“Óscar Colifatto tiene un apellido tan ridículo como el mío”, dice Santiago Roncagliolo. “Es una broma conmigo mismo”. Pero entre el protagonista de ‘Oscar y las mujeres’, un personaje paranoico y exagerado hasta el extremo, y su autor hay más puntos en común. Y, sobre todo, comparten, también con todos nosotros, una sociedad que a veces (sin que nos demos cuenta) nos brinda situaciones extremas. Pero nos quedamos tan anchos.
Todo es exagerado en la novela, pero el trasfondo real sigue estando ahí. ¿Qué hay de autobiográfico?
Mucho. Primero, como escritor de telenovelas que he sido; segundo, como escritor que vive encerrado en su propio mundo y al que le ha costado mucho entrar en contacto con los de fuera. Yo me pasé temporadas lejos de casa, en Japón, por ejemplo, y al regresar vi que mis hijos sabían palabras nuevas, que eran más altos y que yo me lo había perdido y me olvidaba de sus cumpleaños. En algún momento tuve que decidir que era hora de convertirme en un adulto funcional, lo que implicaba viajar menos, cuidar más de lo que ocurre a mi alrededor y menos de lo que ocurre dentro de mi cabeza, aprender a conducir, aprender catalán, hacer terapia. Óscar vive lo mismo, pero en exagerado. Si eres guionista de telenovelas y tu único amigo es un productor de televisión tienes un grave problema.
“El arte imita a la vida” (Aristóteles). “La vida imita al arte” (Oscar Wilde). “La vida imita a la televisión barata” (Woody Allen), es tu triple cita en el libro. Allen es un claro referente en esta novela, pero esas paranoias de Óscar recuerdan también a Jack Nicholson en Mejor imposioble…Mejor imposioble
¡Sí! Me encantó esa película. Le comenté a mi esposa que era muy exagerado ese personaje y ella me dijo [con toda la ironía] que sí… ¡que era igualito a mí! “¡Tiene todas tus manías!”, me dijo. Me doy cuenta, por lo menos con mi esposa, de que soy melodramático. Ella, abogado y española, es la que tiene los pies en el suelo.
La comparación con Mario Vargas Llosa debe de ser continua, más, quizá, por La tía Julia y el escribidor, donde el nobel escribía radionovelas…La tía Julia y el escribidor
Hay más de Woody Allen. El autor de radionovelas de La tía Julia me encantó. Pero la gente automáticamente me pone en la línea de Vargas Llosa por ser peruano, como pensando que no he visto películas ni nada que no se a de él… Es cierto que Vargas Llosa tiene un peso mayor en Perú que cualquier otro escritor en su país, está en nuestro ADN, como García Márquez. Pero es que yo llevo 38 años tratando de no parecerme a mi padre biológico, ¡y sigo teniendo su nariz! Nunca sabes qué tanto tienes de tu padre y lo que ve la gente.
¿Hay algo de crítica social en los culebrones?
El culebrón es el único género narrativo propio, que hemos creado los suramericanos. La novela empezó en Europa, luego tuvimos a grandes escritores suramericanos, pero el género pero nació fuera. Entonces, el culebrón ha ido reflejando la realidad suramericana. La situación de la mujer, por ejemplo, ha ido reflejándose en la telenovela. Es un género con buenos y malos autores. Hay malas telenovelas, pero también hay malas novelas. Un amigo autor de telenovelas dice que los europeos son incapaces de hacer telenovelas pero las ven. ¿Por qué? Porque tienen sentido del ridículo. Hay cosas que uno no va a hacer delante de una cámara, pero que lo haga otro le encanta.
Cito una frase de la novela que me parece muy dura: “La edad en que los fracasados reciben el título compasivo de promesas”. Tú te fuiste de Perú y al salir te diste cuenta de que la mayoría de los que se fueron fracasaron…
Yo fui el último iluso, creo. Parecía que en España todo era fácil. Todos los escritores profesionales que yo conocía vivían en España… ¡pero todos eran dos! Y llegas y te das cuenta de que tampoco es fácil para los españoles. A los fracasados no los conoceremos nunca.
¿Escribir también es una forma de refugiarse de la realidad, de la crisis?
Me preocupa mucho que la crisis sea culpa mía. Cada vez que abandono un país se arregla: crecí en México, a mediados de los 80 fui a Perú, luego vine a España y cada vez que he ido dejando esos países, se arreglaron y cada vez que llego a otro se hunde… Creo que tengo un don. Estoy pensando en venderle mis servicios a Corea del Norte.
¿Cuál es para ti la mezcla justa de realidad y ficción?
Me gusta la ficción, por mucho que esté basada en la realidad. Los personajes, las cosas que les pasan, el mundo en el que se mueven… yo los he conocido; el de los empleados públicos de Perú, sin ir más lejos. Si tengo una historia real buena la dejo tal como es, por supuesto, con sus fuentes. A algunas, como Memorias de una dama o La cuarta espada o El amante uruguayo meterle ficción es como echarle Fanta a un whisky bueno.
¿Te ha servido tu experiencia como asesor de políticos?
Ha sido un gran entrenamiento para escribir ficción… Olvídate de las telenovelas. Todo el mundo es hipersensible en política. Puedes pasarte horas buscando la palabra que no ofenda a uno y que no desagrade a otro… Los políticos no mienten, de hecho, pero se acercan muuuucho.
¿Cómo ves la situación en España?
Rarísima, confusa. Todo está al revés. En todos los aspectos. En América Latina todos están de muy buen humor y en España, de muy mal humor; en América Latina crecen las economías pero los gestores son: uno que dio un golpe de estado, otro que fue guerrillero y estuvo preso 13 años, otro que armaba fusiles, otro que casi dio un golpe de estado; en cambio en España el presidente es un señor de derechas que nacionaliza un banco, sube los impuestos… Raro. Yo soy de una familia de izquierdas que siempre me dijeron que Estados Unidos era el poder del capital y Europa eran los demócratas por excelencia, pero en Estados Unidos gobierna un negro y los hispanos deciden las elecciones y en Europa está entrando la extrema derecha en todos los parlamentos. Eso tiene que ver con el hecho de que haya escrito una novela de humor: es muy difícil decir nada serio que dure cinco minutos. Estados Unidos, donde el humor político siempre ha sido muy agresivo, tiene una tradición muy sana: el presidente se expone a un cómico que se dedica a despotricar de él y él tiene que aguantarlo, tiene que reírse.
Muy sano. Aquí hacen ruedas de prensa sin preguntas… o desde pantallas de plasma.
¡Imagínate! Fujimori compró a los cómicos para el canal del Estado porque sabía que quienes más daño le podían hacer eran ellos atacando al Gobierno. Para nosotros el humor, por eso, siempre ha sido un arma.
La actualidad debe de dar para muchas telenovelas, ¿no?
No… es demasiado triste. De todas maneras siempre la telenovela es apolítica. Si le metes política se la toman más en serio. Y se anula.