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Opinión - Cuando los ciudadanos saben lo que quieres. Por Rosa María Artal

El turismo vuelve tímidamente a Barcelona: “Estamos a años luz de lo que teníamos antes”

Turistas en La Rambla el pasado martes.

Pol Pareja

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Alí Mohammad acaba de cumplir cuatro horas de brazos cruzados frente a la Sagrada Familia. El termómetro marca 31 grados, son las dos de la tarde, y este paquistaní de 53 años aguarda con cierta desesperación a que algún turista suba a su bicicleta triciclo. “En todo el día he hecho dos carreras”, lamentaba el martes protegido por la sombra de un árbol. “Hace dos años a esta hora ya había hecho unas diez”.

Hace dos años la Sagrada Familia estaba abierta un martes por la tarde. Ahora, de momento, solo se puede visitar los viernes, sábados y domingos. Hace dos años Mohammad podía llegar a ingresar 250 euros en un buen día de trabajo. Ahora se conforma con ingresar cualquier cosa por encima de los 25 euros que paga por alquilar su triciclo. “Cualquier cosa se agradece, este último año he tenido que hacer de todo para comer”, explicaba.

Los turistas han vuelto a asomarse por Barcelona desde hace unas semanas. El aumento de visitantes es tímido pero ya no imperceptible, aunque los trabajadores del sector coinciden en que el volumen es totalmente insuficiente. Desde Mohammad hasta las patronales, pasando por los guías turísticos, todos apuntan a que con el actual número de visitantes el turismo lo volverá a pasar mal este verano.

“Ahora mismo tenemos el 40% de los hoteles de la ciudad abiertos”, apunta Manel Casals, director general del Gremio de Hoteles de Barcelona. “Esperamos que en verano estén abiertos entre el 60 y el 65%, pero solo con un tercio de las camas ocupadas”. El sector hotelero cree que el verano será “malo” y con cifras “lejos de la recuperación”. Recuerdan, además, que por ahora el 65% de los empleados del sector sigue en ERTE. También los apartamentos turísticos empiezan a recibir reservas, pero a precios muy inferiores a 2019. “La situación no tiene nada que ver con la de hace dos años”, señalan desde Apartur, la patronal de estos inmuebles.

Lugares como La Rambla, la Sagrada Familia y La Pedrera ya no presentan el aspecto desangelado de hace un año y empiezan a recuperar la apariencia anterior a la pandemia: se ven grupos de turistas, la mayoría jóvenes, caminando o con patinetes alquilados. A su alrededor, una miríada de barceloneses como Mohammad esperan obtener algún ingreso y remontar unos meses durísimos en los que apenas han facturado nada.

Sarita Romero es guía turística y aguarda frente a La Pedrera a la llegada de un grupo de cuatro franceses. “Es el segundo curro que hago desde marzo de 2019”, apunta esta licenciada en Historia. “Ahora mismo estoy planteándome si me reinvento y me dedico a otra cosa o vuelvo a apostar por esta profesión”. La incertidumbre es otro denominador común entre estos trabajadores: saben que el turismo se recuperará, pero no saben ni cuánto ni cuándo ni cómo.

Al igual que Romero, son varios los guías que se han intentado reinventar durante el último año. Algunos regresarán a la profesión pero otros tal vez ya no. “Los guías pasamos de hacer unos 200 servicios anuales a no hacer ninguno”, explica Jordi Medina, vicepresidente de la asociación de guías Apit, que reúne a un centenar de trabajadores del colectivo. “La mayoría somos gente con estudios e idiomas y muchos se han reubicado en otras profesiones”. Buena parte de estos estos guías está expectante a la llegada de cruceros, su principal vivero de clientes, prevista para finales de junio. “Entonces sabremos cómo está la cosa realmente”, remacha Medina.

