somos muchos los que pensamos que nos estamos quedando sin espacios de tamaño medio y pequeño, que son los que daban vida a esta ciudad”, lamenta. Se expresa en plural porque en plural nació The Changes, una discográfica cooperativa desde la que publican grabaciones sus compañeros de generación. En plural organizan también el ciclo mensual de conciertos Jazz a La Deskomunal. “Teníamos ganas, como colectivo, de poner nuestro granito de arena a la ciudad programando en un espacio con el que nos identificamos por su modelo cooperativo”, explica refiriéndose al restaurante La Deskomunal de Sants. Reig detecta, además, que ese embudo no deja de estrecharse debido a todos los músicos extranjeros que se instalan en Barcelona atraídos por la tradición jazzística que siempre tuvo la ciudad.
Juan Pablo Balcázar gestiona la programación de Robadors 23 y confirma que en el último año le está costando dar cabida a todas las propuestas que recibe. “Tengo una lista de espera del copón porque hay millones de músicos en Barcelona y no hay sitios para tocar”, reconoce. Pero si esa lista de espera que hace un año era de dos o tres meses ahora puede llegar hasta los cinco, es más bien porque antes Robadors programaba jazz cinco noches a la semana y ahora solo lo programa tres. En cualquier caso, la reducción de oferta estrecha todavía más el embudo. Y, para colmo, el local del Raval tiene un frente abierto con una vecina que les obliga a ser más estrictos con la hora de finalización de los conciertos (once de la noche) mientras acometen nuevas obras de insonorización. Sí, la fragilidad del circuito barcelonés de pequeños escenarios es endémica.
Pocos espacios, pero menos público
Carlos Pérez Cruz es periodista y conductor del podcast ‘Club de Jazz’. Acude a tres o cuatro conciertos semanales y ha constatado que “locales de más o menos entidad van cerrando”. Pero añade un matiz: “En Barcelona no faltan espacios para el público de jazz que existe. Hay una inmensidad de músicos que no encuentran espacios donde actuar, pero lo que no tenemos en Barcelona es público de jazz”. Una prueba de su tesis es que “la desaparición del Milano no ha llevado ese público a otros lugares. Tengo la sensación de que era un público muy coyuntural”, intuye, refiriéndose a su estratégica ubicación junto a la plaza Catalunya, en plena zona turística. En su opinión, el Jamboree sigue siendo el gran club de jazz de la ciudad, pero “en muchos conciertos hay quince personas”.
Nada de esto implica que el cierre de locales no haya significado un duro golpe para el gremio de músicos. Lo es y en varios sentidos. “El Milano tenia una programación casi diaria de jazz y eso generaba muchas dinámicas: colaboraciones, sustituciones… Hace poco hablaba con (el contrabajista) Manel Fortià y le comentaba que últimamente lo veía mucho menos que antes en los conciertos. Su respuesta me llamó la atención: ‘Se ha notado mucho el cierre del Milano”. La muerte de un local no implica solo la desaparición de un escenario, sino también la de un punto de encuentro, de intercambio de ideas, de inspiración y de números de teléfono. Conforme van cayendo los locales, la motivación de los músicos para imaginar nuevos proyectos musicales flaquea y el impulso para experimentar ideas más arriesgadas también se contrae.
En plena debacle del circuito jazzístico barcelonés nació a mediados de mayo una nueva jam session en el Jamboree. Reig y sus socios del colectivo 'The Changes' coordinarán cada lunes unos encuentros informales que se prolongan entre las siete de la tarde y las 23.30 horas. “Intentamos reconstruir esa red que se está perdiendo para que podamos encontrarnos todos”, propone. La intención es “generar un espacio de encuentro intergeneracional donde se puedan reunir alumnos de escuelas de música y músicos profesionales en un ambiente distendido y abierto a la improvisación”, explica. La noche del estreno fue un éxito. “Había más músicos que público”, exclama. El tiempo dirá si el proyecto se afianza en el subcircuito de jams de jazz junto a otras que acogen semanalmente La Muriel, Soda Acústic, Big Bang, Makinavaja y Harlem Jazz Club.
Un éxodo imparable
Barcelona es un animal extraño. Por un lado, es capaz de formar anualmente a cientos de músicos en sus prestigiosas escuelas superiores, pero, por otro, es incapaz de ofrecer espacios donde exhibir esos conocimientos y creatividad. “Por eso cada vez quedan menos músicos en la ciudad”, advierte Arnedo. “Cuando acaban de estudiar vuelven a sus lugares de origen porque aquí no pueden ganarse la vida”. “Vivir en Barcelona para poder tocar en Barcelona no compensa”, coincide Pérez Cruz. De hecho, Arnedo se mudó a Castellterçol y Reig reside en Piera. Muchísimos músicos prefieren vivir en localidades con alquileres más accesibles y acercase a Barcelona solo cuando tienen algún concierto.
El inevitable éxodo de músicos por motivos habitacionales y de subsistencia económica (“suben los alquileres, pero no suben los cachés”, resume Arnedo) está provocando también una disgregación del gremio jazzístico. “Si vives en Cambrils, ya no te sumarás a última hora a un concierto a menos que te interese muchísimo tocar con el músico que te invita y asumas que igual hasta pierdes dinero”, pone como ejemplo Pérez Cruz. En los locales modestos, un músico puede ganar cincuenta euros por concierto. Cobrar cien entra en el terreno de la ciencia-ficción. Algunos locales ofrecen al músico los ingresos de taquilla y una noche sin apenas público pueden llevarse diez euros o menos por cabeza.
Algunos de esos músicos, cuando regresan a sus poblaciones de origen, impulsan asociaciones de jazz que articulan programaciones mensuales de conciertos y generan un público fiel. Así está ocurriendo en Reus, Sitges, Rubí, Vilafranca del Penedés o Sant Vicenç dels Horts, explica Arnedo. “He ido a conciertos que organiza el club de jazz de Vilafranca del Penedès y lo que allí consideran una asistencia floja, de ochenta personas, sería una gran entrada en Barcelona”, ilustra Pérez Cruz. “En Barcelona hay un público que va al festival de jazz y se considera aficionado al jazz, pero que el resto del año no va a conciertos”, diagnostica el periodista mientras sigue buscando respuesta a la pregunta del millón: “¿Cuál es el público del jazz de Barcelona? Para mí, es un misterio”.
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