ENTREVISTA

Diana Oliver, periodista: “No eres menos feminista porque tu prioridad sea cuidar de un bebé de seis meses”

Sandra Vicente

7 de mayo de 2022 23:09 h

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Diana Oliver (Madrid, 1981) es periodista y autora de Maternidades precarias (Arpa, 2022), un libro que analiza la crianza en un sistema que no está pensado para sostener a las personas que cuidan. El texto nace de su experiencia personal, como madre de dos hijos autónoma que pelea para criar, subsistir y llegar al final del arcoíris de la conciliación sin perder la salud en el intento. Oliver, que se refiere a sí misma como una “privilegiada precaria”, no se considera optimista porque cree que hacen falta muchos cambios para poder lograr crianzas sostenibles. Su libro es una narración honesta sobre la maternidad, con todo lo malo, pero también con todo lo maravilloso que puede ser.

¿Qué le motivó a escribir el libro?

No me representaban los discursos sobre la maternidad. Quería insistir en la imposibilidad de cuidar y en el follón en el que te metes cuando eres madre en un sistema preparado para que externalices los cuidados y para que sigas produciendo como si no hubiera pasado nada en tu vida. Es perverso que se nos presione tanto para tener hijos y luego, después de 16 semanas de permiso de maternidad, nos devuelvan al trabajo. Yo tenía muy claro que mi hija tenía que alimentarse exclusivamente de lactancia materna durante los primeros seis meses, pero se me hacía muy difícil pensar en darle el pecho en la distancia. Yo quería estar ahí. ¿Cómo se supone que lo tenía que hacer?. Y eso sin hablar de los sueldos bajos y precarios que tenemos muchas personas, que no nos permiten reducir jornada.

¿Qué condiciones le hubiera gustado tener para poder ser madre?

Podría hacer una lista gigante. Ser madre supone pasar por una serie de procesos que requieren tiempo y el sistema no soporta. El permiso de maternidad está pensado para recuperarse del parto, pero nadie piensa en esos primeros meses, que son tan importantes para la vida de un bebé. Hay que alargar los permisos de paternidad y maternidad. Soy poco optimista, porque creo que hace falta un cambio muy radical y, ahora mismo, solo nos dedicamos a poner parches de conciliación que quedan muy bien y tienen un 'marketing' precioso, pero no se traducen en nada. También tenemos que repensar la rigidez horaria y conseguir retribuciones económicas para los cuidados para que externalizarlos no sea la única opción para criar y seguir trabajando.

En su caso, decide no externalizar los cuidados. ¿Cómo fue la experiencia?

¡Qué decisión! Mi única opción era llevar a mi hija a la guardería desde primera hora de la mañana hasta vete a saber cuándo. Y por un precio que no podía asumir. Así que pensé cómo hacerle trampas al sistema para quedarme en casa, cosa que me pude permitir por ser autónoma. Por eso hablo de privilegios precarios, porque trabajar con niños en casa fue absolutamente horrible, hasta el punto de que la salud física y emocional se vieron perjudicadas. Pero era la única manera de poder sostener la situación.

Hace poco publicó un tuit en que revelaba su inseguridad y que tuvo dos tipos de respuestas: las que ofrecían ánimo y las que aseguraban que “tú puedes con todo”. ¿Qué cree que es más tóxico, la idea de que las madres pueden con todo o la postura más retrógrada de la mujer dedicada completamente a los cuidados?

Pues no lo sé. Por un lado tenemos la exigencia externa, que da por hecho que vas a poder con todo, y por el otro está la propia exigencia de tener que poder, porque te han dicho que tiene que ser así. Y esa es la peor, porque hace que te presiones a ti misma y que, si no lo consigues, te digas que eres débil. Las dos premisas son muy nocivas, porque no creo que tengamos que renunciar a nada, pero la exigencia desmesurada hace mucho daño. Hay que empezar a ser compasivas con nosotras mismas y con las demás. No hay que poderlo todo.

¿Cree que se ha idealizado demasiado a las madres como seres omnipotentes? Un poco a lo Rigoberta Bandini, que canta a una mujer que tiene siempre caldo en la nevera, a la vez que podría acabar con guerras.

Totalmente. ¿Cómo se supone que tenemos que sostener todo eso? Y lo digo desde el cansancio de quien cuida y produce y que, además, no lo hace sola, sino que cuento con una pareja implicada al 50%. Los dos nos encargamos de todo, nos organizamos con el trabajo y estamos con los niños a partes iguales. Y aún así estamos agotados y frustrados porque no llegamos.