Los datos de pasajeros del aeropuerto de la capital catalana apuntan a una tímida recuperación. Incluso se ha retomado la actividad en la Terminal 2 después de más de un año paralizada. Pero los vuelos siguen al ralentí. El pasado mayo pasaron 852.251 personas por el aeropuerto de El Prat. Representa un aumento del 1714% respecto al mismo periodo del año anterior –cuando solo se registraron 46.962 pasajeros– pero sigue muy lejos de los datos de mayo 2019: ese mes pasaron más de 4,6 millones de personas por el aeropuerto barcelonés. Desde AENA recomiendan no sacar conclusiones con estos datos: “Ni todos los pasajeros son turistas ni todos los que pasan por El Prat van a Barcelona”, matiza una fuente oficial.

¿Una oportunidad perdida?

La Rambla ya no es una calle fantasma como el pasado agosto, cuando más del 70% de las persianas estaban bajadas. Si bien algunos comercios permanecen cerrados, se calcula que tres de cada 10 locales han reabierto para los pocos turistas que se acercan a la capital catalana. Sigue sorprendiendo ver heladerías cerradas o múltiples carteles anunciando locales en alquiler. Pero la sensación es de que la cosa empieza a activarse.

Algunos establecimientos incluso han ampliado el personal después de un año bajo mínimos. Es el caso de Lisandro Martínez, que empezó el lunes a trabajar en uno de los quioscos de esta calle –aunque lamenta que se factura un 90% menos que en 2019– o el de Nico Chavarro, que hace dos semanas fue contratado en una tienda de jamón en la entrada del mercado de la Boqueria. “Se ve sobre todo gente joven, pero esto sigue muy flojo”, señalaba el pasado martes.  

La pandemia dio el año pasado un sonoro revés a los comerciantes de La Rambla y fueron varias las voces que recordaron que el paseo había dado la espalda a los vecinos de Barcelona durante demasiado tiempo. A la que no pudieron venir turistas, la calle se quedó desierta en contraposición con otras vías de la ciudad. Entidades vecinales y de comerciantes así como el Ayuntamiento reivindicaron un cambio de paradigma en esta vía para volver a atraer a vecinos de la ciudad como ocurría antaño. 

Un año después, buena parte de estos comercios parecen no haber aprendido ninguna lección. “Hay muchos negocios que siguen con la mentalidad del 12 de marzo de 2020”, se lamenta Fermín Villar, presidente de la asociación Amics de la Rambla. “Tenemos miedo a que regrese el modelo de antes sin cambio alguno”. Villar asegura que su asociación no está en contra del turismo, pero apuesta por uno más “respetuoso” que el que había antes de la pandemia. 

Algunas de las terrazas de esta calle siguen ofreciendo bebidas con descuento, pero admiten que si algún día se recupera el turismo las cañas en La Rambla volverán a costar 13 euros en lugar de los cinco actuales. “De momento seguimos haciendo descuentos pero así no podemos pagar el alquiler del local”, apunta Tahir Ikbal, encargado de un bar en la zona baja de la calle cuyas mesas estaban a medio ocupar. 

Raquel Martín, que regenta una de las ilustres floristerías de La Rambla, no tenía demasiado claro si su negocio podría sobrevivir con clientela local. “Con la de pocos vecinos que hay en la zona, ¿Quién me compraría a mí las flores?”, se preguntaba la semana pasada. Martín ni siquiera abrió el verano pasado y ahora admite que vende poco. “Estamos a años luz de lo que teníamos antes”, lamentaba.

La entidad que preside Villar lanzó recientemente una campaña con el Ayuntamiento para acercar a los barceloneses a La Rambla. La idea era ofrecer una cincuentena de actividades durante junio para atraer a los barceloneses a la zona. El balance es agridulce: Villar cree que en cuatro semanas es muy difícil revertir una tendencia de 20 años. “Dijimos que de lo que hiciésemos este año dependería el modelo de turismo que tendremos en el futuro”, remacha el presidente de Amics de la Rambla en conversación telefónica. “La verdad es que al final no se ha hecho casi nada”.

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