El doctor Stockmann es un científico acreditado, admirado, inteligente. Hasta es guapo. Pero tiene algunos problemas: la sinceridad y la dignidad, por ejemplo. Cuando descubre que las aguas del balneario que él mismo dirige están contaminadas, propone cerrarlo y hacer las reformas necesarias, lo que supondría dos años de trabajos, dos años sin balneario, dos años sin la gallina de los huevos de oro del pueblo. Demasiado tiempo. Ni el alcalde (hermano del científico), ni los comerciantes, ni la prensa están dispuestos a perder tanto dinero por... ¡por el capricho de un investigador que no se entera de nada! El conflicto está servido. Los poderes fácticos (político, económico e informativo) no tendrán ningún problema para llegar a una alianza que convierta a Stockmann en el enemigo del pueblo.
Por lo que explicó Oriol Tarrasón en la presentación de Stockmann, su versión hiperreducida de El enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, su realización ha sido una carrera contra la actualidad. “Ensayamos desde octubre y, según lo que vamos leyendo los periódicos, la obra es cada día más vigente”, dijo. Tiene razón. El dramaturgo noruego escribió la obra en 1886 pero el tiempo ha demostrado (desgraciadamente, es de suponer) que es intemporal. Ni Ibsen ni el director de Les Antonietes la ubicaron en el espacio ni en el tiempo. Con toda la razón. Los referentes que nos la hacen tan cercana los encontraban los contemporáneos de Ibsen, como los encontramos nosotros ahora y como los encontraron todas las generaciones intermedias en sus tiempos. Es la grandeza del autor escandinavo. “Ibsen no es que haya sido un adelantado a su época, también se adelantó a la nuestra”, comentó Tarrasón, que asegura que si se encontrara con el escritor, padre del drama moderno, le diría: “Tío... ¡te quedaste corto! ”La admiración del director hacia el autor es argumentada, porque lo considera un clásico: “La gracia de los clásicos es que ponen orden en tu cabeza. Dicen lo que nos gustaría decir pero no sabemos cómo decir ”. Y hay clásicos que ya dijeron hace miles de años lo que todavía hoy pensamos. Primera moraleja: no aprendemos.
El espacio ocupa todo el escenario de la Muntaner, libre de bastidores y de backstage. En el suelo, desperdigadas, un montón de copas de ponche. Elegantes copas de cóctel que sirven para demostrar el buen momento que se vive en el pueblo al comienzo y que se convertirán en armas a medida que avanza la acción y el buen rollo y las sonrisas van dejando lugar a los insultos ya las agresiones. A la hipocresía, a la mentira. Y, necesariamente, a la tergiversación. La interpretación de los actores acaba de hacer más cercanos los personajes y la escena.
Los referentes, ya mencionados, son los que todos tenemos en la cabeza. El alcalde se convierte en un Berlusconi cualquiera que pone la maquinaria propagandística (es decir, tristemente, los medios de comunicación) descaradamente a su favor. ¿Nos suena? Vemos cómo la problemática ecológica es una lucha noble... hasta que toca la economía. En ese momento, cuando resulta que la contaminación hará cerrar el balneario y acabará con los suculentos ingresos que este aportaba a la comunidad, se debe luchar contra esta lucha tan noble. ¿Nos suena? Las razones para terminar con un abuso (en este caso medioambiental) quedan sepultadas por los gritos que proclaman que no pasa nada. ¿Nos suena? Quien defiende una posición cabal y con toda lógica acaba agredido como enemigo del pueblo. ¿Nos suena?
“Habrás conseguido arruinar tu ciudad natal”, le dice a Stockmann su hermano y alcalde. Y va más allá: “No tienes derecho a dar tu opinión”. Y la directora del diario declara que “son los lectores quienes deciden qué no quieren leer”. E, incluso, el bueno de Stockmann se oye decir: “¿De qué te sirve la razón si no tienes el poder?”.
Todo nos suena. Porque todo es actual. Todo es asquerosamente actual.
El doctor Stockmann es un científico acreditado, admirado, inteligente. Hasta es guapo. Pero tiene algunos problemas: la sinceridad y la dignidad, por ejemplo. Cuando descubre que las aguas del balneario que él mismo dirige están contaminadas, propone cerrarlo y hacer las reformas necesarias, lo que supondría dos años de trabajos, dos años sin balneario, dos años sin la gallina de los huevos de oro del pueblo. Demasiado tiempo. Ni el alcalde (hermano del científico), ni los comerciantes, ni la prensa están dispuestos a perder tanto dinero por... ¡por el capricho de un investigador que no se entera de nada! El conflicto está servido. Los poderes fácticos (político, económico e informativo) no tendrán ningún problema para llegar a una alianza que convierta a Stockmann en el enemigo del pueblo.
Por lo que explicó Oriol Tarrasón en la presentación de Stockmann, su versión hiperreducida de El enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, su realización ha sido una carrera contra la actualidad. “Ensayamos desde octubre y, según lo que vamos leyendo los periódicos, la obra es cada día más vigente”, dijo. Tiene razón. El dramaturgo noruego escribió la obra en 1886 pero el tiempo ha demostrado (desgraciadamente, es de suponer) que es intemporal. Ni Ibsen ni el director de Les Antonietes la ubicaron en el espacio ni en el tiempo. Con toda la razón. Los referentes que nos la hacen tan cercana los encontraban los contemporáneos de Ibsen, como los encontramos nosotros ahora y como los encontraron todas las generaciones intermedias en sus tiempos. Es la grandeza del autor escandinavo. “Ibsen no es que haya sido un adelantado a su época, también se adelantó a la nuestra”, comentó Tarrasón, que asegura que si se encontrara con el escritor, padre del drama moderno, le diría: “Tío... ¡te quedaste corto! ”La admiración del director hacia el autor es argumentada, porque lo considera un clásico: “La gracia de los clásicos es que ponen orden en tu cabeza. Dicen lo que nos gustaría decir pero no sabemos cómo decir ”. Y hay clásicos que ya dijeron hace miles de años lo que todavía hoy pensamos. Primera moraleja: no aprendemos.