Casi todos dan por hecho que en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas del próximo domingo el financiero Macron ganará a la neofascista Le Pen, igual que daban por hecho que Hillary Clinton se impondría a Donald Trump y la sensatez prevalecería en el referéndum inglés del Brexit. Cada día que pasa se disparan nuevas alarmas sobre las posibilidades de Marine Le Pen, si la unión sagrada del “frente republicano”, todos contra ella, deja de actuar por cansancio y la abstención alcanza al 30%. Por cansancio y algunos motivos más. La globalización no ha provocado solamente la crisis económica de los recortes, el paro y la corrupción. Ha averiado la confianza en la versión del sistema democrático que ha regido los últimos tiempos. El centro-derecha patrimonial se ha visto desacreditado con insistencia, los socialistas se han volatilizado por méritos propios.
El joven Emmanuel Macron es un producto improvisado de la alta costura financiera, su gestión como ministro de Economía de 2014 a 2016 fue un fracaso. Nunca ha sido elegido en las urnas para ninguno de sus cargos, no queda claro ni su programa ni quién financia su candidatura.
Para acceder a la segunda vuelta electoral ha contado con el descontento general que ha castigado a los candidatos que representaban la habitual alternancia en el poder entre centristas y socialistas, el bipartidismo que ha gobernado hasta hoy sin los cambios prometidos, mientras la situación de la mayoría se degradaba. Emmanuel Macron, igual que Hillary Clinton en Estados Unidos, representa al establishment, la autopista neoliberal, la política degenerativa de más de lo mismo, ante un electorado hambriento de cambio político con muchos motivos para estarlo.
El Brexit podría ser una minucia comparado con el impacto del Frèxit propugnado por el discurso antisistema, antiglobalización, antieuropeo, ultranacionalista y xenófobo de Marine Le Pen. Se ha convertido en la única candidata del cambio deseado por una parte importante de la sociedad partidaria del “dégagisme”: echemos a los cantamañanas de siempre, no nos representan.
La “lepenización de los espíritus” viene de lejos. Desde la Revolución de 1789 --desde siempre-- Francia ha estado dividida en dos mitades ideológicas. La derecha mantiene una tradición arraigadísima, un nacionalismo esmaltado de episodios resonantes: el antisemitismo precoz y manipulado del caso Dreyfus (el antisemitismo estalló en Francia treinta años antes que en Alemania), el nacionalismo fascistoide de la Action Française de Charles Maurras, el colaboracionismo con el ocupante alemán del gobierno de Vichy (Petain fue elegido presidente por el Parlamento francés) y hoy el auge del Front National.
Francia es el segundo país más poblado de Europa occidental (66,3 millones de habitantes), solo por detrás de la Alemania reunificada (81,2 millones). Se trata de un país central, el vecino inmediato de Catalunya y su primer mercado exterior, con diferencia sobre el siguiente. Una parte del territorio catalán se encuentra en Francia desde el Tratado de los Pirineos de 1659.
La mitad de izquierdas del país no votará a Le Pen el próximo domingo. Bastará con que no vote para que gane.