Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Roma, 1975) no debería necesitar excusa, pero la celebración del centenario de su nacimiento es un buen motivo para revisitar su filmografía y obra publicada. El mejor retrato del intelectual italiano, asesinado en un descampado en Ostia, lo hizo Alberto Moravia en una intervención en Yale en 1980 que se incluye en el libro Pier Paolo Pasolini, la poesía no se consume, editado por Altamarea. “Un poeta civil”, así lo definió su amigo. ¿Qué significa civil? Sería aquel poeta que lucha en el frente histórico, político y social. A civil podría añadírsele un segundo apellido: de izquierdas.
Un poeta civil de izquierdas que empezó a escribir a los siete años y que, según le confiesa en 1969 en una entrevista en Nueva York al entonces director del Instituto Italiano de Cultura, Giuseppe Cardillo, lo hizo después de que su madre le regalase un soneto. Iba a Friuli todos los veranos, incluso de niño pasó un año entero, y de ahí que sus primeros versos fuesen en lengua friuliana, una lengua, decía, para la poesía. Parafraseando a Valéry no era ni sentido ni sonido, algo intermedio. Siempre fue un gran defensor de las calificadas como lenguas minoritarias, y primero con Rimbaud y después Machado como principales referentes, se fue forjando el poeta de izquierdas que en Friuli también descubrió el marxismo. Incluso antes de leer El manifiesto.
Fue a mediados de la década de los 40, en una revuelta de jornaleros para reclamar sus derechos ante unos patronos que concebían el trabajo en el campo como un modelo feudal. Pasolini, que procedía de una familia de la pequeña burguesía (era el sexto conde de la Onda, un título de la antigua nobleza de Rávena), tuvo claro que debía unirse a los rebeldes de banderas en mano y pañuelos rojos al cuello. “En ese momento es cuando comenzó, yo diría que material, poética y físicamente, mi marxismo”, explica en la entrevista con Cardillo. Leyó a Marx pero quien más le impresionó fue Gramsci y en especial Literatura y vida nacional, la obra con la que Pasolini confirmó su adhesión al marxismo.
Se convierte en un comunista capaz de estar fascinado por Nueva York como le confía a Oriana Fallaci en una entrevista durante su primera visita a la ciudad. Él entonces tenía 44 años que no aparentaba y ese hombre “pequeño, frágil, consumido por sus miles de deseos, por sus miles de desilusiones y amarguras’, como lo retrata la periodista, describe Nueva York como mágica y arrebatadora aunque a la vez destaca que su aspecto más importante es la miseria. ”No una miseria económica, no la miseria del que no tiene para comer: es una miseria, podríamos decir, psicológica“. Son esas diferencias de clase que a veces no se ven ni a simple vista. En una visita posterior, tres años después, ya moderará su entusiasmo por la ciudad y criticará el consumismo que la caracteriza.
En la magnífica biografía que Miguel Dalmau ha escrito sobre Pasolini (premio Comillas 2022, editada por Tusquets), retrata al intelectual italiano como un “profeta” y ciertamente algunas de las reflexiones que plantea en la entrevista con Fallaci le dan la razón. En el libro de Dalmau se recuerda que Pasolini dedicó la segunda parte de su vida a avisar de los desastres que se avecinaban. “La corrupción política, la pérdida de valores, el abandono del mundo rural, la destrucción del paisaje, el genocidio cultural sobre las sociedades y pueblos primitivos, el poder omnímodo y manipulador de los medios de comunicación, la mansedumbre de los intelectuales, la vulgaridad de la subcultura de masas, la homogeneización de la sociedad, la pérdida de libertades del individuo…” ¿Les suena? Es, como resume su biógrafo, la crónica de un desastre anunciado hace medio siglo y que es el mundo en el que vivimos hoy.
Releer sus reflexiones sobre el fascismo y cómo este movimiento puede adoptar formas que lo conviertan en ‘normal’ confirman su capacidad de descubrir antes lo que la mayoría no ve. Galaxia Gutenberg ha recogido algunos de los textos que publicó entre 1962 y 1975 en los que analiza la evolución histórica del fascismo. El título ya es toda una declaración: El fascismo de los antifascistas. Es la expresión que él utilizó en Escritos corsarios y cuya inspiración parte de un artículo que publicó en el Corriere della Sera.
“No hay que ser fuerte para enfrentarse al fascismo en sus manifestaciones delirantes y ridículas: hay que ser fortísimo para enfrentarse al fascismo como normalidad, como codificación, diría yo, alegre, mundana, socialmente elegida, del fondo brutalmente egoísta de una sociedad”, advierte. El nuevo fascismo, según lo denomina, ya no es humanísticamente retórico sino que se caracteriza por su pragmatismo. Por ello concluye que su objetivo no es otro que “la reorganización y la homogeneización brutalmente totalitaria” del mundo.
En una autocrítica que reconoce que puede convertirle en el hazmerreír de una parte de la sociedad asume que la izquierda tiene también responsabilidad en el auge del fascismo. “No hemos hecho nada para que no haya fascistas. Nos hemos limitado a condenarlos gratificando nuestra conciencia con nuestra indignación; y cuanto más fuerte y petulante era nuestra indignación, más tranquila se quedaba la conciencia”, escribe en un artículo titulado El poder sin rostro y publicado el 24 de junio de 1974. Pasolini tuvo suerte de que entonces no existía Twitter. ¿Se imaginan todo lo que habría tenido que aguantar si hubiese dicho esto ahora?