Como hijas pensamos en nuestras madres como personas que sí podían con todo pero, ¿nos preguntamos suficientemente a qué precio?

Hemos asumido que la maternidad es un malvivir. Y, a la vez, cuando alguien se queja, se le dice que es lo que hay, haberlo pensado mejor. Yo, hasta que no he sido madre, no he podido entender la historia de la mía y el esfuerzo que hay detrás de criar, pero tenemos que dejar de ver la maternidad como un suplicio en sí misma. Los cuidados no deberían ser sufridos y tampoco debería serlo la crianza. Si lo es, es por culpa del sistema que tenemos, que nos niega el soporte del mundo que nos rodea.

Al ser madres, ¿nos convertimos en madres y dejamos de ser mujeres?

Nos cuesta mucho asumir que la maternidad es una metamorfosis. No vuelves a ser la misma persona, igual que ha cambiado para siempre tu cuerpo. Y querer volver a ser lo que se era antes no es realista. Tenemos que aceptar que las prioridades y las necesidades cambian. A menudo tendemos a luchar contra ello, pero no eres menos feminista por decir que tu prioridad ahora mismo no es otra que un bebé de seis meses al que amamantar, cuidar y mecer en mitad de la noche.

Si queremos que el sistema dé valor a los cuidados, debemos empezar haciéndolo nosotras mismas y no denostar que queramos cuidar de otra persona. Como dice Carme Riera, el feminismo tiene que reivindicar nuestra capacidad creadora y defender que las mujeres podemos ser igual o mejores médicas, escritoras o ingenieras que los hombres. Pero también hay que reivindicar nuestra capacidad reproductora. El patriarcado se ha encargado de convertirlo en un tema de segunda, ridículo, cuando en realidad es muy poderoso. La maternidad no es algo negativo que nos quita de hacer otras cosas, siempre que pueda decidir libremente lo que hago con mi cuerpo y que tenga las condiciones materiales para sostenerme en esa decisión.

El capitalismo ha convertido la maternidad en un negocio. ¿Cree que podemos ser realmente libres de elegir?

Es algo que me pregunto a menudo. El cuerpo de la mujer está permanentemente presente y solo hay que mirar la gestación subrogada o las clínicas de fertilidad. Son un auténtico negociazo que se aprovecha de nuestros cuerpos, procesos e inseguridades. La congelación de óvulos, por ejemplo, podría estar muy bien porque te permite tener hijos más tarde, cuando te sientas preparada, pero no deja de ser macabro que con ese discurso cuidador se ganen millones.

Para responder si somos libres de decidir, tenemos que preguntarnos, también, quién puede pagar los tratamientos de fertilidad o la congelación de óvulos. ¿Cuántas mujeres piden créditos para eso? El negocio con nuestros cuerpos es el precio que pagamos por salir a trabajar en un empleo que, a lo mejor, no nos gusta y que solo tenemos por supervivencia. Mi madre salía a limpiar casas a las cinco de la mañana y no volvía hasta las ocho de la noche. ¿Dónde están los discursos para ella?

En el libro habla de una amiga suya que adoptó y del proceso al que tuvo que someterse para demostrar que era apta. Cuenta que la mayoría de personas que crían no reunirían las condiciones que se requieren para una adopción.

Con la inestabilidad y precariedad actual, si tuvieran que pedirnos permisos para ser madres no se lo darían a nadie. Hoy tenemos claro que no hay un solo modelo familiar y que no hay ninguno que sea mejor que otro por definición. Pero también sabemos que llevamos muchas mochilas, que tenemos muchos problemas emocionales y psicológicos por intentar sostener la vida en un sistema que nos lo pone muy difícil. Si me preguntas cuál es el estándar familiar para criar de manera sostenible, te diré que es muy difícil conseguirlo tal y como está configurado todo.

En estas condiciones, ¿es egoísta tener hijos?

A veces es egoísta, por poner por delante el propio deseo. Pero también puede ser una manera de llevar la contraria al sistema y demostrar que hay otra manera de criar y vivir. Es cierto que con la pandemia y la guerra de Ucrania me he preguntado a qué mundo he traído a mis hijos. Pero también quiero pensar que ellos pueden ser una forma de cambiarlo. No se trata de hacer un mundo mejor para nuestros hijos, sino de criarlos para que ellos sean mejores. Por eso es importante invertir en los cuidados, pero en los cuidados de verdad, no esos que solo dan votos y visibilidad en redes sociales.