La globalización del neoliberalismo hace años que se esfuerza por vendernos un mundo caracterizado por un proyecto político al servicio del capital como solución contra la pobreza. Los hechos y la realidad, sin embargo, hace tiempo que nos indican que el resultado es todo lo contrario.
La constante privatización de los servicios públicos, la liberalización del comercio y el papel creciente de los intereses empresariales en el proceso de desarrollo están dilapidando los derechos humanos y los medios de vida sostenibles. Las desigualdades en el mundo son cada vez más notorias y la crisis no ha hecho más que mantener e intensificar los aspectos esenciales del capitalismo –explotación de los recursos naturales, producción basada en la explotación del trabajo, desigual redistribución y máximo beneficio– incrementando las diferencias sociales y territoriales. El 1% más rico de la población mundial posee actualmente el 40% del capital, mientras que el resto busca la manera de sobrevivir.
Junto con la discriminación de raza, el origen étnico, la orientación sexual, la edad o las condiciones socioeconómicas, el sexo es uno de los factores más influyentes en nuestra sociedad, que limita las oportunidades y los proyectos de vida de las mujeres y las niñas.
Aunque se han producido importantes avances en los últimos años, las desigualdades de género son aún evidentes en todas las sociedades. Son las mujeres las que siguen teniendo más probabilidades de vivir en la pobreza. Su posición desigual dentro de las sociedades implica que tienen menos poder, menos dinero y menos tierras. También son más vulnerables a sufrir violencia y tienen menos acceso a la educación, la sanidad y los espacios políticos y de toma de decisiones.
La crisis económica y la desregulación de los derechos laborales no ha hecho más que precarizar el empleo e incrementar el riesgo de pobreza a escala global. Este impacto lo sufren más las mujeres. En Catalunya con cifras de un 19% y llegando hasta el 34% en los hogares monoparentales. Tener un trabajo ya no es sinónimo de seguridad económica. Nos encontramos ante un fenómeno global y creciente donde las personas, a pesar de trabajar o tener alguna prestación o subsidio estatal, no poseen recursos suficientes para cubrir sus necesidades básicas. Esta realidad de nuevas personas pobres, representadas en su mayoría por mujeres, es lo que la economista y autora Amaya Pérez Orozco llama la feminización de la pobreza.
La pobreza laboral crece a unas cifras preocupantes, especialmente en las jóvenes trabajadoras hasta los 25 años con un riesgo del 16,9%, cinco veces más que los jóvenes trabajadores de la misma edad (3,3%). Las diferencias salariales entre los hombres y las mujeres se han incrementado en un 20,2% y la proporción de mujeres con contratos a tiempo parcial triplica a la de los hombres, un 21% frente al 7% en 2015. Este hecho es una de las consecuencias de la falta de medidas reales para la conciliación familiar, extrapolable a la mayoría de sociedades. Las tareas de cuidados necesarios para el mantenimiento de la vida así como los usos del tiempo y las cargas no remuneradas siguen invisibles dentro del mercado del capital.
La industria del textil es uno de los sectores donde claramente se percibe la tendencia a la feminización de la pobreza; mujeres trabajadoras que con jornadas laborales maratonianas no llegan a cubrir sus necesidades básicas. La campaña Ropa Limpia hace años que denuncia que en el sector deslocalizado de la confección del 80% de las personas que trabaja son mujeres en situación de explotación. Las trabajadoras siguen sufriendo diariamente la imposición de unas condiciones de trabajo indignas similar a las condiciones de las mujeres obreras que protestaban en 1908. Salarios de miseria, jornadas laborales excesivas, falta de higiene y seguridad laboral, represión sindical, dificultades para la negociación colectiva, acoso y violencia verbal, física y sexual. El hecho de que la mayoría de trabajadoras sean mujeres no es causalidad sino fruto de la discriminación sistemática de género que prioriza mano de obra barata, que es más fácil de contratar por poco tiempo y que a menudo tiene menos posibilidad de organización sindical por las cargas reproductivas asociadas. En la India, la asociación READ ha documentado que en los últimos cuatro años como mínimo 86 chicas han perdido la vida mientras trabajaban en la industria textil alertando la dureza de las condiciones en las fábricas y los casos de violencia física y sexual.
No queremos que los gobiernos sigan intentando resolver los problemas a través de incentivos materiales, inversiones, bienes de consumo y tecnología y el impulso de procesos de modernización e industrialización obviando la necesidad de transformaciones estructurales y políticas al servicio de las personas. Es necesario un cambio de paradigma. Un paradigma que promueva relaciones justas y equitativas a las necesidades de todas las personas dentro del ciclo de la vida.
La globalización del neoliberalismo hace años que se esfuerza por vendernos un mundo caracterizado por un proyecto político al servicio del capital como solución contra la pobreza. Los hechos y la realidad, sin embargo, hace tiempo que nos indican que el resultado es todo lo contrario.
La constante privatización de los servicios públicos, la liberalización del comercio y el papel creciente de los intereses empresariales en el proceso de desarrollo están dilapidando los derechos humanos y los medios de vida sostenibles. Las desigualdades en el mundo son cada vez más notorias y la crisis no ha hecho más que mantener e intensificar los aspectos esenciales del capitalismo –explotación de los recursos naturales, producción basada en la explotación del trabajo, desigual redistribución y máximo beneficio– incrementando las diferencias sociales y territoriales. El 1% más rico de la población mundial posee actualmente el 40% del capital, mientras que el resto busca la manera de sobrevivir.