El Teatre Nacional de Catalunya (TNC) es imponente. Lo es por su fachada, controvertida y admirada a la vez, algo muy propio de la ciudad de Barcelona y en especial de su arquitectura. Los esbozos de Ricardo Bofill lo convirtieron en el edificio que es. La firmeza de Josep Maria Flotats, su fundador y primer director, hizo el resto.
“Un teatro de todos, para todos y al servicio de todos”. Ese fue el lema de Flotats hace ya casi tres décadas. Es difícil intentarlo pero lo complicado de verdad es conseguirlo. La actual directora, Carme Portaceli (València, 1957), es discípula de Fabià Puigserver, el gran escenógrafo sin el que otro teatro barcelonés, el Lliure, tampoco sería el que es. Y como su mentor, es una persona atrevida, inconformista y rebelde. Así son también sus obras y su programación.
La nueva temporada está dedicada a ‘los márgenes’, un espacio en el que se ubican aquellos que de manera individual o colectiva viven fuera de las normas sociales convencionales. No siempre se sitúan en esos arcenes por voluntad propia, más bien no se les deja otra opción. En especial, a las mujeres, aún mucho más invisibles que ellos.
En el resumen de la programación 2024-2025, Portaceli hace suya la frase de la feminista norteamericana Kate Millet cuando defiende que todo lo que es personal es político. Es en esos márgenes donde se intenta esconder la pobreza o todo aquello que incomoda al poder. Y son precisamente esas realidades las que la directora del TNC quiere sacar a la luz. No es una inquietud nueva. En la fachada hizo colocar un lema que resume su perspectiva vital pero también la que quiere que tenga este teatro: ‘Una porta al món’ [una puerta al mundo].
–¿Entiende el teatro como un instrumento para luchar contra los prejuicios?
–Creo que en nuestra sociedad está pasando algo que es importante y es que la gente lee poco y, además, poca ficción. Esto implica soñar muy poco, cuando soñar es necesario. La gente está hiperconectada pero nunca ha estado tan sola. Solo el hecho de venir al teatro ya es una revolución contra la soledad. Estar juntos ya es parte del ritual: venir, hacer la cola, estar juntos y entrar en otro mundo cuando se apagan las luces. Sirve para poner en valor la palabra, los sentimientos, las reflexiones sobre el ser humano… Todo esto es una riqueza. Cuando uno consume cultura se siente mejor.
–Hace poco le preguntaron al actor Sergi López si el teatro puede ser apolítico y su respuesta fue que no, porque considera que la política “nos toca a todos”. ¿Cuál es su opinión?
–Todo es político. Lo que pasa es que a veces la gente lo confunde con los partidos. La apolítica siempre ha sido muy peligrosa. Los franquistas siempre decían que eran apolíticos.
Cuando uno consume cultura se siente mejor
La directora del TNC cita un ejemplo. Explica que si hablamos de uno de los clásicos del teatro catalán, ‘Terra Baixa’, que ella dirigió con su mirada la temporada pasada, lo que estamos viendo no es una historia de amor sino a una chica de 14 años sentada en el regazo de un hombre de 30 con el que acaba viviendo y acostándose. De lo que estamos hablando es de una una situación que se llama abuso, subraya con contundencia.
Portaceli ocupa el cargo de directora artística del TNC desde septiembre de 2021. Antes dirigió el Teatro Español de Madrid. Así que sabe bien qué es tener que batallar con la Administración Pública. Con la misma vehemencia con la que describe la pasión por su trabajo transmite también la paciencia que hace falta para lidiar con contratos, plazos, licitaciones, y cantidades ingentes de peticiones de documentación.
–Cuando habla de la burocracia se muestra especialmente vehemente. Me atrevería a decir que incluso se enfada.
–Yo siempre digo una cosa en broma pero no te creas que lo es tanto: el franquismo, el fascismo, el nazismo no acabaron con el arte. Tampoco lo consiguieron las censuras. Pero la burocracia podría acabar con el arte porque obliga a una serie de cosas que son contrarias a la creación. Si a mi maestro, Fabià Puigserver, le hubiesen obligado a tener una escenografía un año antes de hacer la obra para cumplir con los requisitos de las licitaciones, estoy segura de que se levantaría y se iría.
Las escenografías en un teatro como el TNC pueden llegar a ser muy espectaculares. Casi tanto como los espacios en los que se guarda una cantidad ingente de material que se aprovecha y recicla para muchas obras. Sombreros de todas las formas, desde los victorianos para trasladarse a Londres a distintas formas de los conocidos panameños. Todo el vestuario está inventariado, desde chalecos a abrigos, desde los trajes de oficina a los pijamas. Es una manera de reciclar, ahorrar y ser más sostenibles. “Es ropa vivida”, resume Portaceli mientras muestra unos percheros con un orden que serían la envidia de Marie Kondo.
El gran almacén, por espacio y cantidad de material, está bautizado como ‘Ikea’. El nombre le encaja a la perfección. Decenas de maletas apiladas en un orden que permite comprobar el paso del tiempo y las modas, de las de madera a las trolley. Pianos que funcionan y otros que cuando ya no dan más de sí se tunean para que puedan ser utilizados igualmente. Desde un arpa a una motocicleta, bicicletas de todo tipo, chimeneas de distintas épocas, mesas, armarios, puertas, ventanas… Cualquier estructura que puedan imaginarse en un escenario probablemente está aquí.
El TNC es uno de los grandes teatros de Europa y no solo por tamaño. El edificio principal, en forma de templo griego, acoge la Sala Gran, con 870 localidades, y la Petita, con 450. Existe además una tercera, más sobria, y que es la que pidió Sergi Belbel para estrenar, el pasado miércoles, ‘Hamlet. 02’, un homenaje y a la vez una desmitificación del famoso personaje de Shakespeare interpretado por un Enric Cambray que se sale en el papel.
–A menudo se compara este teatro con el National Theatre de Londres.
–Sí, pueden ser parecidos. Los dos tenemos la visión de llegar al gran público aunque nuestras exhibiciones mucho más largas. Fuera de aquí nos envidian por eso. El resto de teatros europeos están intentando alargar pero no hacen más de 15 días. A nivel de temática nos podemos parecer al de Londres pero también a los belgas y al Internationaal Theater de Amsterdam.
Entre la programación de este año destaca una obra que dirige la propia Portaceli y ha adaptado Anna Maria Ricart. Se trata de ‘Anna Karenina’, una coproducción con el KVS de Bruselas, el Teatro Nacional Sao Joao de Porto y el Théâtre Nanterre-Amantiers (París), cuya protagonista es Ariadna Gil. Es de las que el público barcelonés está esperando con ganas. Se estrena el 21 de noviembre y durará un mes en la Sala Gran. Después el espectáculo hará una gira internacional y la adaptación en catalán de la novela de Tolstoi podrá verse en escenarios de Bruselas, Zagreb, París y Ámsterdam.
El reto de la nueva temporada es superar los 132.000 espectadores de la pasada y abrir de nuevo la mirada a ese mundo que se reivindica en la puerta del TNC a través de ciclos como el que este año se dedicará a Palestina. Porque cuando parece que no queda ya casi nada, la cultura sigue ahí.