Fue un 17 de febrero de 2017 cuando Antonio Fernández, vecino de l'Hospitalet de Llobregat e invidente, empezó su particular lucha contra los coches y furgonetas de carga y descarga aparcados sobre la acera por la que tiene que cruzar a diario. Dos años y cuatro meses después, sigue sin poder pasar de un lado a otro de la calle de forma segura. Lo que ha pasado entre la primera fecha y hoy es una auténtica cruzada burocrática de Antonio con un episodio de vandalismo incluido.
En el momento de la entrevista, dos coches negros, un Citroën C5 y un Opel Corsa, ocupan íntegramente la parte peatonal de la calzada por la que han de pasar los transeúntes que quieren cruzar la calle. Por aquí se supone que debería atravesar Antonio cuando va al gimnasio o a hacer las compras del día, a riesgo de chocar con los vehículos mal aparcados y tener que bajar al asfalto. El cruce en cuestión es el que une las calles Hierbabuena y la Mina, en el barrio de Can Vidalet.
“Antes era peor”, recuerda Antonio sobre cómo empezó su batalla con el consistorio local. Los coches aparcaban a un lado y al otro, pero sus persistentes quejas lograron al final que el Ayuntamiento colocase una sillas que impedían aparcar. El problema es que las de un lado han desaparecido recientemente. “Tardaron año y medio en poner estos bancos y ahora va alguien y los arranca”, se queja este vecino, extremo que confirman desde el consistorio y atribuyen a un acto de “vandalismo”.
De eso último hace ya 15 días y nadie los ha repuesto. Pero el viacrucis de Antonio para poder cruzar sin problemas por esta calle se remonta a mucho antes y ha tenido otros episodios. El primero fue cuando, habiendo sufrido una pérdida grave de visión hace tres años, se empezó a hartar de quedarse en medio de la calle sin poder acceder a la acera por culpa de los vehículos mal aparcados, a menudo furgonetas y camiones de carga y descarga que distribuyen su mercancía en los numerosos comercios de la zona.
El 17 de febrero de 2017, Antonio puso una instancia para pedirle al Ayuntamiento que le pusiera solución. “Pedí que pusieran vigilancia o pivotes para evitar que la gente aparcase”, recuerda. “Lo hice no solo por mí, sino por las personas con silla de ruedas o por la gente mayor, que la hay a cientos en este barrio”. Pero su lamento en forma de solicitud entregada al consistorio se quedó sin respuesta.
Cuatro meses después, ante el silencio de la Administración, llamó al Área de Movilidad del Ayuntamiento, a lo que le contestaron que enviarían a un técnico. Pero ya en octubre de 2017, insistiendo Antonio, le comunican que debe dirigirse a otro departamento, al de Vía Pública, que es quien gestiona las cuestiones de urbanismo.
Estos le dijeron que se pondrían manos a la obra, pero no fue hasta septiembre de 2018 que, tras varias conversaciones por teléfono y presenciales, escuchó de pronto el sonido de un martillo hidráulico en la calle. “Bajé corriendo y me encontré a los operarios poniendo unos pivotes en la acera de la calle de la Mina, pero me dijeron que no iban a poner nada en el cruce”, rememora. Quince días después, sin embargo, sí pusieron finalmente las dos sillas a ambos lados para disuadir a los coches.
El problema es que desde mediados de junio de este año, dos de las sillas han sido arrancadas por algún vecino. Ni Antonio, ni el consistorio, ni los comercios de la zona saben quién ha sido. “Ahora ya no me quejo del Ayuntamiento, sino de la sociedad. Yo cumplo con mis deberes y quiero que la sociedad lo haga conmigo”, se lamenta este vecino cuya reciente discapacidad le ha llevado a descubrir que las aceras están “repletas” de barreras al paso. “Tenemos que aguantar de todo: escaleras de gente que repara teléfonos, cubos de fregar, terrazas imposibles, fruterías que invaden el espacio público, tiovivos... De todo”, repasa.
Antonio reconoce que su cruzada no responde a una necesidad de especial gravedad, puesto que puede atravesar la calle cruzando por otros tramos más arriba o más abajo, pero a la vez alega que “es tan simple como entender que los coches no pueden aparcar ahí”. En el comercio que da a la acera en cuestión, la tienda de colchones Sueños Descans, un dependiente reconoce que ese espacio lo usan a menudo los repartidores que van a traerle material. “Pero no solo a mí, también a otros locales de la calle”, argumenta, y corrobora la versión de Antonio: “El 90% del tiempo esto está ocupado por coches de todo tipo”. Esto en una zona que cuenta con hasta 15 plazas de párking de carga y descarga en un radio de 50 metros.