Magaly tenía 14 años cuando se apuntó a clases de baile. El profesor -un tipo atento, simpático y cariñoso- le gustó desde el primer día. Finalmente se besaron una tarde al salir de la academia. “No sentía ni los dientes ni la lengua”, recuerda del primer beso de su vida. Al poco tiempo el profesor le dijo de ir a un motel. “Quiero que estemos juntos… Vos confía en mí”, le decía el coreógrafo, 12 años mayor que ella. Cuando Magaly le explicó que durante esa tarde en el motel se había quedado embarazada, recibió su primera paliza. “Sentí una lucecita con el primer puñetazo”, recuerda. “Él se fue. Yo me quedé llorando en el suelo”.
Magaly empezaba a vivir sin darse cuenta del mismo tormento por el que pasó su madre, víctima durante años de golpes y agresiones por parte de un marido alcohólico. Una situación totalmente normalizada en El Salvador, donde en 2017 hubo casi 20.000 embarazos de adolescentes y se calcula que el 50% de las mujeres ha sufrido algún tipo de violencia de género durante su vida. En 2019 hubo 230 feminicidios en un país de poco más de 6 millones de habitantes.
El documental Cachadas, dirigido por la leonesa Marlén Viñayo, indaga en el carácter cíclico de la violencia en El Salvador y en las posibilidades que aporta una actividad como el teatro para tratar de romper una dinámica letal para las mujeres del país. El escenario y los ensayos les sirven para revivir emociones, pero también para reflexionar sobre el maltrato y exteriorizar un tormento que casi todas llevan por dentro y ni siquiera comparten con sus amigas.
La cinta, que se estrenó el martes en España, explica el caso de cinco vendedoras ambulantes, madres adolescentes sin recursos, que sufrieron tanto agresiones de sus parejas como abusos sexuales de sus familiares. Cada una carga con un drama particular, que no han explicado a nadie porque su historia no es excepcional en un entorno en el que la pobreza contribuye al silenciamiento de los malos tratos.
Las cinco se apuntan a un grupo de teatro y preparan una obra en la que representan su propia historia. La función, llamada Si vos no hubieses nacido, reflexiona sobre la maternidad adolescente y las renuncias que supone, sobre la normalización de la violencia de género, la frustración que genera no poder darle todo lo que quieres a tu hijo y la repetición eterna de un ciclo vicioso: todas ellas vieron cómo maltrataban a sus madres y todas fueron maltratadas. Muchas repiten el patrón y acaban maltratando también a sus hijos.
“Desde que somos niñas que estamos acostumbradas a recibir”, reflexiona durante un ensayo Magda, otra de las mujeres que protagonizan el documental y que sobrevive vendiendo tortitas en el mercado. “A veces nos poníamos doble ropa para no sentir tanto los golpes”, recuerda sobre su infancia.
“Hasta que no entran en el grupo de teatro, ellas no se dan cuenta de que han sido víctimas”, señala la directora del documental. “Todo lo que les había ocurrido lo veían como algo normal porque les ocurre también a su madre, a su hermana, a la vecina y a la que trabaja en la tienda donde van a comprar”.
Viñayo conoció a estas mujeres cuando se desplazó a El Salvador a hacer su proyecto de fin de carrera en una ONG. Todas ellas acudían a dejar sus hijos a una guardería de esta organización para que los cuidaran mientras trabajaban. A pesar de que todas compartían historias similares, apenas se conocían ni habían compartido sus experiencias.
Otro de los aspectos que aflora en el documental es la ausencia de cualquier tipo de educación sexual en una sociedad donde la religión impregna casi todas las capas sociales. “La maternidad está muy condicionada por una cuestión cultural que se va transmitiendo generación tras generación”, abunda la directora, que recuerda que en El Salvador muchos embarazos son consecuencia de violaciones o de falta de información sobre métodos anticonceptivos.
“La maternidad se oye como una cosa bonita y tierna, pero a veces no es fácil porque ninguna pasamos por la escuela a aprender cómo ejercerla”, dice Chilena, otra de las protagonistas. “Nos pensábamos que era bien fácil pero no es así”.
El filme, desgarrador en muchos momentos, contiene también un mensaje de esperanza. Los ensayos y la preparación de la obra permiten a las protagonistas exteriorizar su desdicha y frenar una dinámica que amenazaba a sus propios hijos. “Cuando llegué al teatro estaba en un callejón sin salida y solo tiraba adelante por mis hijos”, abunda una de las protagonistas. “Ahora ya no tengo ganas ni de chillar ni de llorar”.
El vínculo generado entre ellas y lo que aprenden cada una con las historias de las demás sobrevuela en todo momento un documental en el que prácticamente no aparece ni un solo hombre durante la hora y media de metraje. “No fue algo intencional, simplemente es que los hombres llegaron, les hicieron daño y se fueron”, responde la directora. “Muestra como es la sociedad salvadoreña: hay una gran cantidad de familias en las que la mujer se encarga de todo”.
En El Salvador, la palabra “cachada” hace referencia a una oportunidad única, una ocasión que no se puede dejar escapar. El grupo de teatro es su cachada particular, un proyecto que consiguió romper el ciclo de la violencia familiar y que ha llevado a sus protagonistas a formar una compañía teatral que ha representado la obra por todo el mundo al tiempo que las ha apartado de la venta ambulante.
Tras mostrar su propia tragedia en decenas de teatros, las cinco mujeres representan ahora una adaptación de La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca.