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Crónica del despropósito policial

La manifestación alternativa del Primero de Mayo en Barcelona, rodeada por un amplio dispositivo de Mossos d'Esquadra, terminó con altercados y algunos detenidos. /ENRIC CATALÀ

Jordi Mumbrú

Barcelona —

“La manifestación queda desconvocada. Lo repetimos para que quede claro, la manifestación ha terminado, que todo el mundo se vaya a casa tranquilo”, dijo la chica del megáfono. Ante la sede de CiU en Barcelona, sobre las 20 h, la manifestación alternativa del 1 de mayo se daba por terminada. ¿Y ahora qué? En medio de la calle Còrcega quedaban más de 5.000 personas. Los ánimos en la concentración estaban calientes. Por el camino se habían lanzado piedras contra las furgonetas de los Mossos que protegían la sede del PP y se habían roto los cristales de bastantes cajeros automáticos. La policía dejaba hacer. Un numeroso dispositivo de agentes había seguido la protesta, que había comenzado delante de la Estación de Sants, desde las calles paralelas y con la ayuda de un helicóptero. Algunos policías de paisano estaban infiltrados entre los manifestantes, como siempre, pero no intervenían.

“No es el momento de hacer fotos”, le dijo un joven manifestante a un fotógrafo. “Respeto su trabajo, pero no es el momento de hacer fotos”, repitió con un tono más conciliador. A nadie le gusta que le graben mientras rompe un escaparate y la fotografía de un periodista puede servir como prueba y delatar al responsable. El fotógrafo, Hugo, tenía la cámara bajada, consciente de la situación. Se podría decir que existe una especie de pacto entre periodistas y manifestantes. Cuando se está cometiendo un delito, la fotografía se hace de espaldas, sin que se vean las caras. Los redactores, con una libreta y un bolígrafo, no tenemos ese problema, pero en las manifestaciones más tensas se suele hacer piña con los compañeros fotógrafos. Al menos yo lo hago. De hecho Hugo trabaja para otro medio. Pero esto da igual. Se podría decir que es una especie de pacto.

Una vez disuelta la manifestación, las 5.000 personas se fueron marchando. Los agentes impedían el acceso al barrio de Gracia, que con sus calles estrechas es ideal para hacer barricadas y enfrentarse a la policía -por eso ya se sitió el día antes con un enorme despliegue de antidisturbios. De manera que algunos manifestantes se fueron en dirección al centro de la ciudad. De repente sonaron las sirenas. Las furgonetas de los Mossos no paraban de dar vueltas para provocar un cierto pánico entre los manifestantes, la práctica totalidad de los cuales no habían cometido ningún delito. La estrategia puede parecer injusta -de hecho lo es- pero posiblemente sea efectiva para dividir el grueso de la protesta en grupos y acabar provocando que la gente se vaya a su casa. Muchos se iban.

Pero a veces las teorías que se piensan desde los despachos topan frontalmente con la calle, donde muchos agentes se confunden y olvidan que su trabajo es proteger. Ni amenazar, ni intimidar, ni pegar. Ni a los periodistas ni a los ciudadanos. Por eso no me da la gana de llevar el brazalete que identifica a los periodistas. Con el riesgo de recibir, como ayer, pero con la historia en la libreta. Empezaron entonces algunas cargas puntuales.

Un grupo queda retenido dentro de un bar

Uno de los grupos de manifestantes que, preso del pánico, huyó corriendo, se refugió en el bar La Mananta, en la calle Girona. Los jugadores del Barça estaban calentando en televisión, eran las 20.20 h y Ayub Mohamed, el dueño del bar, se preparaba para una noche de trabajo. Pero detrás de los manifestantes entraron los agentes antidisturbios de los Mossos d'Esquadra. La policía precintó el local, puso las furgonetas en la puerta e impidió que la gente saliera o entrara en el local. Unos 25 manifestantes y muy pocos clientes se quedaron dentro. “Cuando vimos entrar a los Mossos intentamos disimular, haciendo ver que queríamos ver el partido”, explicó más tarde Damián, cuando después de dos horas lo dejaron salir.

La escena era muy extraña: los agentes iban sacando a los manifestantes retenidos uno a uno, les vaciaban los bolsillos, les registraban, les grababan con una cámara y, en la mayoría de los casos, dejaban que se marcharan. Uno a uno. Dentro, nadie sabía qué pasaba cuando los agentes les pedían que salieran. “Tienen eso que se llama estética okupa pero tampoco muy mala pinta. Mis sobrinos dan más miedo”, explicó una clienta cuando en descanso del partido pidió a los Mossos que la dejaran marchar. “Este partido no lo ganaremos”, lamentaba su marido. Y es que dentro del bar, el partido continuaba. Fuera, cada vez llegaban más manifestantes, que gracias a Twitter sabían que alí pasaba algo.

Los agentes pierden los papeles

Uno de los que llegó a las inmediaciones del bar traía consigo una cámara y comenzó a tomar fotos. Yo había hecho antes algunas con el móvil y los agentes me habían pedido que me identificara. Les enseñé el carnet de periodista. De repente, un grupo de agentes de los que impedían el acceso al bar se dirigieron hacia el chico de la cámara e intentaron detenerlo “por las buenas o por las malas”, dijo el agente. El chico dio un paso atrás: “Tengo derecho a hacer fotos” dijo. La respuesta del agente fue increíble, como lo que estaba a punto de ocurrir: “Tienes derecho a hacer fotos, pero no a pisar la calzada”. Los agentes se le echaron encima, mientras los vecinos y algunos jóvenes que habían venido para solidarizarse con los retenidos intentaban evitar la detención, aunque acabaran recibiendo Todos recibieron. Se llevaron al chico detrás de las furgonetas. No se le veía. Tenía cinco agentes encima.

Vídeo de la detención.

La manifestación había terminado hacía rato, no se oían disturbios por ninguna parte, pero una extraña retención policial complicaba la jornada. Mientrastanto, yo estaba quieto y grababa con el móvil como los agentes inmovilizaban al chico. Varios agentes superaron el cordón policial, que en ningún momento nadie había intentado pasar, y cargaron contra un chico, Ethan, y contra mí. A mí me pegaron en el brazo. Lo vi venir, con el casco y la porra pero ya era tarde. Ethan recibió en el brazo y en la pierna.

Vídeo de la agresión.

Nadie entendía qué diablos estaban haciendo los Mossos: el dueño del bar, indignado (en un día así se pueden facturar unos 700 euros); una veintena de jóvenes, retenidos dentro de un local -dos manifestantes como mínimo fueron detenidos al final-, y los agentes, pegando a periodistas y vecinos que miraban lo que estaba pasando. Mientras el Barça perdía la eliminatoria desde la televisión de aquel bar, los Mossos perdían los papeles y echaban por tierra todas las estrategias policiales que se deciden en los despachos. Desde el mismo lugar donde se decide que los agentes a partir de ahora llevarán un número identificativo en la espalda para que los ciudadanos puedan denunciarlos si creen que deben hacerlo. Pero ayer, en algunos casos, tampoco había números identificativos, como prometió Interior. ¿De qué sirve cambiar al consejero si los Mossos acaban haciendo lo que quieren? ¿Cómo es posible que cuando la situación ya está controlada, los mismos agentes se descontrolen?

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