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Peret, milagro en la era del 'remake'

Margarita Rivière

El reciente Concert de la Llibertat fue un éxito construido sobre éxitos precedentes. En el franquismo los catalanes cantaban para expresar su protesta. La tradición sigue. Sigue también la tradición centralista del oído duro: por mucho que se cante o se grite desde Cataluña, no se entera quién tiene que enterarse en el gobierno central. Nada nuevo por este lado.

Tampoco por el de ‘FreedomforCatalonia’, experimentado poco antes de los JJOO de Barcelona en 1992 con el enorme éxito de haber logrado que todos se enteraran de que sus impulsores eran unos famosos ‘hijos de’ (Pujol y Prenafeta, para empezar) y de que el grito fue silenciado de inmediato como si fuera un tabú.

En plena euforia olímpica, aquella reivindicación, en inglés por primera vez, pareció fuera de lugar. Pero he aquí que al cabo de los años se transforma en un mosaico talla XXXL que corean entusiasmadas 80.000 personas en el campo del Barça. Al ‘FreedomCatalonia’ se le añade ahora la fecha mágica de 2014 en la que reposan las esperanzas independentistas y el estupor de otros muchos.

De 1992 a 2013 no hay poco trayecto. El maragallismo y el pujolismo, entonces rivales y enfrentados porque desde la Generalitat se miraba a Barcelona como un contrapoder, desaparecieron engullidos ambos por dos grandes tipologías de ciudadanos: los emprenyats y los impasibles a todas las tormentas, corrupciones y crisis. Los protagonistas de los cambios van aparte, son élites (muchas veces tóxicas).

De 1992 a 2013 se pasó de la ingenua euforia de mostrar al mundo lo fantásticos que éramos a la Cataluña de casi un millón de parados, una deuda de aquí te espero y un grito de ¡auxilio! vestido de independencia.

Así el ‘FreedomCatalonia’ cumple hoy con claridad una función clásica: dejar constancia del espectáculo. La foto. Hoy esa foto tiene mayor sentido: hay mucha más materia para la protesta (aquí y en toda España, por cierto).

Pero lo mejor del Concert de la Llibertad fue, sin duda, la tenacidad del gran Peret, querido Peret, en uno de sus cantos más emblemáticos, capaz de adaptarse a cualquier circunstancia: lo que hoy se llama Cataluña tiene poder, en 1992 se llamó Barcelona tiene poder. Tanto monta monta tanto. La cuestión es dar a la gente lo que le gusta.

Su Cataluña tiene poder triunfó tanto en el campo del Barça como, en su día, lo hizo Barcelona tiene poder desde el escenario del Estadio Olímpico. Las nuevas generaciones toman el relevo: hoy Barcelona es tierra conquistada electoralmente por convergentes y en la práctica diaria por los turistas y sus euros, dólares o rublos.

Lo que pocos saben, salvo quieres estábamos en ciertos intríngulis de las ceremonias olímpicas –yo colaboré como guionista y redactora del libro de prensa– es que al gran Peret le costó dios y ayuda dar con el texto y la música del Barcelona tiene poder.

Los organizadores pasaron verdadera angustia porque la inspiración no llegaba y Peret no acababa de decidir su canción estrella. Todo fue un enorme misterio hasta el día del estreno: su Barcelona tiene poder se hizo hasta más famosa que Amigos para siempre y sigue vivita y coleando.

¿Qué había pasado? Voces enteradas de la trastienda musical de los JJOO hablaban del ‘milagro’ de Peret referido a esa canción.

Al parecer, en situación de extremo estrés creativo, Peret decidió adaptar uno de los cantos que habitualmente cantaba con sus correligionarios en su iglesia. Y, lógicamente, el Jesucristo tiene poder de aquellas piadosas sesiones se rehízo como Barcelona tiene poder. Un milagro para el éxito.

El salero de Peret hizo el resto, hasta hoy. De remake en remake ¡Viva Peret!

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